Puesto a estar agradecido, lo estoy a muchas personas. Pero supongo que lo cómodo es no decir su nombre en público, por eso del “ellos ya lo saben”.
Hace poco, en un comentario de ciberprensa que reproduje en esta entrada de La Coctelera, un miembro de la hermandad de egoístas proponía que Los Poderes que Son investigaran cómo nos las arreglamos los desempleados de larga duración para vivir sin recibir ingresos que generen impuestos; a la vez que añadía que no es difícil encontrar un trabajo temporal, por lo que –y ahora adjetivo yo– los cesados longevos somos más vagos que la chaqueta de un guardia.
Me resultó triste el que esas afirmaciones e insinuaciones las escribiera un desempleado que llevaba seis meses vacante; pues si uno de los nuestros piensa así, es comprensible que muchos de los ajenos piensen que nos mantienen. Creo que uno de los objetivos de quienes articularon esta crisis sin causa era provocar la fractura social, lograr que las clases humildes abandonáramos la convivencia y entablemos una guerra de clanes. Tras haber logrado su objetivo de que veamos como enemigo al que busca sobrevivir como nosotros, imagino que no tardarán en presentarnos un salvador menú anticrisis consistente en que nos pongamos a régimen de derechos laborales los días que acaban en “s” y retomemos los excesos consumistas los días que terminan en “o”.
Una de las herramientas que sustentan el mantenimiento del poder de unos pocos sobre unos muchos, no es tanto su monopolio del ejercicio legal de la fuerza como su capacidad para dividir a sus administrados. Ya de niños, en la escuela, se ocupan de que antes de que aprendamos a sumar números asimilemos lo de restar personas. Por lo que salimos con la lección aprendida: el infierno son los demás.
Al final es lógico el que a un asalariado, que ve cómo con su sueldo apenas llega a fin de mes, le cueste entender el día a día de personas sin ingresos regulares. Más allá del guadiana de la economía subterránea –cuyo cauce irregular, donde más cubre, no nos llega a los tobillos–, imagino que cada uno de nosotros tiene sus afluentes. Aunque la mayoría coincidimos en paliar la sequía económica abriendo con mesura las compuertas de nuestros ahorros, para humedecer con goteo donde antes mojábamos con aspersores.
En mi caso, además de gastar menos que Tarzán en trajes, cuento con un entorno afectivo al que no le importa efectuar transvases solidarios de sus aguas a mi caudal. Empezando por mi padre, que me alimenta a diario; y pasando por amigos, que me invitan sin ostentación o me tienen presente para encauzarme a ofertas de empleo –gracias, Lucía–, tengo la suerte de que son varias las personas que me cuidan y hacen que este tarzán no se caiga al suelo; pese a lo quebradizo de las lianas con las que se balancea por esta jungla de asfalto.
A todos ellos, a todos vosotros: GRACIAS.
Nino.