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¡Y es que me meto en cada jardín!

lunes, 29 de diciembre de 2008

Canto a mí mismo



Hola a todos:

Se acerca el fin de año. Período propicio a reflexionar sobre lo andado y planear nuevas caminatas.



Enero es un lapso lleno de propósitos de enmienda y dolor de los pecados: dejar de fumar, apuntarse a un gimnasio, aprender inglés,… “Mamá, esta evaluación me voy a esforzar”… “No volveré a llamarla”… “En cuanto pasen las fiestas, lo hablo con él”…



Pero, por desgracia, huyendo del frío, nos solemos dejar olvidados nuestros propósitos de cambio para enero.

El mes de septiembre también es un momento en el que planeamos aligerar nuestro bestiario y avivar nuestro devocionario; aunque, quizás por que el mañana no existe —o por que es recomendable tener planes por desarrollar cuando nos jubilemos—, lo normal es que, ya en octubre, sigamos adorando a borregas de oro y esculpamos tablas de diez mandamientos a cumplir en cuanto el presente se convierta en pasado.





No sé si os habré comentado alguna vez que cuando Nino era niño, le dio por abrir una radio y ponerse a chupar su corazón: un ¿condensador? que había dentro.

Lo más curioso de todo es que, según me cuentan, yo había estado leyendo un tebeo de El capitán Trueno —en el que se enfrentan a una secta de adoradores de un murciélago (“muciégralo” en ninosko) gigante— antes de ponerme a la ingesta del transistor. ¡Para que luego digan que eso de leer no es malo!



Caricias a mano abierta aparte, ese atracón de voltios tuvo sus consecuencias:

La coña con lo de “muciégralo” pervive hoy en día.

Mi madre procuró no volver a dejar ningún receptor a mi alcance.

Cada vez que comento que voy a cambiar un enchufe, mi padre me pregunta si tengo hambre.

Me encanta cantar, hablar y poner voces… no es que esté poseído ¡es que parezco una radio!





Todo esto viene a cuento de, que mientras escribía el párrafo anterior en el escenario de esta recepción vacía, canturreaba una canción de Sinatra (Forget Domani) donde nos invita a vivir el presente pues el mañana nunca llega. Así que, en lo que puedo, estoy intentando anticiparme a la llegada del año nuevo para acercarme a lo que quiero ser.



Que el destino es una fuerza muy caprichosa es algo que aprendemos de lo vivido; pero, si le ponemos ganas, convertir ciertos vicios en placeres es sólo cuestión de terquedad.

De hecho, mientras me entretengo jugando con el teclado, mi existencia puede haber emprendido una nueva dirección, y yo sin saberlo. No en vano, el doblar una esquina, o llevar un teléfono a la playa, ha tenido en mi vida repercusiones más transcendentales que la más meditada de las decisiones.





Desde hace tres años, las cosas han mutado. Mi medida del tiempo ha cambiado y, la nueva añada vital comienza cuando finaliza mi contrato en el turno de sombras de esta sala de hotel. Mi condición recepcionista condiciona mi percepción del tiempo y la forma de vivirlo, hasta el punto de que el año no comienza con la ingesta de doce uvas, si no con la firma de un finiquito. Es para entonces que sitúo mis propósitos de mejora y cambio.





Centrándome en el blog, mucho ha cambiado desde el 20 de julio en que escribí El porqué de las cosas. Debo reconocer que en mi convalecencia emocional, desarrollar Ven y enloquece ha sido una de las actividades más reconfortantes para mi autoestima.

Por desgracia, la apertura de este blog ha conllevado mi alejamiento de algunas personas. Hubo reacciones que no supe, o no quise, entender. También noté rabietas celosas alternadas con desprecios deslucidos. No faltó la figura del lector que —como ese concurrente a un espectáculo de magia que se desvive en gritar “Eso tiene trampa”, “Aquí hay truco”— se empeñó en intentar desvirtuar el blog a su imagen y semejanza, sin darse cuenta de que su actitud sólo revelaba su carácter ágrafo.



Cada lector es un milagro de comunicación, pero no escribo para nadie en concreto. Ante todo escribo para y por .

A todos los que han llegado a mi vida o se han alejado de ella; a las que expulsé de mi templo por fariseas o acogí por sinceras; a los que decepcioné, mentí o me decepcionaron y mintieron…

A quien ignoré en mi ceguera, le pido perdón.

