Este jueves, es nuestra compañera Molí quien nos propone como tema para nuestros relatos: “Esculturas
al aire libre”
Mi historia supera en 48 palabras la extensión propuesta.
Para acceder al resto de relatos, sólo tienes que pulsar este
enlace en el blog de Molí.
Gracias.
Hola, este relato forma
parte de la antología «Nada ha sido probado»,
disponible en Amazon por 0,99 €.
Gracias.
“La madre del emigrante”, obra de Ramón Muriedas |
Este relato está inspirado por la estatua “La madre del emigrante”, obra de Ramón Muriedas, conocida popularmente en Gijón como “La lloca’el Rinconín”.
ResponderEliminarPara más información sobre la escultura:
https://www.gijon.es/directorios/show/930-monumento-a-la-madre-del-emigrante
El inicio del relato ya me atrapó y el final tan lleno de esperanza me parece muy bello.
EliminarBesos, Nino.
Buenos días, Ángela:
EliminarMe gustan los finales felices, no el forzarlos en lo real pero sí el fantasearlos en lo ensoñado. Según envejezco, me alejo más del tremendismo y del feísmo. La belleza está en tus/vuestros ojos, Ángela.
Feliz viernes, Ángela.
Muy lindo tu texto Felicitaciones
EliminarBuenas tardes, Mucha:
EliminarLa “lindura” de mi texto se da en el contexto de tu/vuestra hermosura lectora.
Un texto cobra vida al ser leído, al igual que una caricia cobra sentido al ser compartida.
La belleza, su apreciación, surge del contraste no del aislamiento.
Gracias, Mucha, por venir a mi encuentro y contrastar tus sentimiento.
Te deseo un bello fin de semana.
Preciosa historia. Bien pudo ser así, porque ha de ser triste ver partir a tu hijo, no sabiendo si lo volverás a ver.
ResponderEliminarUn abrazo
Buenos días, Carmen:
EliminarCreo que una de las razones por las que no quise ser padre fue por mi dificultad para anteponer el “nosotros” al “yo”. Nunca me vi anteponiendo por el resto de mi vida el beneficio de otro al ejercicio de mi capricho. Y sí, debe de ser muy desgarradora esta experiencia en mi familia yo soy la primera generación en casi dos siglos que no se ha visto obligada a emigrar.
Buen viernes, Carmen.
Bela la escultura, y tu relato Nino, le hace honor a la leyenda. Un abrazo. Voy leyendo tu novela, encarretado. Carlos
ResponderEliminarBuenos días, Carlos:
EliminarDe niño, me asustaba la escultura de “La madre del emigrante”. De aquella, el lugar donde se encuentra, solía marcar el final de mis paseos con mis padres por el paseo marítimo. Ahora esta estatua me atrae hacia ella en cuanto estoy algo cerca de su rincón.
Confío en que te esté resultando amena la lectura de “Buscando el olvido”.
Feliz viernes, Carlos.
Bello y emocionante relato. Cuando la literatura, los sentimientos y las emociones caminan de la mano, la historia contada, como las estatuas, tienen vocación de permanencia.
ResponderEliminarEnhorabuena.
Un abrazo.
Buenos días, Juan:
EliminarGracias por tus palabras de aprecio. Sí, creo que lo que convierte ciertas obras de arte en referentes permanentes no es su intención de trascender, sino que su capacidad de emocionar, de comunicar. Esta estatua es un magnífico ejemplo del magnetismo en lo sencillo.
Un abrazo, Juan.
Tu historia esta tan llena de sentimientos de madre... de ese dolor que nos hace volver de alambre el corazón antes de demostrarle a los hijos lo que duele su partida...creo que se me impregnaron los ojos de algo de salitre...
ResponderEliminarBesitos
Buenos días, Diva:
EliminarQuienes llenáis de sentimientos lo que son simples palabras sois vosotros. Los idiomas comunicativos, de por sí, son excluyentes (necesitas saber su código para participar en ellos); mientras que los lenguajes creativos son universales (no necesitas saber leer una partitura o manejar un pincel para emocionarte con la Música o la Pintura). Lo que convierte el uso de un idioma en un acto de comunicación son los sentimientos con los que convertimos signos en símbolos.
Por ejemplo, para mí fue muy simbólico tu acto de interés y ganas de leer mi novela, frente a los signos de desinterés de quienes dicen apreciarme.
Gracias por todo tu cariño, Diva.
Me he venido de cabeza a tu blog al ver que coincidíamos en la estatua, para encontrar una fabulosa historia, muy diferente a la visión que día a esa misma efigie.
ResponderEliminarMe encanta verte de nuevo por aquí.
Un abrazo.
Hola, Juan Carlos:
EliminarEn cuanto pueda me acerco a leer tu historia. Ahora mismo estoy en la biblioteca de “La arena”, cerca de esta estatua que nos ha inspirado y, en cuanto acabe mi uso del pc, me acercaré hasta allí paseando bajo el sol.
