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Mis mejores deseos para ti y los tuyos, amable leyente, ahora y siempre

jueves, 30 de julio de 2009

Con retraso: Banderas de nuestros padres.



-->En un tiempo en el que el progresismo trasnochado se dedica a despreciar, e incluso a agredir, a todo lo que huela a “barras y estrellas”, puede que resulte políticamente incorrecto recomendar una película que tiene como eje central una de las batallas más evocadas de la Segunda Guerra Mundial, la del islote de Iwo Jima; máxime si la filmación viene firmada por un "retrogrado" como el californiano Clint Eastwood.
De nada servirá plantear a esos “vanguardistas” la necesidad de separar el arte de ideología, a las sociedades de sus políticos, o el que quizás sin el sacrificio de esos “yankis” el signo de nuestros tiempos estaría marcado por un totalitarismo aun más asfixiante que esta ensoñación de libertad en la que vivimos.


Banderas de nuestros padres es una gran película.
Narrada con un tratamiento exquisito de la cámara, en la que el enfoque épico de las escenas de combate compite en fuerza con la empatía de la desolación de los combatientes. Donde el realismo sucio del matar o morir, provoca menos nausea que el asistir a los mugrientos manejos políticos.

Sólida, técnicamente intachable, soberbiamente interpretada y alejada de todo maniqueísmo excesivo —no en vano, pese a su denuncia, estamos ante una gran superproducción avalada por Steven Spielberg— el filme de Eastwood combina los valores del cine bélico (acción, montaje frenético, camaradería…) con los del cine ambientado en guerras (desencanto, vacío, pérdida…) Y es que no conviene olvidar que detrás de películas como
Objetivo Birmania o El día más largo, se encuentra el mismo conflicto que originó otras como Los mejores años de nuestra vida o Roma, ciudad abierta.

Después de todo, ésta no es la primera película que recrea esa batalla, obras como
Sands of Iwo Jima o El sexto héroe la precedieron. El filme adapta la novela homónima de James Bradley —hijo de uno de los seis soldados inmortalizados por el fotógrafo Joe Rosenhtal en su alzamiento de la bandara norteamericana sobre la cima del monte Suribachi— y Ron Powers donde ya se reflejaba la manipulación del Gobierno de esta gesta —la conquista del primer territorio japonés por los EE.UU.—, el desinterés del Estado por unos héroes a la fuerza a los que una vez utilizados condenó al olvido —poco antes otro grupo de soldados había alzado otra bandera, lo que provocó la confusión de identidades de los militares—, y la desolación de unos hombres atormentados por sus recuerdos y por la constatación de que los ideales de libertad por los que habían matado no se aplicaban ni en su propio país.

De hecho, quienes esperen una película bélica al uso pueden llevarse una decepción.
De la mano de un Tom McCarthy que interpreta al novelista James Bradley, asistimos a un relato no cronológico en el que la auténtica batalla es la que presenta el individuo frente a las instituciones por las que sacrificó su vida, a cambio de una foto trucada convertida en un icono tan poderoso como vacío.
Obviamente, Eastwood no es Rossellini, ni pretende serlo. Su existencialismo se centra en la denuncia de la perversión de un sueño, y no en lo vano de la existencia humana. De hecho, el director no deja de trasmitir cierta añoranza por un período de unidad y consolidación de su país. Aprueba la ideología que los llevó a una guerra necesaria para impedir un mal mayor, reprueba a los ideólogos que pervirtieron esos sueños.

Paul Higgins —guionista de
Million Dollar Baby y director de Crash— firma un elucubrado guión en el que las relaciones humanas, la búsqueda de la redención, y la denuncia de la injusticia del Sistema y la Vida marcan sus coordenadas creativas. En su contra, el exceso de personajes que dificulta el seguimiento de una narración que oscila en tres momentos narrativos —el presente de los supervivientes, la batalla y el uso de los “héroes” en una campaña recaudatoria de fondos para la guerra—

En su intento de objetividad, Eastwood nos ofrecerá una visión de la batalla desde la perspectiva japonesa en la película
Cartas desde Iwo Jima; donde Higgins y el japonés Iris Yamashita adaptan los diarios del general encargado de la defensa de la isla. Esta segunda obra, calificada por ciertos sectores norteamericanos de antipatriótica, le granjeó al director un globo de oro. En lo narrativo es una obra más sólida. En lo técnico mucho más depurada. Resultando una obra superior en lo cinematográfico a su antecesora; pero a la que si despojamos de su carga épica carece de la reflexión sobre la condición humana —en tiempos de paz o de guerra; ayer, hoy y siempre— que articula a Banderas de nuestros padres.


