Escribir es Soledad; pero también Alegría y sobre todo Esperanza.
Las musas son muchas y, por suerte, son desiguales, de
ahí que no sean monótonas. Hay días en que vienen todas; en otros no visita
ninguna. Esperanza es la luz del sol
que hace que mi corazón no tenga edad al escribir.
Los humanos somos diferentes. Eso convierte en un
estímulo el conocer a cada persona. Los humanos no somos bits en una pantalla
de ordenador, somos latidos en una playa de sentimientos. La vida está allí fuera,
sobre el asfalto. Aquí evocamos o ensoñamos lo vivido, tú y yo lo sabemos bien,
amable leyente.
No debemos sacrificar nuestra realidad para consolidar
nuestros sueños, el equilibrio entre Realidad y Deseo debe protegernos del
vértigo de la caída.
La soledad es adictiva, el aislamiento da una falsa
sensación de autocotrol y seguridad que, como mínimo, se traduce en torpeza
emocional en ciertos contactos sociales. Soy una persona individualista, no
asocial; ése es el referente de equilibrio que debo mantener presente.
La soledad –entendida como aislamiento– es mala
compañía a la hora de escribir narrativa. Impregna a mis fabulaciones de una
melancolía en su fondo, y su forma acaba embebida de esta evocación. El
resultado son textos con altibajos en su ritmo narrativo, al presentar
fragmentos donde no busco comunicarme, sino exorcizar esa melancolía.
Gracias por la esperanza que me proporciona tu
compañía, afable leyente.