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Mis mejores deseos para ti y los tuyos, amable leyente, ahora y siempre

sábado, 29 de junio de 2013

Sesión de firmas en la librería Gizmo de Mieres.



¡Mieres, prepara tus mieles!
Esta tarde, a las 19:00, algunos colaboradores de Zander Comics estaremos firmando ejemplares de nuestras obras en la librería Gizmo.

Por favor, si me pedís dedicatorias que no sean de canciones de Los Pecos; esa etapa de mi carrera la quiero olvidar.

pequiNino

jueves, 27 de junio de 2013

Mi asombro ante Grey.



Quizá tengan razón quienes ven en el Arte la muestra más exquisita de la evolución de los humanos. Yo soy de los que ven en la creatividad un calco del ingenio que también muestran los cuadrumanos.


El Arte es un instrumento expresivo y comunicativo. También una fuente de placer, un producto de comercio y un arma ideológica. Pero, en el momento en que se convierte en un ente no perceptible por los sentidos o en un amaneramiento de algún metalenguaje ya no es Arte, es un mero instrumento de poder. Una barrera social tan injusta como subir el IVA cultural o bajar las becas de estudios. Para llegar a lo más alto, el Arte debe contactar también con nosotros: las clases más bajas. Soy un populista que entiende el Arte como algo no elitista: si para seguir un libro necesito aferrarme a una enciclopedia o para entender un cuadro debo aprenderme un tratado, lo que tengo enfrente merece que le de la espalda. 




Entiendo el Arte como algo gratuito en su concepción, no en su comercialización –tal y como intenté reflexionar en este texto–. Para sostener esta idea me bastan experiencias como la que tuve hoy jueves, sentado a prudente distancia de un niño al que acabé observando mientras pretendía que mi mente se centrara en ideas más acuciantes. Poco a poco el infante acabó captando mi atención. Pensé en cómo su verborrea dará paso a la palabra, sus garabatos a pinceladas y sus amontonamientos a construcciones. Con su Arte presente ya logra comunicarse con su entorno y hace que un adulto se olvide del qué dirán y se una a sus juegos, en los que mimetiza sus balbuceos.


Lo que el academicismo razona como Arte, forma parte innata de nuestro entender el mundo y relacionarnos con el entorno. Antes de que en el colegio las desprestigie en forma de asignaturas “maría”, las habilidades creativas forman parte de nosotros. Al pasar a adultos, las aparcamos; lo mismo que nuestra especie al evolucionar dejó en desuso ciertos rasgos de primates. Sin embargo, al igual que nuestros instintos animales están presentes en nuestro adn genético, nuestras habilidades artísticas continúan de nuestro abc diario: pues nuestra percepción activa nuestra imaginación y nos anima a rehacer lo oído, leído o visto. De ahí que interpretemos interpretaciones ajenas –o nos recreemos en recreaciones– de una realidad ajena que sentimos nuestra.


Quizá en su rockcierto de ayer, Bruce Springsteen llevado por ese acto de creación conjunta que es participar en un concierto donde el público hace suyas canciones que tú compusiste– improvisó canciones que se había jurado no volver a tocar. Pese a que tengo claro que el Arte es algo tan impredecible y natural como el hablar –aunque lo hagas a solas– o el atender –aunque sea a los fortuitos actos de un niño–, como antiguo obrero especializado en Aviador Dro, también  sé que el Arte –lo mismo que el amor– puede ser industrial. En este aspecto, mis vanaglorias decadentes me llevan a fantasear con la ilusión de llegar a estar de moda y nunca ser demodé.


Otra cosa es el infierno de los modismos, de esos ceñidores que restringen la canalización del Arte a su comercialización según unas medidas o temáticas y no a su valía. Parece mentira lo rápido que se puede pasar de la ilusión de la Fantasía a la decepción de la Realidad. Para ello basta con cruzar los metros que separan un parque de una librería. ¿Cómo puede ser que la naturalidad del Arte se aprecie en un jardín y no en un escaparate cultural?


Me temo que estas sombras clónicas del gris de E. L. James, son un aviso sombrío del negro futuro que espera a quienes no sabemos barnizar nuestras obras con la tonalidad apropiada. Pero nunca me gustó ser una persona gris, así que no voy a cambiar. Ojalá todos vivamos días de gloria.

Nino Ortea.

miércoles, 26 de junio de 2013

Blacksad: Amarillo

En estos tiempos difíciles, ciertas cosas tienen la originalidad de ayudarnos a mantener la ESPERANZA frente a la vulgaridad de esta realidad ingrata.


Dentro de unos meses –entre finales de 2013 y principios de 2014– se publicará el quinto álbum de Blacksad: Amarillo.

En la historia guionizada por Juan Díaz Canalesasistiremos a un doble viaje: en el Tiempo y en el Espacio.
Se nos contará un regreso al pasado del gatuno protagonista; a la vez que un viaje en coche por la senda tenebrosa que lleva de Nueva Orleans a Nueva York.

Ésta es la ilustración de Juanjo Guarnido para la portada de Blacksad: Amarillo.


lunes, 24 de junio de 2013

Conectamos con el teatro de La Zarzuela…



Se alza el telón:

Un calvo, de unos 50 años, se acerca con paso balanceante al centro del escenario. Se detiene. Tras ajustarse unas gafas de lectura, carraspea con nerviosismo. Saca de un bolsillo lo que parece un dispositivo electrónico. Se dispone a leer:




No hago secreto de que me gustan Los Secretos y de que me disgustan las monarquías.