A todos, idos o venidos, os deseo lo mejor; pero algunos caminaréis solos por las calles del olvido, o, al menos, lo haréis sin .



Os dejo con un fragmento del poema Canto a mí mismo, de Walt Whitman.

Salud y suerte.





Nino Ortea, Gijón, 29-XII-08







Canto a mí mismo




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Hola a todos:
Se acerca el fin de año. Período propicio a reflexionar sobre lo andado y planear nuevas caminatas.

Enero es un lapso lleno de propósitos de enmienda y dolor de los pecados: dejar de fumar, apuntarse a un gimnasio, aprender inglés,… “Mamá, esta evaluación me voy a esforzar”… “No volveré a llamarla”… “En cuanto pasen las fiestas, lo hablo con él”…

Pero, por desgracia, huyendo del frío, nos solemos dejar olvidados nuestros propósitos de cambio para enero.
El mes de septiembre también es un momento en el que planeamos aligerar nuestro bestiario y avivar nuestro devocionario; aunque, quizás por que el mañana no existe —o por que es recomendable tener planes por desarrollar cuando nos jubilemos—, lo normal es que, ya en octubre, sigamos adorando a borregas de oro y esculpamos tablas de diez mandamientos a cumplir en cuanto el presente se convierta en pasado.


No sé si os habré comentado alguna vez que cuando Nino era niño, le dio por abrir una radio y ponerse a chupar su corazón: un ¿condensador? que había dentro.
Lo más curioso de todo es que, según me cuentan, yo había estado leyendo un tebeo de El capitán Trueno —en el que se enfrentan a una secta de adoradores de un murciélago (“muciégralo” en ninosko) gigante— antes de ponerme a la ingesta del transistor. ¡Para que luego digan que eso de leer no es malo!

Caricias a mano abierta aparte, ese atracón de voltios tuvo sus consecuencias:
La coña con lo de “muciégralo” pervive hoy en día.
Mi madre procuró no volver a dejar ningún receptor a mi alcance.
Cada vez que comento que voy a cambiar un enchufe, mi padre me pregunta si tengo hambre.
Me encanta cantar, hablar y poner voces… no es que esté poseído ¡es que parezco una radio!


Todo esto viene a cuento de, que mientras escribía el párrafo anterior en el escenario de esta recepción vacía, canturreaba una canción de Sinatra (Forget Domani) donde nos invita a vivir el presente pues el mañana nunca llega. Así que, en lo que puedo, estoy intentando anticiparme a la llegada del año nuevo para acercarme a lo que quiero ser.

Que el destino es una fuerza muy caprichosa es algo que aprendemos de lo vivido; pero, si le ponemos ganas, convertir ciertos vicios en placeres es sólo cuestión de terquedad.
De hecho, mientras me entretengo jugando con el teclado, mi existencia puede haber emprendido una nueva dirección, y yo sin saberlo. No en vano, el doblar una esquina, o llevar un teléfono a la playa, ha tenido en mi vida repercusiones más transcendentales que la más meditada de las decisiones.


Desde hace tres años, las cosas han mutado. Mi medida del tiempo ha cambiado y, la nueva añada vital comienza cuando finaliza mi contrato en el turno de sombras de esta sala de hotel. Mi condición recepcionista condiciona mi percepción del tiempo y la forma de vivirlo, hasta el punto de que el año no comienza con la ingesta de doce uvas, si no con la firma de un finiquito. Es para entonces que sitúo mis propósitos de mejora y cambio.


Centrándome en el blog, mucho ha cambiado desde el 20 de julio en que escribí El porqué de las cosas. Debo reconocer que en mi convalecencia emocional, desarrollar Ven y enloquece ha sido una de las actividades más reconfortantes para mi autoestima.
Por desgracia, la apertura de este blog ha conllevado mi alejamiento de algunas personas. Hubo reacciones que no supe, o no quise, entender. También noté rabietas celosas alternadas con desprecios deslucidos. No faltó la figura del lector que —como ese concurrente a un espectáculo de magia que se desvive en gritar “Eso tiene trampa”, “Aquí hay truco”— se empeñó en intentar desvirtuar el blog a su imagen y semejanza, sin darse cuenta de que su actitud sólo revelaba su carácter ágrafo.

