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Mis mejores deseos para ti y los tuyos, amable leyente, ahora y siempre

martes, 20 de agosto de 2013

jk5022



Pasados cinco años, este texto sigue reflejando mi pena ante el dolor ajeno y mi asco contra los medios de comunicación que nos deshumanizan.
https://www.facebook.com/AVJK5022 


Descansen en paz
Algunos de vosotros sabréis que no tengo antena de televisión.
Tras años subscrito incluso a canales digitales de pago, me aburrí. Y decreté en Ninolandiaun apagón analógico / digital con casi cuatro años de antelación. De hecho, mi reproductor de DVDs, tiene sintonizador de TDT integrado, y ni me he molestado en sintonizarlo.
Cuatro años sin ver la tele... ¡Estoy hecho un animal!

Veréis, en mi caso, nada me lleva más al distanciamiento que el bostezo. Y mi carácter excesivo, junto a mi memoria selectiva, me facilitan no haber roto una orden de alejamiento dictada por mi voluntad.
Hasta el momento ha sido así.
Atrás he dejado pecios de lo que antaño fueron transatlánticos emocionales. El polvo cubre a objetos a los que hace tiempo el uso mantenía radiantes.
No me arrepiento. No soy caprichoso. Cuando tras un arranque visceral mantengo el rumbo, mi intención es clara. Mi silencio precede a silencios.
Desde fuera, éste comportamiento, consecuente con mis apetencias, es visto como una muestra de rareza, de esnobismo o de ansias de notoriedad.
Desde fuera, las cosas se ven diferente, lo cual no quiere decir que se vean bien.
Bueno, tantos rodeos para llegar aquí:

El que no tenga antena de televisión no quiere decir que no vea la tele. Es más, habitualmente verla es la excusa perfecta para pasarme un rato con mi padre o mi hermana.
Mientras observo absorto anuncios, series a trozos o platos del canal del huevo, convivo con los míos, que es lo importante.
El pasado miércoles me encontraba comiendo cuando ocurrió el desastre del vuelo de Spanair en Barajas. En su momento, el informativo de Cuatro comentó el incidente sin entrar en detalles. Era la hora de cierre.
El infierno estaba por desatarse.

Ya entrada la tarde, y mientras daba una serie de clases a domicilio, fui poco a poco recibiendo llamaradas desinformativas mezcladas con sensacionalismo.
Cuando la tarde se convirtió en noche, desconecté de la realidad y me adentré en el deseo.
De madrugada, la programación alterada de Radio 5 todo noticias me dio una idea del tremendismo informativo que me esperaba.
Tras una mañana enseñando a los que no quieren aprender, volví al puñetero mundo real, ¡con lo bien que me lo paso yo con mis niños perdidos!

Como todos los jueves, tocaba comida familiar.
Silencio.
Mi padre le era infiel a Arguiñano sin que yo lo hubiera incitado. Estaba atrapado en una telaraña de imágenes aceleradas con personal médico o de protección civil que se dirigía a ninguna parte.
24 horas después del accidente, yo no lograba entender el porqué de esas imágenes apocalípticas, ni qué función informativa cumplían. ¿Dónde estaba la primicia noticiosa en repetir el vértigo del caos? Fuera de los informativos de las privadas, en la televisión nacional pública entrevistaban a personas mayores, llorosas, que hablaban de los que no volverían. En vez de Gente, Carroñerosdebería llamarse el programa.

De vuelta a los noticiarios, a las truncadas declaraciones de familiares próximos al desmayo, las sustituían declaraciones de concienzudos especialistas médicos que decían que lo peor estaba por llegar a los allegados. Por decir lo evidente, eres un experto. Cualquiera sabe que el desconsuelo por la muerte de un ser amado, se convierte en desasosiego al tener que convivir con su ausencia diaria.
Más imágenes del accidente, y accidentados, ahora con la excusa de hablar de los heridos y los supervivientes. Revelación de grandes dramas privados (“Se acababan de casar e iban a celebrar su…”) con la de renacimientos (“Habitualmente viajo con esa compañía pero ayer…”)
Yo seguía esperando por la información:

A las palabras ininteligibles de la Ministra de Fomento, y a las explicaciones en Spanglish de los responsables de la compañía, se unía el silencio informativo.
Pasadas las 3 de la tarde, me resultaba incomprensible que en un medio de transporte con listas acreditadas de viajeros, en una sociedad en la que el horror del terrorismo hace que nos pasen por mil medidas de seguridad al acercarnos a un aeropuerto, aún no se supiera con certeza la nacionalidad de los fallecidos.
No se investigaba. Se ahondaba en la herida (“Señora, ¿a usted cuántos de su familia se le han muerto?) Para mantener el tono macilento, se hacía una especie de concurso de ¿A ver qué accidente de avivación fue más chanchi?
Cuerpos destrozados, carreras, imágenes en color rancio… todo era posible con tal de entretener, que no informar.
A esas alturas, mi hermana ya había vuelto a su casa, y sentada junto a nosotros, sin comer, no podía dejar de mirar la pantalla pese a las lágrimas que recorrían su hermoso rostro.
Se acabó. Les recriminé a mis dos seres más queridos que no reaccionaran ante ese despropósito informativo, y volví a mi hogar.

Por la tarde, mientras daba clase en domicilios ajenos, por mi costumbre de trabajar con la puerta abierta, se me colaban sonidos de los especiales informativos con los que las cadenas continuaban con su programación insultante.
Seguían las entrevistas (intento olvidar el vacío de la voz de un hombre que había perdido a su hermana, cuñado y tres sobrinos, y la periodista preguntándole si había recibido algún sms de ellos desde el avión) Una señora hablaba con pasión del dinero que se embolsarían los familiares.(“Hay que demandar con fuerza. Recurran a profesionales que les garanticen los mejores dividendos”) Otras cadenas enviaban a sus reporteros canarios al aereopuerto, por si conocían a alguno de los fallecidos (“Total, como aquello es una isla, más o menos se conocerán todos”) Incluso revivían cámara en mano el viaje que los pasajeros deberían haber realizado...

¿Nadie puede poner fin a estos despropósitos?
¿Nadie puede evitar que estos lanzadores de mierda usen un micrófono?
¿Quién se acordará de esas víctimas cuando exhibir sus restos no sea rentable?
¿Volveremos a vivir una politización de una tragedia?
¿Qué hará nuestro inoperante gobierno? ¿Pactará con minorías para evitar investigaciones incómodas?
¿Y la justicia? ¿Veremos a algún juez estrella instruir un sumario que se vendrá abajo por su inconsistencia?
¿Quién protegerá la dignidad de los muertos, y los derechos de sus familiares?

En EE. UU. se celebra anualmente la “Turn off Week” consistente en no encender la tv durante una semana.
Si memeces como Halloween, el "brunch"o Starbucks han arraigado entre nosotros, quizás deberíais darle una opción a este apagón. Yo llevo años limitándome a ver pelis, y series en mi DVD o PC.
Creedme, no ser parte de esa minoría que dice ver los documentales de la 2, mientras babea sabiendo lo que hicisteis o demás sandeces, no me resta interés, ni me convierte en asocial o huraño.
En momentos como éste, me acuerdo del gran Fernando Fernán Gómez, y su “!A LA MIERDA!” gritado al gracioso reportero televisivo dicharachero.
Cuidaros
Nino Ortea.

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