Al contrario que Eastwood, no creo que ninguna guerra, salvo contra la miseria, sirva para aunar a una sociedad. Al igual que él, pienso que algunas batallas son irremediables. ¿Será que ahora, que me hago viejo, me he vuelto retrogrado?



© Nino Ortea. Gijón, 30-VII-09.

lunes, 27 de julio de 2009

Tempus fugit


Ayer os veía así de guapetonas.




Hoy os encuentro así de… ¿juguetonas?





Aunque sé que no hay nada más efímero que la belleza, mi debilidad ante ella es eterna.



Aquí me tienes, 


esperando a que tú vengas y yo enloquezca después de que me metas un gol en fuera de juego.



© Nino Ortea Gijón, 27-VII-09

sábado, 25 de julio de 2009

Se acerca Avatar, de James Cameron


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En una entrada fechada en el 23 de julio, la página web comingsoon comenta, en palabras de Silas Lesnick, el esperado regreso del director —productor, guionista y cámara— James Cameron; quien tras el éxito de Titanic (1997), se había mantenido ausente del campo de la realización de largos cinematográficos, centrándose en la producción o realización de cortometrajes, como el espectacular Ghost of the Abyss (2003), o en el desarrollo de nuevas cámaras y equipaciones técnicas.





Su retorno, viene de la mano de los estudios Fox, con los que mantiene una estrecha relación desde Aliens, el regreso (1986), plasmada en filmes como Abyss (1989), Mentiras arriesgadas (1994) o Titanic (1997). Mayo de 2009 era el período publicitado para el estreno de Avatar, momento ahora pospuesto hasta el 18 de diciembre. Este lanzamiento viene impregnado de muchas esperanzas tanto por parte de la Industria como de los espectadores, dado que los estudios y el realizador no sólo confían en inaugurar una nueva franquicia fílmica, sino que se fían en renovar el mundo del Cine.


Tan ambicioso propósito, explicaría la dilación en el estreno —tal y como podéis ver en los dos carteles promocionales que acompañan a este artículo—; lo elevado de su presupuesto —superior a los 700 millones de dólares en su producción, cifra que alcanzara los 1.000 millones con la postproducción— y el desarrollo de nuevas técnicas cinematográficas e infográficas por parte de un equipo supervisado por Cameron.




