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Mis mejores deseos para ti y los tuyos, amable leyente, ahora y siempre

domingo, 29 de abril de 2012

Esta vez es personal.


De pequeño soñaba con que un día podría volar; pero, ya de adulto, he descubierto que el poder que he desarrollado es el de la invisibilidad.

Recuerdo la preocupación que provocó en mi madre el estreno de la película Superman (Richard Donner, 1978). Me fastidió mucho su insistencia en que fuéramos a verla en familia; pues a mis 13 años prefería que mis padres me pagaran el cine y no que me acompañaran a él, como si fuera un niño. Mi fastidio se convirtió en sorpresa, a la salida del Teatro Arango, cuando comprobé la alegría materna tras comentarles que no me había gustado la peli, pues la había encontrado larga y aburrida. Después de todo, llevaba años insistiendo en que las horas de colegio se me hacían largas y aburridas; y mi madre, lejos de alegrarse, siempre se disgustaba y me reñía, lo que hacía que deseara estar en Kriptón y no castigado en Gijón, en la fortaleza de la soledad de mi habitación.
Con el tiempo, llegué a saber que mi madre pensó que mi componente sugestionable podría llevarme a intentar imitar a Clark Kent en sus intentos de vuelo. Después de todo, empecé a caminar tras oír el “andagua Chita” gritado por Tarzán en una peli; y tras ver Juego con la muerte, me creí un Bruce Lee.
La adolescencia no trajo el cambio que yo esperaba. A diferencia de los inquietantes miembros de La Patrulla-X, en mi cuerpo no brotaron alas o garras propulsoras, sino granos y pelillos. Mis manos seguían igual de torpes y mis vuelos de Ícaro se derretían al sol de la mirada de mis compañeras de clase.
Desde entonces, lo único que ha pasado volando es el tiempo. Durante muchos años, había creído que la única habilidad mutante que había desarrollado es la de mantener un ánimo juvenil en un cuerpo envejecido; pero no es así.
 Gracias a Internet sé que tengo el don de la invisibilidad. Si una de las bases de La Ciencia es la experimentación, ya tengo más que comprobada la indiferencia con la que algunos de los que se dicen próximos a mí, me tratan en internet. Y todo ello pese a que saben de mis ganas de remontar el vuelo en esto de la creación literaria. No sólo por buscar embellecer la realidad al contarla, ante todo por mi deseo de aprender y, quizá, llegar a planear en los aires editoriales.

Sin embargo, parte de esos allegados se muestran distantes frente a mis intereses. No me ven; para ellos no existo. Veo su reflejo en otros espejos cibernéticos y me preguntó porqué no se paran en el mío. Más allá de mis inseguridades y sus razones, lo que duele es que no me acompañan en mis vuelos.
Esta vez, como siempre, lo que hago y cuento es personal. Esta vez, la primera, acepto que mi revoloteo es invisible para ciertos radares afectivos.
Los ríos y la vida van para adelante. Vivir no conlleva renegar del pasado, sino adaptarte a él.
Gracias por no hacerme sentir invisible.
Nino

Mi nuevo blog


sábado, 28 de abril de 2012

LOS VENGADORES: UNA VEZ VENGADOR.


Toda una hazaña, que no desmerece en nada de las proezas del poderoso Thor, era el intentar devolver parte del encanto del que disfrutó a una serie como The Avengers, tras largos años de más pena que gloria a lo largo de la última década, y un frustrante periodo condenada a la suplencia editorial que supuso el banquillo de Heroes Reborn. Tal amalgama de seres poderosos, necesitaba de un superequipo creativo que la dotase de calidad e interés. Y éste cobró cuerpo en el fervoroso Kurt Busiek, el increible George Pérezy el invencible Al Vey.