Cada lector es un milagro de comunicación, pero no escribo para nadie en concreto. Ante todo escribo para y por .
A todos los que han llegado a mi vida o se han alejado de ella; a las que expulsé de mi templo por fariseas o acogí por sinceras; a los que decepcioné, mentí o me decepcionaron y mintieron…
A quien ignoré en mi ceguera, le pido perdón.
A todos, idos o venidos, os deseo lo mejor; pero algunos caminaréis solos por las calles del olvido, o, al menos, lo haréis sin .

Os dejo con un fragmento del poema Canto a mí mismo, de Walt Whitman.
Salud y suerte.


Nino Ortea, Gijón, 29-XII-08




sábado, 27 de diciembre de 2008

TdAp: Movieland 07



Jerome Charyn // Movieland, chapter 10.

Two-Headed Man.

El hombre de dos cabezas







10.7

Nunca trabajé en Los jardines de Hollywood, ni tuve que cortarme la garganta con un plátano, pero sé exactamente cómo se siente uno. Pasté en Hollywood, sobre el Hudson, en las oficinas que Otto Preminger tenía cerca del tejado del viejo edificio de Columbia en la Quinta Avenida: Sigma Productions.

Yo fui bufón y payaso en la corte de Preminger.

Era 1976, y Preminger, uno de los primeros productores independientes, un hombre que se había enfrentado a La Lista negra de Hollywood y al Código de Producción, acababa de sufrir uno de los fracasos más grandes en su carrera, Rosebud: una película sobre terrorismo árabe que era a la vez infantil e incoherente. The New York Times la consideró “consistentemente estúpida”. La revista New York dijo que era “un incruento fastidio”.

John Lindsay, antiguo alcalde de Nueva York, se había convertido en actor para Rosebud. Interpretaba a un senador de los EE.UU. cuya hija había sido secuestrada. Resultaba tan acartonado en la pantalla, tan lleno de pasión fraudulenta, que uno se olvidaba del tiempo, el lugar y la trama; y se maravillaba con la manera en que un ser humano podía convertirse en marioneta. Era como si la idea básica del Cine se hubiera desmoronado, y la cara de Lindsay tomara los aterradores rasgos de un hombre sin personalidad. Él no era un fantasma en la pantalla. Su ineptitud lo acercó, a carcajadas, a la audiencia.





Y “Otto el terrible” —que había sido tan poderoso como cualquier magnate, que podía salvar a un gran estudio con la recaudación de una de sus películas, contratar a un guionista de la lista negra, mandar a Hollywood al infierno, gobernar un presupuesto como un zar, encontrar el logotipo perfecto para Éxodo o Anatomía para un asesinato, enfurecerse cuando quería, despedir a la mitad del personal o a una estrella como Lana Turner— no parecía poder financiar su próximo proyecto.





Hollywood se había quedado repentinamente sordo respecto a Otto. Él contrató a un novelista como yo, que no tenía ninguna película entre sus créditos, para trabajar en un obscuro guión televisivo sobre el magistrado de la Corte Suprema, Hugo Black. El maestro estaba matando el tiempo, malgastándolo con una cadena televisiva, mientras soñaba con un contrato multimillonario, sobre el que ya había esculpido mentalmente todos sus detalles.



Tenía setenta años.



Sus ojos eran del azul que siempre habían atesorado los de Paul Newman. Tenía una maravillosa forma bailarina de caminar, como si el suelo tuviera que ceder ante Otto Preminger. Sus trajes podrían haber sido confeccionados para un rey persa. Se adherían a su cuerpo con una sensación sedosa. Todo sobre él, o alrededor de él, parecía hecho a su medida: desde las letras blancas de su nombre sobre una pared negra desnuda, a las moquetas gruesas y mullidas, o las venas azules de su cráneo. Él era hollywoodiense, al igual que Orson Welles, un personaje más importante que cualquier película que pudiera hacer.

Yo tenía que suponer lo que le había llevado a contratarme. Había leído una de mis novelas, al menos eso decía. Giraba sobre un detective de homicidios judío, al que asesinaban. Pero Otto nunca se refirió a la novela. Hablaba sobre Truman Capote. Sobre Thomas Mann.

El padre de Otto había sido fiscal general del Imperio Austríaco, el primer jefe de fiscalía judío que Austria había tenido. “Mi padre era muy inteligente”, manifestó en una entrevista. “Teníamos una relación hermosa, como la de dos hermanos”. Su madre fue “una mujer de gran corazón; pero, realmente, no desempeñó un papel fundamental en la formación de mi carácter”.



