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Mis mejores deseos para ti y los tuyos, amable leyente, ahora y siempre

martes, 15 de marzo de 2022

Al igual que Andrés Hurtado

Pocas descripciones del proceso de angustia vital he releído tan febrilmente como la que refleja «El árbol de la ciencia». Al igual que Andrés Hurtado, su personaje central, hay etapas en las que me invade la displicencia. Una desgana por todo y por todos que incluso, hasta hace poco tiempo, me acercaba a procesos autodestructivos. Es entonces que me invade una melancolía por lo que nunca existió o una rabia frente a lo que ya no existe. Por suerte siempre he vuelto a mi persona y dejó atrás mi ajado personaje de “joven airado”.



Descubrí esta novela –escrita por Pío Baroja– a los 17 años, como imposición de mi por entonces profesora de literatura, María Elvira Muñiz. Ya de aquella, yo confundía libertad con soledad y los consejos con imposiciones. Recuerdo que mantuve una avivada discrepancia con mi profesora –también directora del instituto de secundaria– sobre el sinsentido de exigirnos leer obras sobre las que no se nos permitía desarrollar una opinión basada en la lectura de sus páginas, ya que debíamos repetir la valoración que sobre la obra se nos dictaba en clase.

Quizá la muestra más clara de mi petulancia la exterioricé algún tiempo después, cuando la profesora me invitó a leer en público mi trabajo –ya evaluado por ella– sobre la obra de teatro «El tragaluz», escrita por Buero Vallejo. Yo, tras romper mi escrito y tirarlo a la papelera –si a ella le había gustado hasta el punto de urgirme a leerlo es que no era un trabajo “auténtico”–, les hablé a mis compañeros de «Al este del Edén», la novela de John Steinbeck que estaba leyendo en ese momento. Momento convertido en eternidad, pues nunca la he acabado. Ni me planteo hacerlo.

María Elvira no sólo consintió mi actuación airada, sino que creo que fue la única persona en la clase que siguió con atención mi digresión sobre la obra de John Steinbeck. Ella fue tolerante con mi actitud diletante. Yo fui intransigente con su aptitud docente. Aprendí la lección de la maestra: hay que diferenciar entre la persona y su personaje.

 

 

ŋinO. Gijón. 2022.

13 comentarios:

  1. Ay, Nino. Bien sabes que este libro casi me cuesta la vida y la nota, sobre todo. En mi caso, solo me preguntaron mi parecer y que hiciera un breve resumen. Recuerdo tener menos edad de la que tú comentas. Tal vez si lo leyera en este momento podría tener otra valoración.
    La autoridad docente de antaño, muy diferente a la de hoy día.

    Un placer leerte, amigo.

    Mil besitos con cariño y un abrazo fuerte.

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    1. Buenas tardes, Auroratris:
      Sí, compañera, son varias las veces en que esta novela ha salido a colación en nuestras conversaciones; y sé lo “costosa” que fue para ti. Por suerte, una obra no significa lo mismo para sus “obrantes”.
      Leí «El árbol de la ciencia» en COU, curso de lecturas bastante desasosegantes como «El Jarama, Tiempo de Silencio o La colmena». A diferencia de éstas «El árbol…» asentó raíz en mí.
      Las lecturas, como cualquier otra experiencia, unas nos llegan cuando las buscamos y otras cuando nos las imponen. Por entonces era lector de novela policiaca y de ciencia ficción. Rechazaba los grandes nombres literarios, ya fueran nacionales o internacionales, pues los asociaba a obligación escolar. No leí a Quijotes, Regentas o Reyes Lear hasta cumplidos los 20 años.
      Malas maneras cuando la autoridad no se tiene, sólo se ejerce.
      El placer es mutuo, escritora.

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  2. Que tiempos en el insti! Yo no lei a Baroja, pero soy de ciencias. Besos. Maite

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    1. Hola, Maite:
      Mientras que mis años de colegio lo fueron de resistencia a la barbarie, en el instituto pasé una temporada tranquila: aunque me seguía aburriendo en clase, empecé a divertirme fuera de ella; y los profesores no emitían rebuznos, sino que sonidos que no entendía.
      Cursé “letras puras”, iban más chicas.
      Un abrazo, Maite.

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  3. Es que cuando yo era estudiante leer, leer ya se sabe como con Putin ahora. Y hablar o comentar lo que se dice comentar cuidadin, cuidadin.

