-->El domingo pasado, Sergio Huerta me regaló —para mi sorpresa— la edición estadounidense de la miniserie V. Ventajas de tener amigos desprendidos.
A raíz de su obsequio, nos pusimos a charlar del hoy y el ayer de la ciencia ficción en España. Los dos coincidimos en señalar que, probablemente V había sido la última gran serie televisiva de “marcianos” que había triunfado en nuestro país. Más allá de que la figura invasora de Diana haya pasado a encarnar, en mi bestiario, la figura de la “lagartona” por excelencia, comentamos la tremenda repercusión social de la producción televisiva, traducida en una gran explotación comercial, que alcanzó los límites de lo “guarrindongo” con la distribución de un dulce con forma de rata. Y eso en un país donde se comercializan “huesos de santo” o “brazos de gitano” resulta una demasía.
Proyectos sumamente interesantes como las series vinculadas a Star Trek —y no lo digo por haber sido su traductor—, Babylon 5 o Farscape —de la cual se anuncia una próxima temporada en Internet— han sufrido el desprecio de los ignorantes de su valía, a los que en cuanto les mencionas la palabra “nave espacial” les entra la misma repugnancia que a mí al oír el término “brócoli”. Sergio no podía evitar reírse cada vez que le comentaba la cara de ¡a ti te falta un hervor! con el que mis conocidos me miran, siempre que proclamo que mi vida sería más gris sin el brillo en ella de Battlestar Galactica… O que leo tebeos… O que soy feliz.
De hecho, esta aversión a lo “fantástico” —con la honrosa excepción de Expediente X— afecta a otros muchos programas televisivos; y explicaría el porqué del fracaso de producciones como Perdidos, Ángel o Los 4400.
Sólo cuando estas series son presentadas como productos juveniles —Xena, Smallville, Buffy…— son aceptadas como animal de compañía televisivo. Aunque viviendo en un reino donde Los Simpsons, Padre de familia o Vaca y pollo son consideradas apropiadas para una audiencia infantil, mis deseos de que llegue La República aumentan.
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