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viernes, 8 de mayo de 2009

The Punisher: Ni perdono, ni olvido 2 de 4





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El justiciero de la ciudad
No conviene olvidar el contexto histórico en que se produce esta progresiva recalibración del personaje.
Los EE.UU. saludan la llegada de la década de los 80 aún heridos por su derrota en La Guerra de Vietnam, y vapuleados por La Revolución Iraní; a la vez que ven cómo Rusia “expande sus tentáculos” en Centroamérica. A escala interna, la recesión económica provoca el aumento del desarraigo social, y el crecimiento en el ciudadano medio de una sensación de abandono por parte de unas instituciones que parecen más preocupadas por proteger al desfavorecido que al contribuyente.
Este clima explica no sólo la llegada de Ronald Reagan y su “rearme moral” a la presidencia del país, sino que proboca un claro retroceso en las libertades civiles, y un renacer de las posturas ultra conservadoras. Renacer que, obviamente, tiene su plasmación en la industria del entretenimiento, siempre tan sensible a adaptar su producción al gusto político.



La figura del ex combatiente del Vietnam víctima de la desatención institucional, o la del honrado ciudadano obligado a revivir las prácticas del Far West en la jungla de asfalto, eran comunes en películas, tebeos o novelas desde el final de la década pasada. De hecho, son muchos los que señalan la influencia de Don Pledeton y sus novelas sobre The Executioner (también veterano del Vietnam) en la génesis de The Punisher, aunque no habría que olvidar la poblada galería de héroes de dudosa moralidad que puebla el Pulp y la novela popular (de La Sombra, a James Bond).
Esta figura de personaje que, marcado por una experiencia amarga, combate el Mal utilizando métodos extremos es común en el mundo del tebeo (Batman); aunque como prueba del florecer de protagonistas violentamente resentidos destaca el que en la habitualmente más mojigata DC Comics, surgen por entonces personajes como El Vigilante o Deathstroke —amigos de arreglar las cosas por las malas—, o se redefine a otros como The Question.



El vengador urbano, encarnado por Charles Bronson en múltiples películas, o el policía que no deja que la legalidad le impida hacer justicia —asociado al Clint Eastwood más pétreo—, son los personajes tipo en una industria del Cine que asiste al auge y caída de la productora-distribuidora-exhibidora Cannon —casa del CobraSylvester Stallone (1986) o del Desaparecido en combate de Chuck Norris (1984)—. Este recurso a disfrazar lo reaccionario como artístico, es un ejemplo peligroso de cómo con la excusa del todo vale, se pueden mandar mensajes que busquen crear climas sociales favorables aciertas ideologías políticas. de
No resultó sorprendente el que un personaje como El Castigador, tan fácilmente trasplantable a la pantalla al estar alejado de un mundo de supertipos voladores, inspirase la película Vengador (The Punisher, MattCimber, 1989). Ochenta y ocho minutos de puro despropósito, protagonizados por un Dolph LundgrenAvi Arad —jerifante del departamento de adaptaciones fílmicas de la Marvel— a impulsar la versión protagonizada en 2004 por Thomas Jane y JohnTravolta. convencido de que la interpretación es un deporte de contacto. De hecho, aseguran que la indigestión que le provocó este subproducto fue una de las razones que llevaron a


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Desgraciadamente, esta nueva producción —más influida por la miniserie Bienvenido a casa, Frank (de Garth Ennis y Steve Dillon) que por los pasajes clásicos del personaje— resulta decepcionante por su flojeza narrativa e interpretativa; pese a la presencia en ella de la siempre estimulante Rebecca Romijn, y del añorado Roy Scheider. Flojeza aprovechada por más de un simple para cargar contra el Tebeo como medio artístico. Ataques furibundos que no se producen cuando otras artes son adaptadas desafortunadamente. ¿O acaso algún crítico ha propuesto la quema de todos los libretos operísticos aprovechando los desvaríos del señor Franco Zeffirelli?



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