Fox ha anunciado que confía en hacer del 21 de agosto de este año el día mundial de Avatar; y para ello autorizará la proyección gratuita de un segmento de 15 minutos del filme. Proyección que se realizará en un número selecto de salas Imax o preparadas para la exhibición en 3D. De cara a universalizar su promoción, ese mismo día se colgará libre de descarga el primer trailer de la película, cuya extensión no ha sido facilitada. De hecho una de las decisiones más difíciles que tiene que tomarse es establecer la duración final del máster fílmico, pues se habla de una extensión de 189 minutos —5 menos que Titanic— lo que condicionaría su comercialización en salas Imax, que sólo trabajan con obras de una duración máxima de 160 minutos.
No conviene olvidar que la explotación cinematográfica en salas y en el hogar se encuentra en pleno proceso de adaptación a los nuevos usos y costumbres de los espectadores. Mientras que las majors no acaban de dar con un soporte que canalice sus productos para su explotación hogareña —la apuesta por el blue-ray no es firme, y la opción a las descargas de contenidos gana adeptos—; las salas de cine parecen haber encontrado una salida en su apuesta por la espectacularidad del cine en 3D o las salas Imax. De hecho, en el primer semestre de este año las recaudaciones mundiales por exhibición cinematográfica han aumentado en un 15% respecto al año pasado; y se estima que un 5% de los espectadores llevaban más de 12 meses sin acudir al cine.
Por otro lado, los relativos fracasos económicos de dos películas esperadas, hiperpublicitadas y de una factura final impecable como Watchmen y Terminator: Salvation, sirven como doloroso ejemplo de lo caprichoso de una audiencia aún soberana, afortunadamente, de sus gustos y dineros en esta sociedad tan mediatizada por la publicidad.
Cameron ha dado probadas muestras de su talante visionario a la hora de aplicar innovaciones gráficas al cine, y de su maestría a la hora de dirigir superproducciones abocadas al mayor de los naufragios. Así mismo, es una persona fiel a sus ideas, amigos y propósitos. Los mismos estudios Fox, sufrieron en sus carnes la terquedad de Cameron a la hora de rodar una continuación de Alien fiel a su impronta y no a la de Ridley Scott. O su empeño a la hora de cumplir la palabra dada, y apoyar a sus ex parejas —Kathyn Bigelow o Linda Hamilton— en proyectos en los que las productoras deseaban otros nombres menos venenosos para las taquillas.
Mucho le debe la imagen, tanto en su vertiente cinematográfica como publicitaria, a este pionero del uso de la infografía, campo por el que apostó fuertemente tanto desde los estudios Digital Domain, como de la productora Lighstorm Entertaiment.
Avatar, voz que identifica a la encarnación humana de un dios, nos cuenta las vicisitudes de un ex marine, enviado contra su voluntad a un lejano planeta donde tendrá que luchar por su supervivencia. Sus protagonistas son los Sam Worhington —seleccionado antes de su implicación en Terminator: Salvation—y Zoe Saldana; y entre las numerosas empresas que colaboran en el proyecto, destacan los Weta Studios de Peter Jackson. Sin lugar a dudas, uno de los mayores atractivos de la obra, será su tratamiento de la imagen, habiendo sido necesarias para la producción el desarrollo de nuevas cámaras y técnicas de rodaje, que continuarán el camino abierto por Sony para Superman Returns.
Pese a lo ambicioso del proyecto, confiamos en que Cameron sepa imponer su impronta creativa en él. Pues, no conviene olvidarse de que, pese a que estamos ante un maestro de superproducciones, el creador
Muchas son las cosas que me unen a este creador, apasionado de la vida y las mujeres, capaz de nadar a contracorriente, y terco como una mula.





Silas Lesnick comparte en la citada página de Internet la trama de los 24 minutos de la película que se proyectaron para la prensa especializada en el Salón H de la reciente Comic-Con de San Diego.
Si quieres leer mi traducción de parte de sus palabras, pincha aquí


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© Nino Ortea Gijón, 25-VII-09


Breve presentación de Avatar


La primera escena muestra a Jake Sully —Sam Worthington— acudiendo en una silla de ruedas a una reunión militar, donde hay un buen puñado de soldados. El típico sargento chusquero procederá a soltar una arenga en la que dice que aunque su trabajo consiste en mantenerlos vivos en combate, no lo logrará con todos.




Se pasa a otro acto donde veremos a Jake ser informado respecto al proyecto Avatar, que básicamente se sustenta en la mezcla de DNA humano y alienígena para establecer los patrones de unos simbiontes —los Na'vi—, permitiendo una conexión mental del humano donante con el cuerpo resultante.

En la sala veremos unos tanques, en uno de los cuales se encuentra la réplica de Jake: su “avatar”.
Luego se proyectó una situación en un laboratorio donde Jake charla con la Dra. Grace Augustine —Sigourney Weaver— poco antes de meterse en su avatar de combate. Jack bromea sobre la valía de una doctora que ha sido incapaz de devolverle su habilidad de movimiento, mientras Grace objeta que menudo soldado es que necesita un avatar para combatir. Tras introducirse en el armazón, queda inconsciente. Al despertarse, está en el laboratorio pero en el cuerpo de un na’vi.
El na’vi, de unos 10 pies de alto, tiene una mezcla de rasgos humanos, de caballo y de gato. Su exterior es azul y con las rayas de una cebra. Jake se siente tan excitado al sentir que puede caminar, que desoye las advertencias que le gritan los doctores, rompe los muros del laboratorio y se aleja derribando cosas con su cola.