Otto fue un actor de teatro en su adolescencia, y comenzó a dirigir mientras aún era un estudiante universitario. Max Reinhardt, el director y productor más arriesgado de Alemania, lo puso al frente del Teatro Josefstadt antes de que Otto cumpliera los veinticinco. Preminger se convirtió en el joven príncipe de los directores y productores.

Dejó Viena tres años antes del Anschluss, cuando Hitler anexionó Austria a Alemania, como si fuera una provincia de papel.



©Imágenes: Saul Bass



ADELANTE

ATRÁS



©Tradución: Nino Ortea Gijón, 27-XII-08

TdAp: 07




©Imágenes: Saul Bass

ADELANTE


©Tradución: Nino Ortea Gijón, 27-XII-08

viernes, 26 de diciembre de 2008

The Spirit





El reciente estreno de la película The Spirit, dirigida por Frank Miller e inspirada en el personaje homónimo de Will Eisner, me lleva a recuperar esta reseña primeriza en la que reflexionaba sobre la miniserie The Spirit: The New Adventures próxima a ser recuperada por la editorial Norma en un tomo de tapa dura.

Para un medio plazo tengo pensado compartir con vosotros un acercamiento desvergonzado a la figura de la “mujer fatal” en la obra de Eisner. Y, si finalmente encuentro el momento, aportaré un pequeño enfoque al gran estudio que en Tebeosfera se está organizando sobre el personaje.

La imagen que acompaña a esta reseña está firmada por el gran Eddie Campbell, —no se lo comentéis ¡que me cobra derechos de autor!, ya sabéis cómo son de desprendidos los escoceses—.









The Spirit: Las nuevas aventuras

Varios autores

Norma editorial. Cuatro tomos

De pocos personajes tengo una imagen tan clara de cómo me inicié en su lectura como con The Spirit. Mi señora madre deseosa de que su tierno infante —que por aquel entonces apenas contaba diez primaveras— permaneciese tranquilo en la consulta del médico, me compró un ejemplar de un personaje desconocido tanto para ella como para mí: Spirit.

Y aquí es donde la caprichosa rueda de la fortuna empezó a girar, pues quiso el destino que aquél fuese el primer número de la serie que la editorial Garbo dedicó al personaje. Casualmente mi mamá no reparó en el "revista para adultos" que aparecía en la portada —estigma que también compartían las portadas de la editorial Vértice—; y para colmo de milagros aquel iniciático tebeo presentaba una historieta coloreada por el maestro Richard Corben, El espíritu, en la que aparecía en el texto de apoyo de la primera viñeta una referencia a mi ciudad natal, Gijón. Esta mención marcó el comienzo de mi buena amistad con Denny Colt.

Como toda relación la nuestra tuvo sus altibajos.

Desaparecida la edición de Garbo, no nos reencontramos hasta que las páginas del número 4 de Tótem Calibre 38 volvieron a juntarnos. Yo veía algo raro en él, pero no sabía muy bien el qué. Al final resulto que el primer Spirit que yo había conocido era el vestido con sus mejores galas (las del suplemento dominical de siete páginas publicadas desde el 2 de junio de 1940) mientras que el deteriorado personaje que me encontraba ahora era el proveniente de las tiras diarias.

Volvimos a encontrarnos en junio del 88, gracias al profesional trabajo de ese impagable aliado en la sombra que fue la editorial Norma. Pero todo lo bueno llega a su fin, y tras 76 meses de sueños e ilusiones compartidas, nos volvimos a despedir, en lo que prometía ser un largo y amargo adiós.

Poco me esperaba que en octubre de 1997, con motivo del Salón del Cómic que se celebra en Gijón, fuera a recibir inesperadas noticias de mi camarada de sueños. Y es que David Lloyd y Mark Schultz nos hablaron por separado de su trabajo en un proyecto —junto con otra serie de autores seleccionados y supervisados por Will Eisner— de producir nuevas historias para el enmascarado justiciero.

Una indescriptible sensación de alegría me invadió, por fin me volvería a encontrar con Spirit, y con toda esa cohorte de mujeres fatales que alegraron mis ojos y mi corazón como pocas en el mundo del cómic. La verdad es que uno de los principales atractivos que presentaba esta obra, prescindiendo de aspectos técnicos, era la presencia en ella de esas carnales villanas, cuya reina en mi corazón siempre será P'Gell.