Por suerte, en estos tiempos en los que la amenaza de imposición de un pensamiento único googletizado es tan ominosa, lo sentimientos siguen individualizándonos y logran que veamos y sintamos las cosas de manera diferente, no sólo al sentirlas desde diferentes corazones, sino que al vivirlas en diferentes momentos del tiempo.
Un abrazo, Juan Carlos.
Has hecho ficción un troza de tristes realidades de otros tiempos.
ResponderEliminarBuenos días, Tracy:
EliminarLa alegría y la tristeza (aunque, por suerte, suelen estar troceadas y, con suerte, barajadas) son fragmentos de una misma vida vivida y por vivir. Somos marineros en los mares del destino y nunca sabemos cuando volveremos a recalar en puertos que dimos por superados en nuestra travesía, ¿quién nos iba a decir en esta España soberbia en su señorío europeo que volveríamos a ver cómo los nuestros se ven obligados a buscar fuera una ración mínima de pan, trabajo y dignidad.
Un abrazo, Tracy.
Una vida con dos pérdidas demasiado profundas, los dos amores que se van de distinta manera, pero se van al fin. No creo que se pueda soportar la idea de despedir a un hijo, una madre siempre es una madre, y los hijos siempre los queremos bajo nuestras alas, pero cuando crecen renunciamos a ese deseo y les damos las alas para que vuelen, aunque nos quede el nido vacío y la vida pierda un poco el sentido.
ResponderEliminarHas logrado una historia maravillosa, emotiva y que toca el alma.
La escultura es hermosa más allá del halo de tristeza que me provoca verla, cosa que me dice que el artista que la realizó ha logrado su cometido, como vos con tu relato.
Un abrazo enorme.
Buenos días, Sindel:
EliminarMi “yo lector” se ha emocionado con tu comentario, pues escribes mi sensación al leerme. Mi “yo escritor” se enorgullece de haber compartido contigo esos sentimientos.
Como he escrito en una respuesta a un comentario previo, mi egoísmo me alejó de la decisión de ser padre. Es curioso, quizá más bien “llamativo”, que mis fabulaciones me muestras opuesto a mis inacciones, pues cuando pude no quise ser padre. Ahora, cuando me ensueño por escrito, me cuestiono lo acertado de mi negativa paternal: pero, una vez más, es un mero acto egoísta de incertidumbre ante mi soledad.
SIEMPRE me animan y reconfortan las palabras que me dedicas, Sindel.
Gracias, te deseo lo mejor a ti y a los tuyos.
Que emoción le pusiste a tu relato. Contaste hechos reales y a la ves le diste tu toque personal, inspirado.
ResponderEliminarSaludos.
Buenos días, Demiurgo:
EliminarSiempre me llena de inseguridad el compartir estos relatos, ya que es mucho lo que los altero para adaptarlos a la extensión sugerida. Me alegra y anima saber que no decepcionan a vuestro generoso ánimo lector.
No tengo esa impronta tan distintiva que a ti te caracteriza, pero sí, cuando fabulo intento personalizar mis historias y orientarlas hacia un final esperanzador.
Un abrazo, Demiurgo.
Yo no quería ponerme triste hoy...
ResponderEliminarPienso que si a todos nosotros nos ocurriera lo mismo en momentos de profunda tristeza, pareceríamos mucho más locos y desencajados, asustados y débiles.
Un abrazo, amigo. Feliz finde. Por estos lares celebramos el 1900, estaremos de fiesta y me gusta :))
Buenas tardes, Verónica:
EliminarAlegre, así me ha puesto tu visita en esta tarde indecisa entre atreverse a ser primavera o limitarse a ser otoño. Una tarde que, probablemente, opte a ser lo que se espera de ella.
Al igual que al clima asturiano lo asociamos a la lluvia y al viento, a la humedad en los huesos y al frío en el rostro, muchas veces nuestras reacciones ante lo impredecible están prefijadas.
Cuando llegó la desolación a mi vida, forcé sonrisas y actué de manera cuerda; fue luego, llegada la calma del vacío, que me desarbolé entre arrebatos y apatías. Cuando vuelva la tristeza, me gustaría que mi corazón siguiera latiendo bajo la coraza de una piel impermeable a las lágrimas.
¿Celebráis el 1900? Pues sí que he dormido durante lo que creí que era una breve “cabezadita”. Bueno, pues con tu permiso, me uno a la fiesta. Me encontrarás allí donde haya más ruido de risas.
Feliz finde, Verónica.
Al menos sabemos que bajo esa dura cobertura su corazón late feliz... un final que al menos no nos sumerge del todo en la tristeza. un abrazo
ResponderEliminarBuenas tardes, Mónica:
EliminarIntenté que el final de esta fabulación fuera un continuará de esperanza; de manera egoísta siempre le busco una final positivo al sufrimiento, es la manera que tengo de darme fuerzas para afrontarlo.
El problema es que miro aquí a mi alrededor y veo tanta injusticia, tanto sufrimiento sin ningún sentido que prefiero soñar a mirar. Aquí en Gijón, costa Norte de la avanzada Europa, muchos de mis conciudadanos lo están pasando mal: unos lo llevan con dignidad silenciosa, otros con rabia sonora, algunos con desánimo.