Busiek no es un guionista que aporte novedades conceptuales o narrativas. Es más no faltan voces que le niegan la consideración de creador y lo reducen a mero copista. Tampoco es un autor que dote a su obra de segundas lecturas morales o claros discursos éticos. Recoge elementos ya narrados, los recicla y vuelve a utilizar aportando un toque personal, no falto de humor ni de su gusto por reflejar el cotidiano aspecto humano que se encuentra en todo extraordinario comportamiento heroico. Este volver a contar lo ya contado, es una constante en el arte. Si estableciéramos una sacrílega comparación con la Odisea, diríamos que Kurt–el cual en el fondo no deja de ser un gran aficionado a la colección como demuestra su carta publicada en el nº 183 usa– es un Virgilio inspirado por la narrativa y temática de Homero (Stan Lee), muy alejado de la innovación y ruptura de los cánones que podría aportar un JamesJoyce del cómic (Frank Miller). Pocas son las novedades temáticas con que nos encontramos, y ninguna es importante. Lo substancial, es el cariño, el cuidado y la facilidad con que Busiek desarrolla la narración, presentando tramas principales que afectan al grupo y se resuelven en pocos números –elección del equipo, enfrentamiento a enemigos,...– y un entramado secundario más dilatado y centrado en los personajes
Del dibujo se ocupa George Pérez. Lo primero que salta la vista al contemplar el diseño de este churrigeresco virtuoso, es su fino trazado que le permite cargar sus viñetas con múltiples figuras y formas sin llegar a saturar las páginas. Sus preciosistas ilustraciones llenas de detalles y fuerza, nunca se nos muestran efectistas, pues no busca rellenar viñetas sino que alcanzar una mayor expresividad narrativa, al contarnos en uno de sus planos lo que a otro prodigio del dibujo moderno le llevaría medio cómic. El realismo con el que refleja a sus humanos personajes, la expresividad de que los dota, hace que nos sea imposible no maravillarnos ante su dibujo, como la impresionante recreación de Asgardque muestra en el número 1, o a los imponentes trajes y armaduras con los que cubre a los héroes en los episodios 2 y 3 .
Cuando se sale de los enfoques barroquistas de masas humanas, su trabajo continúa siendo insuperable. Centrándonos en el nº 1, citaría como ejemplo de su búsqueda de coherencia, la enorme taza de té que se sirve al descomunal Hombre Gigante. Su obra es perfectamente completada por el adecuado entintado de Al Vey, el cual no nos hace añorar en ningún momento al propio autor como embellecedor.
Estamos ante una colección que tal vez no aporta muchas novedades conceptuales, pero si gran calidad artística; y que constituye una lectura muy apropiada para todos aquellos que se sientan atraidos por los héroes de Marvel tras haber visto la película.
La editorial Panini ha recopilado en el tomo Los vengadores: Una vez vengador –publicado dentro de su línea Marvel Extra Superheroes– los 12 primeros números firmados por Busiek, Pérez y Vey, junto con el Avengers & Squadron Supreme Annual 1998.


domingo, 22 de abril de 2012

viernes, 20 de abril de 2012

Al pan, peich; y al vino, ¡handerr!

Lo reconozco: soy un cobarde. Quizá también sea un gallina; lo que tengo claro es que –yo que soñaba con ser El Capitán Trueno– me he convertido en un capitán de la sardina. Eso sí, de la enlatada; que, tal y como está la situación, uno prefiere conservar a arriesgar.

Lo de mi cobardía viene de lejos. Aunque intento acercarme a ella, para domarla con pequeños gestos que vendo como grandes gestas. Para vencer el miedo a la pérdida, me hago trampas al solitario. Para dominar mi aprensión al fracaso, relleno crucigramas tras leer las soluciones. Para llenar mi temor al estómago vacío, como yogures caducados. Pero mi miedo a la página en blanco sigue ahí. Haciéndome embutir la papelera con quieroynopuedos creativos.
Lo de las Pussy Riot ha llevado que me vuelva a asustar hasta de mi sombra. Y más al temer que la consecuencia de mis temeridades puede llevarme a pasar eternidades a la sombra.
Yo lo que quería ser tan valiente como El Capitán Trueno; y escribir una reflexión sobre “el demonio de las armas”. Recalcar sus efectos letales; y más cuando la mano que las carga no es la del Diablo, sino la del Regente. Pero, por eso de la intocabilidad de la coronidad, mejor memeto con Rajoy. Pues incluso su votante lo trata de tunante. Y de la sardina al atún, la diferencia sólo es el tamaño. Así que, ¡allá voy, Rajoy!

