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Mis mejores deseos para ti y los tuyos, amable leyente, ahora y siempre

domingo, 25 de noviembre de 2018

Zänder, el dragón acatarrado (IV)


La fuga de Zänder

Un día, hace unas tres semanas, Zänder oyó cómo dos dragones vetustos hablaban -al poco de haberlo visto pasar- de lo mucho que el jovencito es recordaba a Gondra, el dragón más molón de su generación. Como los dos dragoncetes ya eran abueletes hablaban entre sí en voz muy alta, por lo que Zänder pudo escuchar que el tal Gondra llevaba 81 años viviendo en la base derecha del arcoíris, en una colonia que había fundado para acoger a seres especiales cuyas sociedades los asociaban con asociales por estar disociados de los límites generales: marcianos azules en lugar de rojos, duendes sin barba, hadas sin vocecita acaramelada…

Enninamiento sobre imagen tomada de Internet little-dragon-clipart-baby-dragon-20

Zänder no sabía dónde podía encontrarse esa colonia y estaba seguro de que ningún adulto se lo diría. Pero, él necesitaba saber cómo aquel dragón diferente había llegado a ser el referente para los abueletes. Así que, luego de haberlo pensado mucho y haber rechazado siempre la idea de irse a buscar a Gondra; el notar de nuevo su sonrojo ante Sygrid le dio arrojo para irse más allá del arcoíris.
Sin despedirse de nadie, el muy locuelo levantó el vuelo. Sin otra intención que la de alejarse de su aflicción. Para su sorpresa se fue alejando más y más de la tierra y pronto dejó de oir las llamadas de sus amiguitos –y eso que los dragones tienen un oido tan fino que escuchan hasta el más leve trino–. Cuanto más batía sus alitas, menos abatido su sentía. Nunca antes había volado tan alto. Se sentía tan contento, tan liviano, que olvidó el peso de su tristeza y sonrió, en voz alta, con ese tono tan festejante que tienen los dragones cuando son felices cual perdices.

Zänder pensó en lo que le gustaría que lo pudieran ver sus papis y Sygrid. ¡Qué contentos se pondrían al ver que finalmente había superado su vértigo y podía dar trombos sin marearse y ascender sis austarse! Se planteó volver a Dragonlandia para contárselo y emprender juntos el vuelo. Pero estaba seguro de que sus papas le odenarían que pusiera sus patas en el suelo y dejase de hacerse el alegruelo: aún era un fragoncito y lo único que tenía que ahcer era ir a la escuela, no volar a toda suela. Y SygridSygrid… pensar en ella le hacía sentir mariposas en el estómago, quizá ésa era la razón por la que ahora volaba ahora tan alto: pensar en le daba alas a su ánimo.
Pero tenía que centrarse en encontrar en Gondra: ese dragón legendario podía ayudarlo a aceptarse a diario. Así que cruzó la línea del horizonte, allí saludó a un volador rinoceronte que charlaba con un alado bisonte. Ambos le dijeron que no conocían al tal Gondra, pero como ellos también estan cansados de que los suyos los discriminaran por ser diferentes, se ofrecieron a ayudarlo en su búsqueda de esa colnia acogedora situada en la base derecha del arociris.

Y ésta es la historia secreta de Zänder y de su fuga. No se la cuentes a nadie hasta que cumplas 180 años. Pero, sobre todo, hasta entonces: no margines a nadie por su condición diferente, amable leyente.

Pronto, muy pronto, más noticias sobre Zänder, Gondra y Sygrid.
Se feliz. Sé tu mismo. Sé fiel a tus raíces sin dejar que te enraícen. Vuela en sueños sin dueño.


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domingo, 11 de noviembre de 2018

Corría el 11 de noviembre de 1918


Hola:
Hoy se ha conmemorado en París el centenario de la firma del armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial.
Como probablemente ya sabéis, he publicado hace un mes una novela: «La gata vio al asesino». El citado conflicto bélico sirve de trasfondo ocasional a la trama de este melodrama minino, de ahí que me haya animado a compartir la parte final del segundo capítulo de mi novela.
Gracias por tu atención, amable leyente.

La Primera Guerra Mundial tratada en «La gata vio al asesino»

(…)
Corría el 11 de noviembre de 1918; y si bien en la intención de los generales aliados sólo estaba el aprovechar la debilidad del enemigo e invadir Alemania, los gobiernos de las potencias vencedoras decidieron poner una correa a sus perros de la guerra.
Los políticos en el poder se mostraban temerosos de que el actual descontento social se tradujera en una revolución similar a la orquestada por los bolcheviques en Rusia. Revuelta que ya había contado con ecos sofocados, tanto en Bélgica como en Portugal.


Una vez más, Raymond Tournier demostró atesorar esa suerte de mil demonios que sus compañeros de billar le envidiaban cada vez que lograba una carambola imposible gracias a un golpe diestro con su mano izquierda, “la mano del Diablo”.
El decreto de amnistía que acompañó al final de la guerra conllevó para él la expulsión con deshonor del ejército. Su acto de cobardía no llegó a ser juzgado en la región de Verdún durante el tiempo del conflicto, sino que la vista tuvo lugar una semana después de la declaración del armisticio. La causa del retraso en la celebración del juicio se debió a los días que los médicos especialistas necesitaron para desechar toda posibilidad de que el reo pudiera contagiar a cualquiera presente en la sala, como podría ocurrir en caso de que estuviera incubando un “tifus epidémico”.
Para cuando Raymond fue autorizado a ocupar el estrado frente a un tribunal militar, en las calles de Francia se sucedían las manifestaciones que solicitaban la desmovilización del ejército —cuyas tropas estaban sumamente desmoralizadas pese a la victoria bélica—, dado que los hombres eran necesarios en sus hogares y demandados en puestos de trabajo de cara a afrontar la reconstrucción nacional.

