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lunes, 15 de noviembre de 2010

Popsy Pop contra Hollywood 04

Casi con la misma rapidez con la que el USA Army había “liberado” a Italia de la opresión fascista, Hollywood conquista Cinecittà cinco años después. Cuenta para ello con el beneplácito del Estado mediterráneo, que busca convertirse en un socio privilegiado de los EE. UU., y con la ambición de unos productores que, como glosó Dino de Laurentis, ansiaban la “colaboración con la industria más seria y mejor organizada del mundo”. Curiosamente, tras haber producido obras fundamentales del cine italiano como Arroz amargo (Giuseppe De Santis, 1946), o Las noches de Cabiria (Federico Fellini, 1956) y de revitalizar el cine de género europeo con éxitos como Barbarella (Roger Vadim, 1968), Laurentis se vio obligado a emigar a L’America donde su productora (DEG) recreó exitosamente aventuras de King Kong, Conan el bárbaro o Hannibal Lecter. Junto con su enfoque comercial, Laurentis mantuvo su apoyo a directores muy personales, como fue el caso de David Lynch con el que colaboró en Dune (1984) y Terciopelo azul (1986).

En 1950, el 94 % de la producción de las majors se estrenaba a orillas del Tiber; y superproducciones como Quo Vadis? (1950, Mervin Le Roy) bañaban Roma en estrellas y dólares. En 1951, el cártel hollywoodiense accede a apoyar en USA la promoción de filmes italianos, financiando el Italian Film Export con parte de sus beneficios en las salas transalpinas. La industria local cree poder sacar provecho de esta situación; y sus productores acarician cumplir su “sonno americani”: Carlo Ponti espera que con Guerra y paz (1956, King Vidor), Audrey Hepburn le abra las puertas del Hollywood que a ella le había abierto el rodaje italiano de Vacaciones en Roma (1956, William Wyler)

Aunque el filme cuenta con tres nominaciones al oscar, regresa de vacío. El destino quiso que el reconocimiento estadounidense le llegara a Ponti con la película Dos mujeres (1960), donde Vittorio De Sica adapta una novela de Alberto Moravia tan crítica con la ocupación nazi de su país como con la liberación aliada. La esposa del productor, Sophia Loren, alcanzó con este film un oscar a la mejor actriz principal —el primero otorgado por una interpretación en lengua no inglesa—. Galardón que aceleraría el gusto hollywoodiense por remarcar el exotismo de sus superproducciones con la presencia secundaria de estrellas ajenas a su sistema de estudios; además de contar con ellas para aumentar el reclamo de sus filmes en las pantallas europeas.

Pese a todo, el acuerdo se revela como un embudo que favorece a la industria fílmica yanqui; la cual no sólo mantendrá su presencia en las salas mediante la creación de empresas distribuidoras "italianas", las cuales sólo distribuyen de facto obras americanas. Además también contará con todo tipo de facilidades para el rodaje —casi sin coste— de sus producciones, en detrimento de una cinematografía transalpina para la que apenas existen ayudas estatales. A esta desproteción institucional se unen las malas relaciones que los productores asentados mantienen con los directores más aclamados —baste recordar las palabras de Fellini:La Estrada se hizo a pesar de Ponti y de Dino de Laurentiis”—. Por lo que el cine italiano verá cómo el peso de su producción popular recae en especuladores que ansían el mayor beneficio para su capital, sin buscar crear extructuras que asienten la industria. Algo que traerá tristes consecuencias con la súbita crisis que sufre la cinematografía europea a comienzos de la pasada década de los años 80.

Esta situación acabará abriendo los ojos a unos productores que comprenden que el futuro está en el cuidado de su mercado y la atención al europeo. La reacción se repite en la práctica totalidad de Europa Occidental democrática pese a las obligaciones contraídas con El plan Marshall.

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