Quizá
nunca te lo había dicho, para así no desmitificarme en tu endiosarme
como el escritor que esta generación se perdía; pero, hasta ahora, no había
concluido la lectura de una novela escrita por Ernest Hemingway.
Quizá
se deba a mi natural caprichoso; pero en cuanto un libro deja de interesarme,
concluyo su lectura. Valoro más mi opinión que la de jurados que fallan permios
perjuros o la de lectores que acumulan libros. Sin hacer de ellas unas malas
novelas, son cientos las obras a las que he puesto final sin interesarme por la
conclusión que les dan sus autores.
Soy
juez y jurado en mi tribunal de valoraciones, ante el que no admito que se
eleven apelaciones a galardones conseguidos o a corazones partidos: cuando se
acaba, se acaba; y nuestro final conlleva no volver a rozar tu piel, que para
mi voluntad se ha convertido en hiel, pese a mi deseo aún se relama ante tu
miel.
Quizá
te suene a boutade saber esta gran “nidade”:
hasta hace nada mi libro favorito de Hemingway
lo era por su portada. Allá por 1983, la editorial Salvat publicó para su venta
en quioscos una impresión de la novela Fiesta, en cuya portada aparece la
magnetizante Rita Hayworth con una
sonrisa acogedora; expresión que sólo he visto reflejada en ti, aunque ahora sé
que lo tuyo era una mera mueca.
Quizá
ya no te interese saberlo; pero, al igual que hay corazones con freno y marcha
atrás, mi determinación se ve refrenada por mi “caprichosidad”; de ahí que sin ningún rubor haga lo impensable para
evitar el sopor y lo insoportable. Hace algo más de una semana, estuve a punto
de contestar a uno de esos mensajes que me mandas por error, ya que no puedo
ser el destinatario de las palabras inflamadas que contienen. Por no
escribirte, me puse a leer; y empecé el último libro que me regalaste.
Me
ha gustado, gracias.
Sin ningún quizás, nuestra fiesta se ha acabado. Estoy tan cansado que no me importa si París
brilla o arde, lo que importa es que lo nuestro ha terminado.
Sont finis, le livre et nous. Adieu,
Sidonie. Bon chance.