Por suerte estoy bien, aunque me queje de mis pequeñeces. Pero cuando estoy mal, me ayuda mucho el licuar mi tristeza con lágrimas. No sé sí soy hombre de lágrima fácil, pero sí que mis lágrimas son liberadoras, al igual que las de mis personaje son protectoras.
Creo que tras un lamento, hay un corazón latiente; la desolación viene con el silencio de la inexpresividad.
Un abrazo, Mónica.
Hola, Nino.
ResponderEliminarUn relato que me atrapo de principio a fin, tanto que me estrujo el alma. Las madres, tan amorosas he incondicionales que prefieren callar antes de hacer sentir mal a sus hijos, o estropear sus ilusiones, como fue el caso de Olaya. Linda imagen.
Beso
Buenas tardes, Yessy:
EliminarGracias por tu generoso comentario. Cuando uno tiende sus redes a la mar, lo hace en un intento de capturar ilusión no de quedar atrapado por el encanto de una sirena.
El silencio de Olaya es un error que cometemos muchos cuando tratamos a nuestros seres queridos como si fueran desvalidos y les omitimos una verdad que tememos que se les atragante y a nosotros nos acaba asfixiando. Nos cubrimos de una apariencia pétrea, que buscamos que nos proteja y que evite el que nadie sepa de nuestro sufrir. Por suerte, nuestro corazón sigue latiendo y nos acaba haciendo ver que nunca hay piedad en una mentira que decimos para protegernos.
Un abrazo, Yessy.
La tristeza de la despedida unida a la alegria que lleva a la esperanza, no conocia esa escultura y me encanta. Un precioso relato, besos.
ResponderEliminarLa tristeza de la despedida unida a la alegria que lleva a la esperanza, no conocia esa escultura y me encanta. Un precioso relato, besos.
ResponderEliminarBuenos días, Molí:
EliminarGracias por tu visita y comentario.
No voy a mentirme como aficionado a la Escultura, ni para mi vergüenza a la mayoría de las disciplinas artísticas; pero cuando pienso en una escultura, pienso en “La madre del emigrante”, de ahí que en cuanto supe de tu convocatoria, su imagen me viniera a la mente. Gracias por tu generosa idea.
Te deseo un gran Primero de Mayo.
Me voy a la calle.
Ufffffffff Nino... tu relato me ha tocado la fibra... Yo he emigrado de mis tierras buscando algo mejor para mi hija; y creo haberlo conseguido... pero como todas las historias tiene sus cosas bellas y aquellas que no lo son tanto... al partir no sólo he dejado toda mi familia y amigos, sino que por más que fuera "por tu bien" como dicen todos los que te aman, separé a unos abuelos de su única nieta... y eso, eso es algo que aún hoy, pese a todo, duele...
ResponderEliminarBesotes grandes, y que tu semana sea tan maravillosa como vos.
Buenos días, Alma:
EliminarGracias por tu compañía y por tu confianza al contarme esa parte de tu Historia tan difícil como esperanzadora.
Mis abuelos maternos, gijonesa y praviano, se conocieron en Cuba, isla donde nació mi madre. Mi abuelo no soportaba su nostalgia de estas tierras y acabaron volviendo, eso sí: a la ciudad de mi abuela. Me gustaría conocer Cuba mientras mantengo las fuerzas y las ganas; pero aquí sigo, mirando al mar como la estatua que protagoniza el relato.
Confío en que tu hija y tus padres sigan siendo, por mucho tiempo, la luz de tus días.
Tu comentario me deja, de nuevo, maravillado. Espero que la semana nos sea propicia en alegrías o, al menos, infértil a las desdichas.
Un abrazo soleado, Alma.
Me gusta la gente que como tú cuentan historias interesantes. Me quedé enganchada desde principio a fin.
ResponderEliminarPrefiero llamarla la madre del emigrante, decirle la lloca me duele en el alma. El amor de una madre es infinito, y el amor más puro que conozco. No soy madre de nadie.
Me quedo por aquí para hacer que mi alma siga disfrutando de tus escritura.
Saludos de una carbayona.
Buenas tardes, Tania:
EliminarTodo un gustazo el leer tus palabras de aprecio, gracias.
Ayer, en una conversación sobre Cortazar, hablaba de mi fascinación por su naturalidad al inventarse palabras. Creo que el lenguaje creativo es el más expresivo, al inventarnos palabras buscamos acercarnos a la realidad (el lenguaje críptico es en realidad el técnico, ¿o acaso un documento legal es de lectura comprensible?) Con esta digresión quiero decir que celebro tu preferencia por “La madre…” y no por “La lloca…”, elección que refleja tu sentir.
Sí, Tania, quizá el disfrutar del amor incondicional de una madre sea la mayor de nuestras suertes.
Espero que las cosas te marchen bien por Sevilla, collacia.
Un fuerte abrazu d'esti playu al que’i presta como a un llambión la to compañía.