    Salud

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    1. Hola, Erik:
      Son muy pocas las lecturas obligatorias que he retomado voluntariamente: El lazarillo de Tormes, Las leyendas de Bécquer, El árbol…, The Magus (John Fowles). Del resto, la mayoría no las recuerdo. Eso sí, leí toda obra que se me impuso. Me temo que ese fue mi gran error, ya que no podía evitar tener opinión propia y eso no solía gustar al profesorado (me temo que les conllevaba más trabajo de corrección, pero también descubrí casos en los que presentí que no habían leído la obra en su idioma original –me ocurrió en la universidad con lecturas obligatorias en inglés– o no la recordaban fuera de sus apuntes docentes).
      Sí, con los matones y abusones como Putin siempre hay que tener cuidado.
      Un abrazo, Erik.

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  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  5. Descubrí a ese autor con el mismo libro ^^

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    1. Hola, Malindha Erba:
      Imagino que “El árbol…” es una novela que a muchos nos sirvió como acicate lector de obras fuera de nuestros gustos.
      Gracias por tu lectura comentada, Malindha Erba

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  6. Qué bueno que hubo alguien que me impuso lecturas en aquel tiempo. El quijote fue mi imposición.Y sí el docente debe diferenciar entre la persona y el personaje. hay muchos en un aula y hay que diferenciarlos para llegar al corazón que está detrás de esos personajes y que puedan aprender.Te invito a pasar por mi blog. Estamos proponiendo desafíos domingueros. Te espero. Abrazo Susana

    https://somosartesanosdelapalabra.blogspot.com/2022/03/desayunos-artesanos-volumen-ii.html

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    1. Hola, Somos:
      Gracias por tu visita y comentario. ahora me paso por tu blog.
      ¿El Quijote? Imposición dura. Me costó leer sus dos entregas (lo hice ya en la universidad).
      Imagino que el primer problema está en que muchos no sabemos marcar el límite entre nuestra persona y nuestro personaje.
      Un abrazo, Somos.

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  7. Amigo mío, primero, muchas gracias por ese link a mi blog con el tema de #Ucrania Se agradece, te agradezco. Tu bondad no tiene límites. También por la pancarta en apoyo. También por mencionar, al hilo de tus entradas, el nombre de "Ucrania" sutilmente, amablemente.
    En lo del libro, sí creo que lo leí a medias, supongo porque apenas recuerdo de él y eso que mi padre en alguna ocasión hablando de este autor me comentó que era un buen libro, con algo de pretensiones, pero supongo que para ser leído en edad adulta, quizá. Pero tu resumen y no del libro "obligatorio" tuvo que marcar un antes y un después en tu colegio, supongo y por supuesto a esa profesora que estaba decidida a "salvarte", je... Qué cosas tan bonitas cuentas, casi te imagino en un atril dichoso...
    Gracias por todo, tanto, Nino. Entre tus entradas y tus comentarios y comentaristas se genera un "buen clima" amable, divertido, juguetón, que agradezco y disfruto. Y eso es lo que más necesito en estos días, "jugar" a las risas, a las palabras que proporcionan tregua...
    Abrazos. 🤗🌍🤗

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    1. Querida Clarisa:
      Por favor, no me agradezcas el ser consecuente con mi sentir: tal y como te acabo de comentar en la anterior entrada, NUNCA le he dado la razón a la sinrazón. Quienes me han intentado, arreglar, reformar o anular recurriendo a la violencia, me han hecho daño, pero no dudar de mis convicciones. Soy cobarde como el que más, pero no traidor con lo que amo. Soy ucraniano, saharaui, venezolano…
      Sé de tus tiempos lectores con tu padre y de lo acertado de sus valoraciones. “El árbol…” es para mí una obra iniciática, más allá de su valía como novela es una baliza que marca un momento en el que dejé de representar como propias las valoraciones ajenas.
      Esa profesora me había dado clase el año anterior, en el que repetí 3º de BUP. Nunca fui un buen estudiante, pero en mi segundo 3º y en COU fueron mis mejores años académicos: quería acabar y hacerlo dándole una alegría a mis padres. Pero, la amenaza del servicio militar estaba ahí y me llevó a matricularme en la universidad. Con lo que este ninotauro no encontró la salida al laberinto académico.
      Esa profesora me tenía aprecio. Creo que me veía como un “joven airado”, pero con peso además de posé. Le alegró saber que iba a cursar Filología en lugar de Historia.
      El buen clima lo traéis vosotros, con la brisa calmada de vuestra compañía.
      Disculpa mis divagaciones en este y en el anterior comentario, Clarisa, tu cercanía me alegra el corazón.

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Gracias por tu lectura comentada.

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