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martes, 4 de marzo de 2014

La culpa es de la educación (3 de 3).



Ahora que ha llegado marzo, voy a ver si me desenzarzo de la diferencia espinosa entre educación y respeto.

Quisiera reafirmarme en que por educación no me refiero a la (de)formación escolar, ya que ésta ni quita ni pone rey, pero ayuda a  convertirnos en vasallos sumisos, en personas que hacen lo que se les dice y no cuestionan lo que se les ordena. ¿O acaso es habitual la figura de un profesor de instituto que permita que sus alumnos razonen que las lecturas obligatorias son aburridas, o que no enfoque la enseñanza de la Filosofía como una sucesión de datos? Al acabar la Universidad, querido lector, ¿te sentías un librepensador o un acumulador de ideas ajenas?





Está claro que, a algunos ventajistas, el ser estudiante aventajado los ayuda más a ser un tunante reputado que un imaginante aceptado; ya que no hay robo más perfecto que el que cometido mediante cauces legales.

Ahí tenemos el ejemplo desejemplarizante de toda una princesa de España que no lee lo que firma, ni cuestiona lo que la subvenciona. Y es que eso de hablar de dinero mientras cenas o delante de los niños es una vulgaridad. Desde luego, uno puede llegar a pensar que a esta diligente ejecutiva no le falta formación académica, sino HONESTIDAD. Algo que no se aprende en los libros, sino que de tus padres.

En esta España aún Monárquica, sufrimos el indecoro de energúmenos que desprestigian la Política a la vez que hacen de la disciplina de voto su pamplina para hacernos un roto. Muchos de estos aforados que se sirven de lo Público para forrarse son doctos universitarios; pero se comportan como parvulitos que no fijan en lo que votan. Ahí tienen a los parlamentarios del PP catalán que, por apatía, votaron este jueves “si” cuando deberían haber pulsado “no”.



Como ya he escrito, y por ello me repito, la culpa de muchos de nuestros problemas cotidianos la tiene la Educación. La buena. Esa que nos transmiten nuestros padres Y seres queridos.

Al igual que tras desniñar al cánido lo llamamos “perro” y lo de “guau-guau” lo dejamos para cuando nos cruzamos con una linda gatita, lo mismo que al adolescentear convertimos a amigos del colegio en extraños del instituto, ahora –que parece que lo único que cumplimos son años– va siendo hora que cumplamos nuestras promesas. Y para ello, debemos desaprender lo que ya no nos define y despegarnos de lo que nos molesta. 

¿Qué es eso de que la educación nos haga decir “sí” cuando queremos decir “no”? ¿Acaso somos políticos apoltronados? ¿Por qué cada vez que nos vemos obligados a dejar un libro, permitimos que no se nos devuelva? ¿Por qué hablamos con quien no nos escucha? ¿Por qué toleramos que nos falsee como “amigo” quien no se interesa por lo que hacemos o sentimos?

Si mostrar educación es enmascarar nuestros sentimientos, ahora que se acaba el carnaval quizá ha llegado el momento de empezar a ser como somos y no cómo se espera que seamos. Deseduquémonos de esa parte de hipocresía que hay en la cortesía.

Empecemos por hablar con quien nos desoye, por no dejar libros a quien no los valora y por no entregar nuestro corazón a quien sólo los colecciona.

El respeto, como el conocimiento, empieza por uno mismo.
 

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