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miércoles, 19 de agosto de 2009

El dolor va de vacaciones


El dolor va de vacaciones
En una realidad como la actual —que llevó a un director tan “personal” como David Lynch a vender café a través de su página web, con el fin de conseguir fondos para la distribución de su última película, Inland Empire— es esperanzador poder disfrutar de producciones tan enredadas como esta Babel del “visceral” Alejandro González Iñarritu, producida y distribuida por una multinacional —Paramount— y exhibida en su momento en las mejores salas de multicines donde compitió de tú a tú con dragones (Eragon) y mazizas (Casino Royale).


No deja de ser curioso que la distinta suerte de ambas obras—Inland Empire y Babel— ya quedara reflejada en el chauvinista festival de Cannes, donde el “tequilero” Iñarritu se alzó con el premio al mejor director, mientras que el “cafeinómano” Lynch vio su infusión cortada por la mala leche de una crítica gustosa de hacer leña del árbol que ayudó a crecer.
Babel no nos cuenta los trasuntos de una prima del puerco protagonista de Babe, el cerdito valiente (1995, George Miller); sino que reflexiona sobre el dolor, la incomunicación, la soledad, la familia, la compasión, el silencio, el egoísmo, el miedo… confeccionando un duro puzzle emocional con piezas extraídas de nuestro día a día, con situaciones cotidianas, vividas a escasos metros, o kilómetros, de distancia. Rompecabezas que plasma una introversión desoladora sobre la incomunicación, quiebra inherente al ser humano independientemente de su raza, credo o situación económica.


Y es que en poco se diferencian el adulto norteamericano que no conversa del dolor por la muerte de su hijo con su esposa, o la adolescente japonesa incapaz de comunicarse con su padre, de los niños marroquíes aterrados ante el tener que hablar con su progenitor. Puesto que, cual seguidores de Depeche Mode en su Enjoy the Silence, todos parecemos pensar que las palabras son innecesarias y tan sólo pueden herirnos; por lo que únicamente recurrimos a la comunicación cuando no sabemos qué decir, aterrados por la proximidad de la muerte, el abandono o la violencia estatal.
Desgraciadamente, los padres de la criatura —Iñarritu y su guionista Guillermo Arriaga— parecen haber caído presas de esta incomunicación que denuncian, y entre los dos se ha establecido un desencuentro creativo que amenaza con poner fin a su fructífera relación, plasmada brillantemente en sus dos obras anteriores: Amores perros (2000) y 21 gramos (2003).
En su ¿última? película firmada conjuntamente, ambos retoman una estructura narrativa basada en historias cruzadas, alejadas de los cánones clásicos de unidad de tiempo, espacio y acción. Desarrollada en Marruecos, Japón y la parte fronteriza entre EE.UU. y Méjico; hablada en cinco idiomas y protagonizada por un reparto babélico en el que conviven megaestrellas —como Brad Pitt y Koji Yakusho— con actores no profesionales —como los que encarnan a los niños marroquíes—, Babel muestra una estructura formal igualmente dispar: adecua el formato fotográfico a la historia ambientada en cada continente, en su música conviven Chavela Vargas, Earth Wind & Fire y Ryuichi Sakamoto con la empática banda sonora de Gustavo Santaolalla.
Siendo el resultado texturas, sonidos, encuadres y sensaciones muy diferenciados.

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