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martes, 3 de diciembre de 2013

Pasados 3 años de la peatonalización del barrio de El Carmen.





Ya han pasado 3 años desde la injustificable la decisión, emprendida por la anterior administración local, de peatonalizar el barrio de El Carmen en Gijón.

Cualquiera que se pase, a partir de las 13:00, por la mayoría de las calles del barrio, verá la desmesura que supone la peatonalización de dichos espacios. Y todo para que puedan explotar comercialmente esos tramos de vía pública establecimientos de hostelería ubicados en locales minúsculos.


Por lo que, su ocupar la calle no supone una forma de mejorar su servicio, sino su principal fuente de ingresos. Contando además, con que somos los ciudadanos los que pagamos la iluminación, limpieza y mantenimiento de su terreno ocupado con patente de corso hostelera.
Tal y como ellos mismos reconocen, el negocio les ha salido redondo. Una hostelera de la zona reconoce en una entrevista los beneficios de su buena vista, a la hora de plantar su negocio en una zona sin tradición hostelera previa, más allá de las ya ausentes casas de lenocinio: “ahora tengo dos bares: uno para fumadores y otro para no fumadores”.

Esta privatización de lo público, lleva asociada una pérdida en la calidad de vida de quienes viven en la zona. Ya que el acceso y salida del portal de los edificios se convierte en una carrera de obstáculos. Sortear el mobiliario –sombreado aquí y allá, cual canta la canción de Mecano– y deslizarse entre unos clientes –más pendientes de que se les vea lozanos, que de ver a quien tienen cercanos con bolsas en las manos– son los deportes de moda entre los residentes, convertidos en forzados atletas urbanos.

Y, obviamente, el tema pierde toda gracia cuando hablamos de los problemas que esta “hostelerización” de las calles acarrea a los ancianos –porcentaje de población mayoritario en este barrio envejecido– o en el desempeño de aquellas actividades para las que es fundamental el recurso a un vehículo –desde el traslado de un enfermo al reparto de una compra pesada–.

Eso sí, el soberano pueblo de Gijón se concentra en contra de la destitución de un cargo de confianza que ha perdido la confianza de la corporación local. Pero cada vez que se plantea la queja ante esta situación, al denunciante lo tachan de quejumbroso o lo invitan a ir a ver la ballena.

Más allá de la dudosa legalidad de las medidas, es inmoral el que se rente a intereses privados el uso de un espacio público que pertenece a todos.

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