Pese a haberle dado a su serialización un final tan de principiantes —aunque ahora que lo pienso ¿se podría revindicar como una revisitación al Finnegans Wake, de James Joyce?— sería injusto juzgar la serie por su final. Aunque para la inmensa mayoría —esos que no vemos los documentales de La 2 si no a
Pero, de repente recordé los buenos momentos que pasé viendo algunos episodios. Cómo me había emocionado con ciertas situaciones planteadas, e incluso me maravillé aliciosamente ante la capacidad de los guionistas para entrelazar relatos. Incluso en esta sexta temporada, se me ha escapado alguna lagrima en los episodios en los que se mostraba al Amor como una pasión atemporal que nos acerca a lo mejor de nosotros mismos.
Quizás porque me arrepiento del vacío que ha seguido a mis arrebatos desprendedores. Puede que porque, con el paso del tiempo, he comprendido que no puedo desbaratarme de aquello que alguna vez he querido. El caso es que tirar esos episodios sería despertarme de todo lo que me han hecho soñar. Y si perdemos la capacidad de ilusionarnos, lo perdemos todo.
Toda decepción es resultado de nuestra confianza en que compartiendo podemos mejorar. Todo fracaso es prueba de que hemos intentado mejorar. Lo importante es estar vivo. Lo importante es que estamos todos vivos.
© Nino Ortea, perdido hasta que tú lo encuentres en Gijón, 15-VI-10