Pero no. No me parece prudente meterme con el Presidente. A las Pussy Riot las van a enlatar en la cárcel por cantarle en cirílico a un político ruso. Resulta que, a las muy punkis, no se les ocurrió otra cosa que montarle un cirio a Putin en un templo ortodoxo. Y el muy rencoroso del presidente ruso amenaza con tenerlas en presidio hasta que Manolo Escobar encuentre su carro.
Así que mejor me olvido del Señor Rajoy y de la familia de los Borbones y me dedico a comer bombones. Quizá así logre tener una dicción parecida a la del bien parecido héroe de acción africana, gran simulador cameral y mejor orador en los pasillos. Aunque,al compararme con él renacen mis miedos. Y al oírlo, que no escucharlo, mis inseguridades se hacen verdades:no hablo el mismo idioma que el monarca. ¡No soy español! ¡Soy chiquitistaní!
Ese señor, con traje y muletas, habla de manera diferente. Mi problema es que, en mi pretenciosidad, me suena a leísta, casi vulgar en su uso de los participios. Y no puede ser. Es imposible. Pues esa persona corona la máxima representación del idioma de Cervantes; así que vuelvo a lo de antes: mi miedo a que no me entiendan, hace que yo desatienda a lo que dicen los demás. 
Un jefe del estado no puede hablar con descuido el idioma que cuida y da esplendor; ya que eso sería una manifestación de lo poco que le importan sus representados. Así que el Patrón de las Reales Acedemías, no puede andarse con anemias linguísticas. 
 Soy yo el equivocado,el desentonado y el mal pensado.


Así que, antes de que esto del español se me quede grande, mejor me quedo con Chiquito en yutiuf y aprendo sin doma mi idioma.
¡Hasta luego, Lucas!

domingo, 15 de abril de 2012

Mi corazón seguirá latiendo

El pasado domingo, 8 de abril, el crucero M.S. Balmoral partió del puerto de Southampton.
En estos tiempos difíciles para el entusiasmo, en los que el despegue de naves espaciales es recibido con especial desapego, sorprende la repercusión mediática que está teniendo la singladura del citado buque; cuya llegada el puerto de Nueva York es esperada con una expectación comparable a aquella con la que Penélope oteaba el horizonte a la espera del odiséico Ulises, o con el desvivir con el que los telespañolitos seguimos la travesía del travieso Marco en busca de su mamá.

Confiar en que la partida de un barco cree expectación, en una época en que el verbo “navegar” se asocia al Ciberespacio y no a los Océanos, parece algo tan fatuo como confiar en que la exhibición de un aifón atraiga la atención de los cercanos. Sin embargo, ambas confianzas funcionan en este mundo de desconfiados.
Con lo que cuesta un aifón, no te queda otra opción que hacer proclamación de tu acertada elección delante de aquellos de entre tus conocidos, para los que comprarse tal cachivache es algo tan inalcanzable como comprar filetes de ternera o beber buen vino. Para ellos, lo inteligente no es un teléfono, sino llegar a fin de mes, por lo que cuestionan tanto la valía de tu capricho como la lozanía de una mamachicho. ¿Para qué interesarse por lo que no queremos tener?
Lo mismo ocurre con el citado crucero, de 12 días de duración, cuyos pasajes llegaron a costar 7.200 euros. Con la de quilos de bogavante que uno se compraría con ese dinero, cómo para plantearse el espíritu navegante. Y más teniendo en cuenta que el objetivo del viaje es rememorar la singular singladura del Titanic. Ese barco célebre por su fracaso a la hora de llegar a puerto.
Aunque, viviendo en un país donde un torero se ha hecho famoso por quedarse tuerto, no debemos entonar el “¡Están locos esos ingleses!”; pues también lo de los españoles tiene bemoles. Además, entre los pasajeros hay nacionales de 28 países, algunos de ellos familiares de los viajeros en el crucero hundido, lo que demuestra que para ser memo no hace falta ser paisano del Capitán Nemo.

El éxito de este rememorar un pasado fallido, me hace confiar en que mi futuro mejore. Pues, por tener, acumulo cosas tan deslucidas como un video beta, un tamagochi y la Constitución Europea. Y, puestos a rentabilizar grandes fracasos, tengo colosales esperanzas tanto en mi trayectoria educativa como en mi vida laboral; por ser ambas un vivo reflejo de un viaje que, partiendo de la nada, ha conseguido llegar al mayor de los fracasos.
Una vez más, la culpa de tanta desmesura se encuentra en la Cultura y en su tendencia “retro”. Que si recuperar la música de los años 80, que si adoptar el luc pin-ap y al final no es que Darth Vader nos diga que es nuestro padre, sino que el imperio contraataca con más amenazas fantasma y recortes clónicos.

Confío en que tras esta fiebre por recuperar el pasado, la que se recobre sea España; y que nuestra singladura final se asemeje a la del camarote de los Hermanos Marx y no a la del Titanic.

domingo, 8 de abril de 2012

Derecho al olvido.