El artículo de Lesnick continúa, incluyendo la descripción de numerosas escenas en el planeta Pandora. Pero personalmente odio que me destripen una historia; así que me he limitado a traducir la presentación del proyecto. Llevo 44 años esperando por esta peli, así que bien puedo esperar 5 meses más.
Este diciembre, tú y yo tenemos una cita, sin nuestros avatares.
Recuérdalo.
© Nino Ortea Gijón, 25-VII-09

miércoles, 22 de julio de 2009

TdAp: III a


TdAp: Hijos del Paraiso III b


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Y un mago, un rabino mágico de la sala de cine.
Él es “Uno de los más grandes directores de cine franceses, director y guionista de una película en desarrollo llamada la Cinémathèque Française”, dijo Jen-Luc Godard.
Para Bernardo Bertolucci la Cinémathèque era “La mejor escuela de cine del mundo... Y el mejor profesor es Henri Langlois”.
¿Qué clase de colegio dirigía el rabino? No daba conferencias. No dictaba. Sus únicas enseñanzas eran las películas que mostraba a todos los “alumnos” que se sentaban con él en la Cinémathèque. “No he ayudado, no he enseñado, tan sólo he puesto la comida sobre la mesa... Ese es mi trabajo, proyectar películas; guardar y exhibir películas. Nada más. Henri Langlois no existe”.
Cuando era joven, Langlois era tan delgado que no podía sujetarse los pantalones sin la ayuda del alambre de un tonel - cuando cumplió los cuarenta estaba tan gordo que se movía como un elefante asmático. Vivía en un mundo ordenadamente desordenado. Pero encontró un sistema para desenvolverse en medio de todo el caos que creaba.
Cuando quiera que hacía un viaje, sacaba dos billetes de avión, porque siempre acababa perdiendo uno. No valoraba el dinero. Incluso después de que tanto él como la Cinémathèque hubieran alcanzado fama mundial, era tan pobre como una rata. Murió de un ataque al corazón una noche de 1977. Había estado sentado en su escritorio a la luz de una vela como una especie de Robinson Crusoe. Vivía sin electricidad ni un teléfono que funcionara. El rabino se había olvidado de pagar las facturas.
3. Henri Langlois nació el 12 de noviembre de 1914, en Smyrna (ahora Izmir), una ciudad portuaria turca poblada por griegos. Los turcos y los griegos no podían convivir. Estaban constantemente echándose los unos a las gargantas de los otros.
Hemingway describió las consecuencias de una guerra entre griegos y nacionalistas turcos, en su relato On the Quai at Smyrna. Mientras los turcos saqueaban la ciudad, las mujeres se amontonaban en los muelles y aferraban sus hijos muertos. “No podías hacer que las mujeres posasen a sus hijos muertos. Los sujetaron durante seis días. No los abandonaron”. Los soldados griegos en retirada no podían llevarse con ellos a sus animales de carga, “Así que les rompían las piernas delanteras y los lanzaban a las aguas poco profundas”.
Así era Smyrna en 1922. Un poco al estilo del viejo Shanghai, con su zona internacional, en la que norteamericanos, alemanes, italianos, ingleses y franceses vivían en casas que consideraban parte de su tierra natal.
Así que Henri fue un infante colonial en una ciudad enloquecida. Su madre, Annie-Louise Braggiotti, era una mujer de ascendencia italiana. La madre de su madre había nacido en Charleston, Carolina del Sur, a donde los Braggiotti habían emigrado antes de la Guerra Civil Norteamericana. Los Braggiotti dejaron Norteamérica tras la derrota del Sur. Porque, pensaba Langlois, habían apoyado al bando perdedor de la guerra.




TdAp: Hijos del Paraiso III c


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¡Ah, este hombre que se sentaba junto a millas y millas de rollos de películas, se había perdido su verdadera vocación!. Debería haber sido diseñador de escenarios en la MGM...
La familia Langlois abandonó Smyrna durante el asedio de 1922, mientras las multitudes se amontonaban en filas de espera kilométricas y las madres aferraban sus hijos muertos. Un navío de guerra francés los trajo a Marsella. La familia se instaló en París, en la calle Laferrière, en el noveno edificio, una angosta circunvalación no muy lejos de la Plaza Pigalle.
Henri creció en el mítico y ensoñador periodo entre las películas mudas de los años veinte y la llegada del sonoro.
Tenía quince años cuando vio A Girl in Every Port, una de las últimas películas mudas de Howard Hawks, protagonizada por Louise Brooks. Louise lo fascinó. “Tan pronto como aparece en la pantalla, la ficción desaparece junto con la creación artística, y uno tiene la sensación de estar viendo un documental... ella encarna todo lo que el cine redescubrió durante el último periodo del cine mudo: completa naturalidad y absoluta simplicidad. Su arte es tan puro que se convierte en invisible”.



