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Mis mejores deseos para ti y los tuyos, amable leyente, ahora y siempre

domingo, 31 de agosto de 2014

Uno ya no es el que fue



¡Qué tiempos aquellos en los que estrené mi primer chándal! Me creía Roqui. No, el marciano no, el estaloniano.
Yo le había insistido y persistido a mi paciente madre para que me comprara un conjunto amarillo. Pero no del color del tractor, sino como el pijama que lucía Brusli en la peli Juego con la muerte. A tal fin había hecho campaña junto a mi geiperman enmonado en ocre, a cuyo uniforme le había pegado unas tiras de cinta aislante negra, para convencer a mi reticente madrescente de aquello de que el amarillo era mi color.

Una vez más fui un pionero, un vanguardista, un dadaista… Luego vendrían Los Simpson, Raichu y Umazurman; pero entonces sólo mi geipermán y yo revindicábamos la elegancia de la discrepancia del lucir en un amarillo tan chillón como mis gritos caprichosos.

Aunque con mi madre no había tu tía que valiera cuando decidía algo por el bien de sus bienqueridos. Y –quizás porque se acordaba de aquella vez en que yo había rotulado con un carioca negro un anorak azul, para que así se pareciera más al del capitán Martinlandau de la teleserie Espacio 1999– en su precaución optó por comprarme un chándal de algodón gris. Imagino que sería pensando que el negro de mi rotulador iba mejor con el gris del tejido.

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