Reconozco que esta aversión puede tener un origen genético: lo mismo que mi debilidad ante la belleza o mi tendencia a la pereza. Es más que posible que mi repulsión frente a lo regio sea cortesana de mi insana pulsión ante lo real, lo que me lleva a refugiarme en la irrealidad. Ya en el cole, el aburrimiento ante la veracidad de los números –con sus substracciones y adicciones– me llevó a fantasear con las letras –mucho más moldeables, personalizables e incluso inventables–

Quizá el que este pájaro no se alimente con el alpiste de una realidad matriciada en publicidad que se presenta como información, sea la clave de mi despiste social: pero el caso es que no entiendo tanto revuelo mediático ante una serie de protestas de parte del peonaje asistente a un concierto –que había pagado sus entradas– al percatarse de que una reina del tablero se había colado sin pagar. Estoy seguro de que la desconcertada soberana aún se pregunta qué hacían en su cuento esos personajes que no desempeñaban el papel de muchedumbre ovacionante.



Me parece todo un pleonasmo la proclama urdida por los heraldos palatinos de que los discordantes “no protestaban por la presencia de la corona sino que por el presente del país”. ¿Acaso no llevamos casi cuarenta años reescuchando la profecía de que el hijo de un rey nunca coronado ha pilotado la transición de este país del desierto de la dictadura al vergel de la democracia? ¿No se han cansado estos mismos cuenteros de aseverar que en esta travesía el regio navegante ha contado con la pericia de una contramaestre profesional? 



Pues aquí estamos, varados en tierra a muchas millas de la costa de la ESPERANZA. Así que es lógico que a quienes se les atribuyó el éxito de una singladura con el viento a favor, se les pida explicaciones por su desatendernos en una marejada que ha desarbolado nuestros mástiles y nos tiene condenados a galeras en un mar de arenas de corrupción.

Con todo, concedo que puede que esas rechiflas que acompañan las apariciones teatrales de la reina no se centren en su figura regia –cuya preocupación por “su pueblo” confío en que vaya más allá de su interés de un idioma que apenas chapurrea–. Puede que se centren rechistar ante una persona que –en su papel de madre, suegra y esposa–se comporta como ausente del cuento, mientras a su otrora familia feliz le crece la nariz.







 Puede que para intentar seguir comiendo perdices, pese a su publicitada voluntad vegetariana, la señora le hable a su pueblo en ese idioma ajeno tan cercano a ella –al que algunos de sus entronados antecesores calificaron de pérfido– y nos cuente:



I’m really sorry. I have made some mistakes. It will not happen again.






Se baja el telón.

Nino Ortea.

viernes, 21 de junio de 2013

El típico tío feliz vs. The Happy Wanderer




Ayer por la mañana, el sol que nos está siendo tan esquivo vino a visitarnos.

Pese a la premura de un encargo editorial imprevisto, no pude evitar salir a comprobar su existencia, lo mismo que habría hecho de vislumbrar un unicornio, un billete de 100 € o cualquier otro ser mitológico. Mi situación de desempleado me permite usar a mi capricho el tiempo que no comparto; así que abandoné por un rato mi obligación laboral y me entregué al disfrute personal.



Mi plan era muy sencillo: vagabundear sin dirección guiado por la brújula de mi estómago. Al ser jueves, ayer me tocaba cocinar para dos; y dependiendo del momento de mi regreso a casa ya decidiría si me decantaba por preparar una comida latina –callos con jamón y patatas– o una delicatesen ninera –tallarines al Prince + pollo frito sin ajo–.


Como buena mañana norteña. El cielo presentaba sus claro-obscuros, lo que me permitió salir con una chaqueta por alforja en la que guardar dos pares de gafas –pro lectura y anti sol–, un botellín con agua, un lápiz y una libreta –por eso de si mi divagar me acercaba a algún parnaso creativo–. Ahora que, pese a mi inmadurez, me encamino a hacerme viejo, suelo salir de casa tan equipado que en vez de irme de paseo parece que me voy a Bermeo –y en invierno a Borneo, por eso del gorro de lana, los guantes, la bufanda y el paraguas–.


El caminar me hizo sentirme rejuvenecido; pues, a esas horas soleadas, los jóvenes de cuerpo y espíritu se concentran en las playas y paseos marítimos; mientras que los jubilados pueblan parques y bancos. Estaba sentado, absorto en mis ensoñaciones, cuando alguien pronunció mi nombre civil. A la tercera, me di por aludido y  miré a mi invocador, temiendo que fuera alguno de aquellos señores vestidos de chándal que me retaba a una carrera.

Quien me habló era un antiguo compañero de instituto. Tras recordarme quién era, se olvidó de preguntarme cómo estaba. Mis tripas me dijeron que era el momento de ir a casa a preparar la comida. El desconocido se ofreció a acompañarme un rato, así que opté por tomar el camino de vuelta más corto. Me habló de su vida exitosa y de su glamurosa esposa, a la que hacía tiempo esperando mientras salía de la peluquería. Se definió como el típico tío feliz al que la vida le sonreía. Llegados a mi portal, siguió contando logros no me lograban atrapar mi atención. A mi hambre se unió la urgencia por ir al baño, así que tras una brusca despedida me fui.


Mientras esperaba por mi hermana, me acordé del fallecido James Gandolfini. Más bien de la psiquiatra que oía desganada sus confesiones  en la serie Los Soprano. Quizá, al final, la vida sea un sueño; pero hay momentos en que escuchar la de otros se convierte en pesadilla.

 

Gracias por escucharme / leerme.
Nino Ortea.

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