Y fue, en parte, para salvar al cine mudo que este muchacho comenzó su pequeña cinémathèque. En el momento en que llegó el sonoro, las películas mudas estaban condenadas. Su contenido en plata se convirtió en más valioso que el arte que guardaban. Al igual que Louise Brooks, las películas “cayeron en ese agujero negro” que separa al silencio del sonido “y desaparecieron de las pantallas mundiales”, escribe Richard Round en A Passion for Films.
Con lo que Langlois suplicó, tomó prestadas y compró todas las películas que pudo.
Su vida ya estaba marcada antes de dejar el instituto. Este saco de huesos, con sus ojos grandes, enormes, y un alambre de tonel alrededor de su cintura, estaba construyendo el más extraño de los imperios: un archivo de películas que nadie parecía querer.
Junto a otro joven cinéfilo, Georges Franju, montó su propio cine-club, Le Cercle du cinema; alquilando una habitación en los Campos Elíseos, para proyectar producciones mudas todos los viernes por la noche, en una estrecha habitación repleta de sillas que se venían abajo con facilidad.
Los cine-clubs florecían en París. Langlois no se conformó con ser un simple exhibidor, un pregonero de películas. Junto con Franju estableció la Cinémathèque Française en 1936, cuando Langlois tenía veintiún años. Almacenaban sus copias en un edificio abandonado detrás de un asilo para ancianos en Orly, un barrio de París.




TdAp: Hijos del Paraiso III d


Una curiosa nota al píe para este “Orly affair” es que George Meéliès, antiguo mago y uno de los primeros y más destacados de todos los directores, residía en el asilo.
Era Meéliès quien guardaba los archivos, quien velaba por las llaves de la Cinémathèque, era como si el viejo mago hubiera podido conjurar el tiempo dentro de las latas de películas para Langlois y Franju.
Langlois no era un miserable. No acumulaba. No atesoraba sus adquisiciones alejándolas de los demás. Las compartía con otros archivos y asociaciones. Se convirtió en una especie de padrino de la Cineteca Italiana, una asociación de aficionados al cine que era mirada con recelo por los fascistas.
Solía pasar de contrabando a Milán películas de Eisenstein, Pudovkin o René Clair, que habían sido prohibidas por los hombres de Mussolini.
A Langlois le encantaba el helado milanés casi tanto como el cine. Tan delgado como siempre, descubrió una heladería especialmente buena y devoró una docena de especialidades, un día que la visitó junto a Gianni Comencini de la Cineteca Italiana. Langlois sufrió un tremendo dolor de estómago esa noche. La madre de Comencini aplicó su propia cura mágica. Langlois fue colocado sobre su espalda en la mesa de la cocina, y la Signora Comencini comenzó a plancharle el estómago. Su teoría era que el calor de la plancha derretiría el helado. Y, de alguna manera, acertó.
En 1938 Langlois y Franju ayudaron a formar la Fédération Internationale des Archives du film (F.I.A.F.), de la cual Franju se convirtió en secretario ejecutivo. Uno de los miembros fundadores y primer presidente de la F.I.A.F. fue Frank Hensel del Reichsfilmarchiv. Tener a un burócrata alemán (y miembro del Partido Nazi) como compañero cinéfilo resultó ser un hecho providencial para la Cinémathèque Française.
Hensel fue oficial de la Wehrmacht durante la guerra, director del Reichsfilmarchiv, y jefe del apartado cinematográfico de todo el ejército alemán. Además fue un hombre muy misterioso. Poco se sabe sobre Frank Hensel. Fue uno de los primeros afiliados nazis, su madre era inglesa, y él estuvo al frente de un circo durante algún tiempo.
Al igual que otros nazis desapareció durante un tiempo una vez que se acabó la guerra, se metió en negocios y, por lo menos públicamente, abandonó su “romance” con las películas. Pero durante la ocupación de París llevó su vida secreta. Se convirtió en un personaje casi hollywoodiense, una especie de Fantomas benévolo, o un Pinpinela Escarlata.
Encontró bóvedas donde Langlois y Franju pudieron ocultar sus filmes. “Cuando quiera que había alguna amenaza de que una película fuese secuestrada por alguna de las restantes autoridades alemanas, se las arreglaba para establecer una contraorden” y entregarle la copia a Franju. También garantizó un refugio permanente para la Cinémathèque, en el número 7 de la Avenue de Messine, la cual albergaba el Reichsfilmkammer (el departamento fílmico alemán).
Fue la “cercanía” a la Reichsfilmkammer lo que la mantuvo viva.
¿Y qué pasó con Langlois? Deambulaba como uno de los fantasmas de sus películas enlatadas, desempeñando su pequeño juego político para mantener el archivo que poseía. “He escondido obras como El gran dictador, o algunas películas soviéticas en un castillo que pertenece a Mme. Jean Voilier, que por un lado apoya a la resistencia y por otro a los alemanes”.
Fue aproximadamente en esta época que él empezó a vivir con Mary Meerson, que era tan obscura y volátil como el mismo Langlois. Nadie sabe exactamente dónde o cuándo nació. Pero fue una mujer de gran belleza que posó para Oskar Kokoschka y Giorgio de Chirico.
Su apellido de soltera fue Popov y puede que naciera en Bulgaria. Hablaba media docena de idiomas, incluido el hebreo. Y cuando se le preguntaba sobre su pasado, solía sonreír y decir que no existía esa tal Mary Meerson. “Yo soy Sherezade”.
Cuando Sherezade conoció a Langlois, éste era “delgado, delgado y con unos ojos muy grandes y prominentes”. Engordaron juntos. “Tras la guerra Mary comenzó a ganar peso, y yo decidí hacer lo mismo; para mantener su compañía”.