El proyecto se desarrolló en ocho números, siendo presentado en nuestro país en cuatro volúmenes.

El primer tomo aparece compuesto por seis historias. Las tres primeras vienen firmadas por Alan Moore y Dave Gibbons, en una de sus contadas reuniones tras su alejamiento debido a sus diferentes sensibilidades respecto a Watchmen.

En las dos historietas iniciales introducen una serie de bromas (nada asesinas) sobre personajes claves en la colección: Hablan del destino final del Dr. Cobra; o plantean la génesis e identidad de la némesis de nuestro héroe, Octopus, quien resulta ser un petulante Homer Creap despechado novio de Ellen Dolan, el cual ya había aparecido en la segunda historia de la serie desarrollada en los años cuarenta por Eisner.

El cuarto relato y el más extenso, guionizado por Neil Gaiman, es una especie de reflexión sobre el proceso de creación literaria, ocupando Spirit un lugar secundario en la narración. La quinta es una divertida historia en la que se nos presenta a un Spirit que entre puñetazo y puñetazo, recibe el merecido reposo del guerrero. El trabajo gráfico de Eddie Campbell sorprenderá a los que conozcan su impresionante dibujo para From Hell, novela gráfica guionizada por el ubicuo Alan Moore.

Mis dos historias favoritas son la tercera del tandem Gibbons-Moore, en la que aparte de un cuidado tratamiento visual —presentando las viñetas como apuntes en el libro de notas de Spirit— se incluye una temática que incluye lo fantástico en lo cotidiano, pues lo que empieza siendo un caso de viuda alegre acaba como... Y la sexta narración, en la que John Wagner y Carlos Ezquerra, nos cuentan magistralmente una historia de fatalidad donde Spirit oficia de mero espectador.

Me parece un proyecto muy aceptable, pues los artistas muestran su percepción del héroe ateniéndose al estilo narrativo y tratamiento gráfico de Eisner, pero sin imitarlo. A los les extrañe el que creadores tan dispares aborden un mismo personaje, habría que recordarles que The Spirit fue desde siempre un trabajo de un equipo, comandado por Eisner, en el que podemos encontrar a Jules Feiffer, Jack Cole, Jerry Grandenetti o Wally Wood.

Esperemos que en los próximos números los artistas restantes: Moebius, Kurt Busiek,... tengan a bien obsequiarnos con alguna de esas pérfidas femmes fatales que tanto anhela nuestro pobre corazón.

Nino Ortea

The Spirit




--> -->El reciente estreno de la película The Spirit, dirigida por Frank Miller e inspirada en el personaje homónimo de Will Eisner, me lleva a recuperar esta reseña primeriza en la que reflexionaba sobre la miniserie The Spirit: The New Adventures próxima a ser recuperada por la editorial Norma en un tomo de tapa dura.

Para un medio plazo tengo pensado compartir con vosotros un acercamiento desvergonzado a la figura de la “mujer fatal” en la obra de Eisner. Y, si finalmente encuentro el momento, aportaré un pequeño enfoque al gran estudio que en Tebeosfera se está organizando sobre el personaje.

La imagen que acompaña a esta reseña está firmada por el gran Eddie Campbell, —no se lo comentéis ¡que me cobra derechos de autor!, ya sabéis cómo son de desprendidos los escoceses—.









