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La luna brilla en exceso y las cadenas aprietan demasiado:
La verdad es que ya sabía yo que esto de leer tebeos de superhéroes me iba a meter en problemas…
Y no es que, a mis cuarenta y tres años, me haya dado por pasearme en pijama con los calzoncillos por fuera. No, a los trece ya me detuvieron por exhibicionismo ridículo, y desde los catorce tengo prohibido acercarme a los escaparates de las corseterías. Además, no uso pijama —eso es de de afrancesados— y mi falta de higiene me impide mostrar mi ropa interior rachada.
El problema está en que soy el espécimen perfecto para semidiós. Os hablo en serio: ¡Llevo años sufriendo el mote de Superinterruptus, en las camas, sofás y superficies más variadas al norte de El Cabo Sur!
No se vayan, que aún hay más:
1) Mi cobardía me avala como el hombre más rápido para huir de cualquier problema.
2) Mi lujuria, me convierte en mister elástico a la hora de tocar piel femenina.
3) Mi torpeza, me trasforma en individuo invisible ante las responsabilidades. Olvídense del raído ¿Es un pájaro? ¿Es un avión?... Mi lema es: ¡Yo no fui! —It wasn´t me! para mis seguidores de Gibraltar—.
4) Mi aliento… bueno, esa es mi mejor arma, sobre todo en su versión mañanera, así que mejor me guardo el secreto.
El caso, queridos enloquecidos, es que no sé cómo me metí en el sucedido de ser archiconocido como Supercocido. Bueno, quizá mi afición al alcohol metílico y a los bares patibularios tenga algo que ver; pero en realidad estaba comprobando mi factor mutante de recuperación frente a la intoxicación. Todo mi sacrificio en pos del bien de
Lo dicho, vivimos en una sociedad que denigra a los titanes. Si lo sé, en vez de apuntarme a La liga de la justicia, me apunto a Gran hermano.
¿Por donde iba…? ¡Ah, sí, por mal camino! Aunque en mi caso, con mi nulosentido de la orientación, seguro que me salgo enseguida (¿se acuerdan de lo de Superinterruptus?)
(Nota del diario de Ninorschach: “Acuérdate de cambiarte los calzoncillos”)
Bueno, lo que les comentaba: Esto de leer tebeos de superhéroes lleva toda la vida metiéndome en problemas.
Aquí va mi última miasma:
No sé si saben ustedes que en mi identidad civil —cuando no me dedico a combatir el desarrollo de la inteligencia con los exabruptos de este blog— me consagro a asentar el caos en mentes de adolescentes prometedores. Así, como todos sabemos que las promesas están para no cumplirlas, desempeño mi función de ciudadano modelo: con la excusa de darles clase de asignaturas docentes, los instruyo en temas indolentes, ahorrándoles el sufrimiento de verse reducidos a la figura de “eterna promesa”, como fue mi caso, que de niño prometía en el “bel canto”, y ahora me he estancado en dar el cante.
Bueno, pues ocurre que los lunes —día del espectador en los cines de la ciudad que me sirve de base de operaciones— acabo de desenseñar sobre las 8 ½ de la tarde cerca de un complejo de multisalas. Para mi sorpresa —está claro que mi sentido arácnido dormita en la telaraña de Aracne— la sedosa Lola, más conocida en su alter ego de Dolores, me propuso vernos para ir al cine. Como a esas horas no me daba tiempo a volver a casa a lavarme, acudí presto a su llamada. No sin antes entrar en la sección de perfumería de un carrefour a fumigarme con todo lo que saliera de los probadores.
La muy ladina, y eso que no se lama Faustina, me recibió con una sonrisa que desapareció en cuanto el viento le acercó mi hedor. Por fortuna, vi abierto un contenedor de basura del hipermercado y a él caí de casualidad para disimular mi peste. Ventajas de ser súperpatoso. Aunque, al ver su cara de ¡éste está cada día peor, y mas guarro! aproveché que hay cerca un túnel de lavado, al que me encaminé y salí hasta encerado.
La idea de Lola era ir a ver una degeneración del Saramago llamada A ciegas; pero tras dejarle claro que yo no me había duchado para ver tamaña basura, aceptó que fuéramos a videar Watchmen,
tras concederme la demasía de ser yo quien pagase las entradas, las palomitas y el bebercio; pues su condición de mujer liberada no está reñida con la de agarrada.
Finalizada la pelí, me puso el embase de palomitas en la cabeza, de lo que deduje que no le había gustado; y ya en su casa, me ató a la cama, me puso un bozal —que ríete tú del de Anibal Lecter— y mi cuerpo ya nunca volverá a ser el mismo.
El caso es que el exceso de celo de Dolores y mi falta de pelo donde duele, me impidieron comentar con ella la película. Así que ahora, si me lo permiten, ya cubierto en hielo y untado en linimento, les glosaré la peli.