Casi un millón y medio de vidas de ciudadanos franceses se vieron truncadas durante un conflicto bélico resuelto en falso con una victoria marga. Gran parte del norte y este del país había sido devastado.
A pesar de lo reciente de su gloria militar, era tal el antimilitarismo que se respiraba en Francia, que incluso las cerriles autoridades castrenses comprendieron que la sociedad civil no toleraría que a sus conciudadanos, aún atrapados en las filas del ejército, se les administraran unas medidas represivas mucho más duras que las que se estaban aplicando a los combatientes enemigos capturados, los cuales estaban siendo liberados de los campos de detenidos y volvían a casa atravesando los caminos de Francia.
De ahí que la alta nomenclatura militar francesa se viera obligada a tragarse su bilis de venganza sobre la soldadesca díscola; y los procedimientos judiciales de carácter sumario fueron delimitados a los delitos de alta traición cometidos por la tropa en la primera línea del frente.



Para comprar mi novela, sólo necesitas pulsar sobre esta imagen.
GRACIAS.

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domingo, 4 de noviembre de 2018

Zänder, el dragón acatarrado (III)


Hola, amables venyenloquecidos.
¿Cómo estáis, atentas venyenloquecidas?
Confío en que ésta no haya sido una mala semana para vosotros. Yo he estado un poco “trostélido” –quizá por la llegada del tiempo gélido–, pero el calor de vuestra compañía siempre me reconforta.
Gracias sinceras y sentidas por venir y enloquecer, amables leyentes.

Pero bueno, no estamos aquí para hablar sobre mi “trostelidad” recurrente, ¿verdad?. Nos hemos reunido para conversar sobre nuestro dragoncito favorito: Zänder. Hoy os contaré el origen de su nariz enrojecida. Pero debéis mantener en secreto lo que os diga, al menos hasta que cumpláis 180 años –para lo que deben de faltar bastantes lustros, ¿verdad ilustres leyentes?–.
Bueno: acercaros, por favor, y dejad que os cuente en voz baja el secreto mejor guardado de toda Dragonlandia.


Cuentan las leyendas que cada mil años nace un dragón acatarrado o una dragona friolera. Y mira tú por donde, año arriba-año abajo, a Zänder le ha tocado ser el milenarista resfriado. El único de su especie que siente con tanta intensidad las corrientes de aire –lo que hará de él el mejor dragón piloto desde tiempo remoto– que se pone acatarrado con sólo estar destapado. Es levantare de la cama y llenársele la nariz de agüita.
Como quizá le ocurre también a tu hermanita, amigo lectorcito, de la que te burlas por su rinitis alérgica. O como le pasa a tu compi de pupitre, del que te pasma que sufra de asma. No te burles de ellos. Son especiales. Tienen una sensibilidad maravillosa para sentir lo microscópico y percibir lo invisible. Como lo son los ácaros o las corrientes. Así quer no seas vulgar. Aprende de ellos y de su capacidad para vivir con naturalidad cotidiana aquello que a ti te manda ocasionalmente a la cama –que cuando a ti, amiguito, se te pone la nariz rojita bien que tus papis te dejan quedarte en casita, ¿verdad?–.

Desde pequeño, Zänder ha sido amado por sus papis y querido por sus compis. De hecho, toda la república de Dragonlandia recibió con emoción su nacimiento. Pues consideran una bendición el haber sido distinguidos con el contar con un dragón estornudante. Cuando sea adulto, los guiará en expediciones que ahora les parecen inimaginables. Gracias a él descubrirán nuevas rutas en viajes comerciales que ahora les resultan arduos, o llegarán hasta el infinito y más allá. Pero…
La tradición, esa traición a la innovación, establece que el dragón afortunado no debe tener presente su condición de futuro benefactor de su pueblo hasta que alcance la mayoría de edad –que en el caso de los dragones, especie longeva ella– se alcanza a los 180 años.
¡¿Te imaginas, amable leyente, tener que ir al cole con 100 años o que tus papis te obliguen  a comer lentejas hasta que no dejas atrás las 179 primaveras?! ¡PUFF! Hay días, semanas y hasta décadas en las que me alegro de no ser un dragón volador, sino un humano soñador. Sinceramente: prefiero mi vida breve cual tono arpegio, a su laaaarrrrgooo desvivirse en el colegio.

Pues bien: Zänder aún es un dragoncito pequeñito. ¡Sólo tiene 81 años y apenas mide 5 metros¡ De hecho aún no proyecta llamaradas, sólo unas chispitas con las que no logra siquiera calentarse la nariz.
Zänder ha crecido sin saber de su condición de elegido, y lamentando su situación de diferente. Y mira que cada mañana su mamá está a punto de desvelarle su secreto, al verlo marchar cabizbajo al cole. Y mira que cada atardecer su papá está a punto de revelarle su desvelo cuando lo ve llegar triste del cole. Como no le pueden hablar de su futuro espacial, le mencionan su presente especial. Pero Zänder no quiere ser diferente, quiere ser igual que cualquiera que se le pone en frente.

Si no surgen inprevistos o brotan “tardeoidos”, el próximo domingo os contaré más cosas sobre Zänder.
Os dejo con vuestra imaginación ensoñando, amables leyentes.





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