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miércoles, 11 de enero de 2012

¡Mariano habla!


¡Mariano habla!

Hay personajes que acaban devorando a la persona que los sustenta.
Su creación de hermano mudo acabó velando la imagen de Harpo Marx hasta el punto de que, aún hoy en día, son muchos los que suponen que el actor no podía hablar. Error al que ayudó el que, en las apariciones que realizó en diferentes programas televisivos norteamericanos, desempeñase papeles silentes. No faltará quien sostenga que permitir que la ficción suplante a la realidad es cosa de yanquis, ese atajo de incultos que – tras haberlo visto estrechar la mano de los presidentes Nixon y Kennedy– cree que Forrest Gump fue un personaje histórico.

Pero no. Eso de confundir a la persona con su personaje –y más si le da la mano a presidentes y ministros– también se da en la culta España. En este reino mágico donde coronamos a un caballero que sale por la tele dando la mano a políticos y que sólo nos habla, unos minutos, en Nochebuena.
Quizá el ejemplo del hermético monarca ha llevado a nuestro recién elegido presidente, Mariano Rajoy, a mantener últimamente un silencio publico. Como eso de inclinarse frente a su majestad en los besamanos no debe de ser prueba suficiente de su fidelidad borbónica, ha optado por imitar al los modos y maneras del callado jefe de estado.

Y es que, siguiendo con el hermano Marx de voz más enmudecida, para muchos fue una sorpresa descubrir que tenía mucho de que hablar. Tal y como muestra su libro de memorias ¡Harpo habla! –publicado en 1961, cuarenta años después del estreno de su primera película, Humor Risk– donde revisa la historia de su familia, de su país y de la industria del espectáculo.

Volviendo a nuestro prudente presidente, no ha habido que esperar cuarenta años, bastaron tres semanas para que empezara a dictar sus memorias.
Quizá algunos estamos equivocados; y la Política no tiene mucho de Teatro y sí de Fe. Ya que la única prueba que tenemos de que el presidente preside este país, es que así lo aseguran sus apóstoles –encarnados en ministros– y amanuenses –presentados como periodistas–. No estoy escribiendo que Doña Soraya Sáenz de Santamaría es una especie de Moisés ministerial, que cada viernes se baja del monte de La Moncloa para leernos un decálogo de mandamientos. Pero sí que el Señor Rajoy tiene mucho de monje trapense. No sólo por su vocación contemplativa de la realidad española, también por su voto de silencio respecto a sus votantes.

Acaso el mutismo actual se deba a la redacción de una nueva Regula Monasteriorum para su “ministerorum”. Pero Don Mariano ya venía dando muestras de su gusto por la afonía en sus últimas apariciones públicas, en las que no admitía turnos de preguntas.
Ayer, finalmente, rompió su silencio; en lo que no es un acto de fe, sino de EFE. Con sus declaraciones a la agencia de noticias, grabadas y retransmitidas en diferidos, me ha hecho sentir que vuelve la Nochebuena. Y, la verdad, es que uno ya se encuentra un poco empachado con tanto festejo y exceso pantagruélico en mitad de esta penuria económica. Pero quizá, el Señor Presidente no buscaba actuar con sus palabras como un alka-seltzer frente a esta crisis de acidez. Quizá buscaba demostrarnos que podía hablar, para que no nos fijáramos en que lo que dice.
Algo así como el lema publicitario de la película Ninotchka, donde a falta de información sobre la trama se publicitaba que su protagonista era capaz de reír.

Lágrimas, que no risas, es lo que provoca este alejamiento comunicativo que mantiene el presidente. En estos momentos en los que desde las administraciones públicas se nos piden desvelos y sacrificios, no creo que sea pedirle un gran esfuerzo a Don Mariano el que se dirija periódicamente a la nación para explicarnos sus planes de mejora nacional. Unas alocuciones a sus conciudadanos parecidas a las que realizan sus cofrades Merkel o Sarkozy
¡Pero se me olvidaba! Ellos gobiernan lenguaraces repúblicas. Sistemas de gobierno que tienden al desorden, como ese camarote de los Marx donde mandaban los verborreicos de Groucho y Chico. Nosotros estamos embarcados en una monarquía parlamentaria; y nuestro modelo es el silente Harpo Marx.
Nino Ortea.

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