©Nino Ortea Gijón, 22-VII-09

lunes, 20 de julio de 2009

Hoy hace un año



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Hoy hace un año saboreaba menos las cosas.
Aunque estaba recuperando el apetito vital, aún me obligaba a una dieta a base de tranquilidad y buenos alimentos.
Ahora, me levanto todos los días con hambre de vivencias; e incluso me pego algún que otro atracón de risas o excesos, sin que ello me lleve —una vez superada la resaca emocional— a desarrollar repugnancia hacia lo que se me atraganta. Simplemente, procuro no volver a probarlo.
En estos últimos 365 días, he intentado trazar mi recorrido emocional con migas de recuerdos; por si me vuelvo a perder, cual Pulgarcito, poder regresar a casa a la hora de cenar, y no recular a deambular por corazones baldíos de sentimientos, ni encontrarme mendigando por las esquinas migajas de cariño.
Pese a que mi pulso es más firme que hace 8760 horas, mi trazo sigue siendo errático. No es sólo que mi subconsciente me lleva a evitar plasmar ciertas conductas de las que me arrepiento —de hecho, cada vez tengo más claro que aquél no fui yo, fue El Otro—, si no que de manera consciente evito dar preponderancia a las acciones sobre las reacciones.



Finalmente he comprendido que lo que soy hoy, es la suma de todo lo que fui ayer.
Quizás en ese aceptarme tal y como soy, reside la clave de mi volver a gustarme. Pues en los cuatro años anteriores me había dedicado a amputarme de todo lo que me singularizaba, a fin de ser aceptado. Para gustar acepté ser despreciado.
No voy a ser yo quien diga si fue primero la gallina del terminar o el huevo del empezar; así que no puedo asegurar si en mi evolución fue más importante alejarme de lo que me disgustaba, o acercarme a lo que me gusta.
Dejar de fumar ha sido tan básico en la recuperación de mi autoestima como volver a escribir. Conocer a nuevas personas es tan enriquecedor como liberador ha sido el alejarme de otras. Al reconocer mis aciertos no se me olvida admitir mis errores. Pese a no poder olvidar lo malo vivido, si que puedo disculpar los males sufridos. No guardo rencor, simplemente hay cosas que uno no puede aceptar. Ni loco ni cuerdo,
A nadie nos educan para consentir ofensas escudadas en excusas que nos suenan a farsas.
Sé lo que es querer y ser querido; por lo que también sé cuando no se me quiere. Lo importante es ser uno mismo. Eso no garantiza obrar siempre bien, pero sí que nos libera de remordimientos. Al sincronizar la acción con la reacción, no quedan palabras por decir ni gestos por interpretar. Cuando tengo que pedir perdón, me siento y lo digo. Cuando tengo que decir adiós, me levanto y me voy.
No me considero mejor ni peor que nadie; pero sí que pretendo ser el mejor Nino Ortea posible. Mantener el ánimo vital y la curiosidad intelectual, se sustenta en compartir vivencias y en mantener mi idiosincrasia.
Hoy hace un año abrí este blog —Ven y enloquece— para el que tomé prestado el título en español del relato Come and Get Mad, escrito en 1949 por Frederic Brown. El porqué del uso de dicho epígrafe es bastante curioso. Y prometo compartirlo con vosotros cuando al resonarlo no falsee mis recuerdos.
Hoy hace un año abrí este blog que no habría sido nada de no ser por ti, lector.
Una vez más: gracias por venir y enloquecer.