The Spirit: Las nuevas aventuras
Varios autores
Norma editorial. Cuatro tomos
De pocos personajes tengo una imagen tan clara de cómo me inicié en su lectura como con The Spirit. Mi señora madre deseosa de que su tierno infante —que por aquel entonces apenas contaba diez primaveras— permaneciese tranquilo en la consulta del médico, me compró un ejemplar de un personaje desconocido tanto para ella como para mí: Spirit.
Y aquí es donde la caprichosa rueda de la fortuna empezó a girar, pues quiso el destino que aquél fuese el primer número de la serie que la editorial Garbo dedicó al personaje. Casualmente mi mamá no reparó en el "revista para adultos" que aparecía en la portada —estigma que también compartían las portadas de la editorial Vértice—; y para colmo de milagros aquel iniciático tebeo presentaba una historieta coloreada por el maestro Richard Corben, El espíritu, en la que aparecía en el texto de apoyo de la primera viñeta una referencia a mi ciudad natal, Gijón. Esta mención marcó el comienzo de mi buena amistad con Denny Colt.
Como toda relación la nuestra tuvo sus altibajos.
Desaparecida la edición de Garbo, no nos reencontramos hasta que las páginas del número 4 de Tótem Calibre 38 volvieron a juntarnos. Yo veía algo raro en él, pero no sabía muy bien el qué. Al final resulto que el primer Spirit que yo había conocido era el vestido con sus mejores galas (las del suplemento dominical de siete páginas publicadas desde el 2 de junio de 1940) mientras que el deteriorado personaje que me encontraba ahora era el proveniente de las tiras diarias.
Volvimos a encontrarnos en junio del 88, gracias al profesional trabajo de ese impagable aliado en la sombra que fue la editorial Norma. Pero todo lo bueno llega a su fin, y tras 76 meses de sueños e ilusiones compartidas, nos volvimos a despedir, en lo que prometía ser un largo y amargo adiós.
Poco me esperaba que en octubre de 1997, con motivo del Salón del Cómic que se celebra en Gijón, fuera a recibir inesperadas noticias de mi camarada de sueños. Y es que David Lloyd y Mark Schultz nos hablaron por separado de su trabajo en un proyecto —junto con otra serie de autores seleccionados y supervisados por Will Eisner— de producir nuevas historias para el enmascarado justiciero.
Una indescriptible sensación de alegría me invadió, por fin me volvería a encontrar con Spirit, y con toda esa cohorte de mujeres fatales que alegraron mis ojos y mi corazón como pocas en el mundo del cómic. La verdad es que uno de los principales atractivos que presentaba esta obra, prescindiendo de aspectos técnicos, era la presencia en ella de esas carnales villanas, cuya reina en mi corazón siempre será P'Gell.
El proyecto se desarrolló en ocho números, siendo presentado en nuestro país en cuatro volúmenes.
El primer tomo aparece compuesto por seis historias. Las tres primeras vienen firmadas por Alan Moore y Dave Gibbons, en una de sus contadas reuniones tras su alejamiento debido a sus diferentes sensibilidades respecto a Watchmen.
En las dos historietas iniciales introducen una serie de bromas (nada asesinas) sobre personajes claves en la colección: Hablan del destino final del Dr. Cobra; o plantean la génesis e identidad de la némesis de nuestro héroe, Octopus, quien resulta ser un petulante Homer Creap despechado novio de Ellen Dolan, el cual ya había aparecido en la segunda historia de la serie desarrollada en los años cuarenta por Eisner.
El cuarto relato y el más extenso, guionizado por Neil Gaiman, es una especie de reflexión sobre el proceso de creación literaria, ocupando Spirit un lugar secundario en la narración. La quinta es una divertida historia en la que se nos presenta a un Spirit que entre puñetazo y puñetazo, recibe el merecido reposo del guerrero. El trabajo gráfico de Eddie Campbell sorprenderá a los que conozcan su impresionante dibujo para From Hell, novela gráfica guionizada por el ubicuo Alan Moore.
Mis dos historias favoritas son la tercera del tandem Gibbons-Moore, en la que aparte de un cuidado tratamiento visual —presentando las viñetas como apuntes en el libro de notas de Spirit— se incluye una temática que incluye lo fantástico en lo cotidiano, pues lo que empieza siendo un caso de viuda alegre acaba como... Y la sexta narración, en la que John Wagner y Carlos Ezquerra, nos cuentan magistralmente una historia de fatalidad donde Spirit oficia de mero espectador.
Me parece un proyecto muy aceptable, pues los artistas muestran su percepción del héroe ateniéndose al estilo narrativo y tratamiento gráfico de Eisner, pero sin imitarlo. A los les extrañe el que creadores tan dispares aborden un mismo personaje, habría que recordarles que The Spirit fue desde siempre un trabajo de un equipo, comandado por Eisner, en el que podemos encontrar a Jules Feiffer, Jack Cole, Jerry Grandenetti o Wally Wood.
Esperemos que en los próximos números los artistas restantes: Moebius, Kurt Busiek,... tengan a bien obsequiarnos con alguna de esas pérfidas femmes fatales que tanto anhela nuestro pobre corazón.

Nino Ortea

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