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Mis mejores deseos para ti y los tuyos, amable leyente, ahora y siempre

lunes, 7 de mayo de 2012

El grito en el cielo


Cada vez tengo más claro que éste es un mundo raro y que fue un diablo -y no un dios- el que creo al Hombre. Bueno, también a la Mujer. Que en este planeta de estudiantas y estudiantos, de tunantos y tunantas, es evidente que el infierno lo somos tod@s; y no sólo los demonios con cola.

Diablesas aparte –que no está la situación para calenturas–, vada vez tengo más claro que en este mundo caro no se puede ser pobre; ya que la situación se convierte en peliaguda incluso para un calvo. Pues es todo un calvario, con sus treinta estaciones, eso de llegar a fin de mes sin poder confiarse al exorcismo del dinero frente a posesión diabólica con que las huestes de la inflación endemonian el día a día.

Como ya no salgo, salvo cuando tú me llamas, tengo que entretenerme con algo mientras intento poner mi ánimo a salvo de esta crisis, recesión o sindiós.
El demonio del dinero ha convertido los bares en lugares casi mitológicos, de cuya existencia sé por el ruido y la suciedad que producen en mi calle sus feligreses. Y puesto que la virtud de la pobreza me tiene alejado de los siete pecados capitales, me dedico a incumplir a conciencia el séptimo de los diez mandamientos. Yo, que antes era un soberbio lujurioso, ahora soy un avergonzado ladrón. Aunque, gracias a mi condición de manilargo con lo ajeno, he recibido la revelación de nuestro embrujado origen. Eso sí, no tras la lectura de una biblia, sino de muchas cuores.

Me explico: con el sueldo en negro de portero de mi edificio, no me da para ningún vicio. Así que durante los limpioteos porteriles aprovecho para hurgar en los buzones, por si a algún cartero se le ha caído el reloj en el desempeño de su trabajo. De la que bajo a buscar material para la casa de empeño, también pongo empeño en hacer captura de todo material de lectura con el que paliar mi incultura. En su mayoría me apropio de catálogos, folletos y notificaciones de embargo. 
Por fortuna, mi vecina –vamos, la única de ellas que no usa indasec– está subscrita a la revista Cuore. Publicación que es una especie de wiki leaks impreso sobre el mundo del sobrepeso, el famoseo y la falta de seso en eso del sexo. Tras la lectura ejemplarizante del último ejemplar –sí ése que desvela el truco en el almendruco de las que parecen muy cucas– he tenido una epifanía. Entre tanto ¡arrgh!, ¡puagh! y ¡jar! he tomado conciencia de las imperfecciones de actores, actrices y meretrices. Cuando no son las narices, son las varices, el caso es que sus cuerpos son más traicioneros que una manzana ofrecida por una serpiente.

A esta constatación de la imperfección en los perfectos, unámosle el montón de liturgia dirigida al común de sus lectores: enlegionada por consejos para reducir peso, guías para aumentar volumen o mejorar la autoestima. Tras la lectura, a falta de visiones apocalípticas, en ese día preclaro vi la tele y sus anuncios de cremas reductoras, lociones regeneradoras y peluquines adherentes. Lo que me hizo comprender que no podemos estar hechos a semejanza de una deidad, sino de alguna fealdad, de ésas que anidan en el inframundo de los que somos tan horrendos que no nos llevamos a la boca ni una pipa facundo.
Llegar a tal convicción no me alteró. Tras cuarenta y seis años mirándome al espejo, tengo claro que mi sitio no está en el Olimpo, sino con Hades. Lo que sí que me encabritó fue saber que algún cabrito muy rico ha despilfarrado una cantidad perversa por un cuadro de Edward Munch. Pintor ya muerto y enterrado; por lo que, a no ser que el comprador crea en la resurrección de los zombis, no le ha dado su dinero a un pintor, sino a algún especulador.
¿Crisis, qué crisis? Esto es una subasta, en la que los que tienen dinero se lo están llevado todo a precios de ganga.
Nino Ortea.

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