© Nino Ortea Gijón, 20-VII-09

viernes, 17 de julio de 2009

The Savage Dragon: Si volvieran los dragones 1/8


Ahora, más que nunca, hay que mantener la ilusión.
Mi última visita a la tienda de cómics donde otrora trabajé —y de la que ahora soy cliente— fue tan desoladora como encender la televisión y volver a encontrarme el rostro de Jesús Hermida.

¿Cómo puede ser que constantemente los diferentes grupos editoriales estén editando los mismos tebeos?
¿Así se dignifica un medio artístico?
Como lector de Historieta desde hace 38 años, mi respuesta es ¡No!
Recientemente, la editorial española Dolmen ha comenzado a republicar la colección The Savage Dragon —creada, desarrollada y mimada por Eric Larsen—.
En su momento el proyecto había sido divulgado por Planeta, y luego por Aleta Ediciones. La primera en un formato que respetaba el formato, color y gramaje original de la serie; la segunda en unos tomos que alteraban las citadas condiciones.
¡Y entonces llega la editorial Dolmen! La cual a una triste edición en blanco y negro, le une un formato de tamaño inferior y una presentación en tomo que agrupa 11 cómics.
Sinceramente, no me parece la forma más apropiada de lograr que un lector se anime a comprar un producto. Pero bueno, ellos son los profesionales. Como parece ser que una de las razones que justifican su llorosa presentación es la falta de originales en color, desde aquí ofrezco de forma gratuita a Dolmen mis tebeos para que los usen de cara a la posible continuidad de su proyecto editorial. Suyos son si me garantizan que intentarán editar los tebeos de manera acorde a la de los tomos recopilatorios yanquis —por cierto, en esta página oficial del creador podéis encontrar cosas muy interesantes http://www.savagedragon.com/
Mientras tanto, seguiré fantaseando con el regreso de los dragones.




Si volvieran los dragones.
Érase una vez en un reino llamado España, que un alegre dragón verde compartió espacio con dioses asgardianos, superhombres kriptonianos y engendros infernales. En aquella época el hecho de ser de un color diferente, o lucir cresta, no le impedía a un ser dotado de buenas intenciones acometer al Mal, a la vez que tentaba a rubicundas señoritas.
De aquella era de leyenda, en la que crónicas mensuales de las gestas de los héroes más diversos poblaban nuestro mercado, hoy sólo queda el recuerdo. Acerquémonos todos para rememorar los cantares en los que un salvaje dragón luchaba por ser feliz, y comerse algo más que una perdiz.
Hubo un tiempo, allá por la mitad de la Tercera Edad del Cómic Generalista, en que Serión, Señor Obscuro del Control Creativo, se expandía de nuevo con fuerza por la Tierra Medía de la Historieta. Cuando todos creían olvidada la amenaza obscurantista que supuso el pérfido nigromante Wertham, El Sicalíptico —cuyos sortilegios aun se apreciaban en la llamada Vergüenza del Comics Code, que las editoriales lucían en sus blasones— se produjo un renacer de Muermor, tierra asolada por el aburrimiento narrativo desde la que Serión buscaba ampliar su dominio editorial. En ella se gestaban una sucesión de tebeos insufribles en los que la pretenciosidad o banalidad de sus creadores era avivada por Los espectros del dinerillo que gobernaban las dos principales torres creativas tebeísticas. Bajo la excusa del beneficio económico, estos espectros aumentaban el poder de su señor, Serión, en su campaña por asolar La Tierra Medía.
El número de creyentes en las virtudes de la Historieta disminuía, siendo sustituidos por especuladores de papel impreso guardado en bolsas de plástico, o acumuladores de mercadotecnia nunca sacada de los embalajes. Las horas del reino artístico del Tebeo Popular parecían contadas, y los seguidores del otrora arte multitudinario comenzaban a sufrir una implacable caza de brujas, que convertía en victimas del desprecio social a los que no abjuraban de la magia del medio aduciendo razones de madurez o sensatez.




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