Hace poco más de un año, Viviane RedingVicepresidenta de la Comisión Europea y responsable de Justicia– anticipó una serie de reformas legislativas de las leyes de protección de datos de la UE. Con estas medidas, se busca proteger la información personal que los ciudadanos facilitamos al acceder a  ciertos servicios en Internet.
Entre estas iniciativas legales, me llama la atención la denominada “Ley del olvido” que busca establecer el precepto de “privacidad por defecto”, de forma que los datos de los usuarios no puedan procesarse salvo si éstos dan su permiso expreso. Asímismo, esta ley garantizará que los usuarios podamos exigir a las empresas que gestionan las redes sociales, que no guarden nuestros datos o fotos tras habernos dado de baja en sus servicios.

Esta vez, no son las máquinas quienes replican a sus creadores su ira por ser efímeras; sino que somos los humanos los que deseamos ser fugaces, cual gotas de lluvia, en los tejados cibernéticos. Una vez más, confiamos en que la realidad virtual nos permita abordar naves en llamas, más allá de Orión; mientras que en la realidad carnal nos dedicamos a perder momentos en el tiempo, más cerca de Gijón.

Al otro lado de las pantallas, alejados del océano de libertades que surcamos en Internet, navegamos en el mar de los sargazos de los convencionalismos sociales. Dejamos que los pecios del pasado aminoren nuestra marcha y desviamos nuestro rumbo, ya de por sí bastante tormentoso, al forzar nuestras velas al capricho de los tópicos.
En las costas de la Exonet, hacemos lo contrario a lo que tuiteamos en La Red. Nos convertimos en custodios solícitos de lo que ya no existe y forzamos situaciones incómodas, que llevadas a la ficción de un relato nos llevarían a identificarnos con los personajes que encarnan a nuestra conducta como personas. Muchos nos comportamos como los protagonistas de la televisiva Perdidos, empeñados en abandonar una isla a la que siempre acaban volviendo.
Nuestro problema es que no sabemos olvidar. Lo hacemos mal. Recurriendo a falsos recuerdos, proyectando culpas o subjetivando lo objetivo. No aceptamos nuestra realidad, ni reparamos en la ajena. Al igual que los personajes de la citada serie, nuestros anhelos nos anclan a vidas donde ya no se nos espera.
Quizá, si nos fijamos en cómo actuamos la mayoría respecto a nuestras ficciones favoritas, veamos en ese comportamiento un reflejo de nuestra conducta social: acumulamos sus temporadas en nuestros estantes, a la espera de verlas; al igual que confiamos distantes en que aquél al que llamamos “amigo” esté esperando, cuanto nos apetezca verlo.

Guardamos excelentes recuerdos de algunos de los episodios; pero, según fueron avanzando las tramas, nuestro interés hacia sus vicisitudes fue decreciendo. Una noche, al acostarnos, recordamos que no hemos visto la emisión de ese día, sin que su vacío nos quite el sueño. Dejamos de interesarnos por la información relativa a los que fueron nuestros personajes favoritos; y nos limitamos a mantener unos contactos mínimos con una ficción que ya no compramos, la descargamos.
Un día, nos enteramos de que sobre nuestra serie amiga se cierne una amenaza de cancelación. Nos pegamos un atracón forzado de capítulos, pues tememos que nuestra ausencia tenga mucho que ver con la situación apurada que vive la ficción. La incorporación de nuevos personajes y los giros argumentales novedosos dificultan que sigamos los episodios recientes, así que nos dedicamos a revisar los antiguos. Compramos tazas, camisetas y tebeos de una producción que volvemos a recomendar a todos nuestros allegados; pese a que algunos de ellos han seguido viéndola durante este tiempo en que nosotros la ignorábamos.
Si cancelan la serie, exteriorizamos nuestra decepción con unos productores que han ignorado nuestras muestras de afecto. No comprendemos que la ternura a destiempo nunca es efectiva. No aceptamos que nuestra serie ha seguido su desarrollo sin nosotros. No es culpa nuestra el que la historia llegue a su fin.

Por alguna razón, me resisto a deshacerme de la serie Perdidos, aunque sé que nunca volveré a verla completa. Quizá por la misma razón, sigo llamando “amigo” a quien ahora es sólo un “conocido”. Por alguna razón, sigo guardando números de teléfono tras los que ya no sé si me espera una voz familiar. Por alguna razón, siempre se me olvida que ciertas relaciones sólo viven donde habita el olvido.
Si alguna vez vuelvo a llamarte, amigo, espero que sea tu voz la que me salude y me diga que las cosas tuvieron que empeorar un poco antes de mejorar.

Nino

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