En lo creativo me ocurre lo mismo
que en lo vivido: encuentro difícil mantener el equilibrio entre la Realidad y
el Deseo.
Siento fascinación por esos
directores que, en el fondo, siempre ruedan la misma película. O por los novelistas
que reescriben constantemente un texto. Quizá sea John Fowles el escritor al que más me gustaría parecerme. Pese a mi
admiración por su narrativa, temo convertirme en su émulo. No es que me asuste
la posibilidad de pasarme la vida reinterpretando su novela El Mago; sino la de verme constantemente
reescribiendo una mía.
Mi imaginación ya no vuela, está
atrapada en mi propio laberinto creativo en el que soy a la vez Teso y el
Minotauro.
Cuando me encontraba en pleno
desarrollo de un nuevo entretenimiento literario, he decidido retomar el texto
de mi obra Buscando el olvido. Pese a que había dicho y escrito que el de Beo
era un texto acabado, de nuevo lo estoy recomenzando. Con mi incongruencia vuelvo
a demostrarme que la realidad de mis actos es diferente al deseo de mis palabras.
Esta condición de desdicho me
ocasiona cierta desdicha, traducida en un bloqueo creativo. No quiero ser por
siempre como soy ahora: obsesivo en el perfeccionamiento y obstinado con lo
superfluo.
Creo que mi anhelo de cambio dejaría
de ser un deseo y se convertiría en una realidad si pudiera recordar lo que
sueño mientras duermo. Creo que el poderme contar las historias con las que el
subconsciente me acuna en mi descanso me ayudaría a calmar mi impetuosidad
consciente. Cuando estoy despierto me desvivo en un “continuará”, cuando estoy
dormido vivo la tranquilidad de ponerle final a mis historias.
Me gustaría que mis recuerdos obsesivos
murieran cada anochecer y que mi curiosidad renaciera cada amanecer, que el
olvido me trajera la paz de la desmemoria de todo salvo de lo que me ha aburrido,
para así nunca jamás repetirlo.
He salido de los pasillos de mi
laberinto para escribirte que estoy bien de todo menos de imaginación. No
quiero que mi silencio en este blog te preocupe fuera de él.
Te deseo lo mejor.