Hola, ojos de miel.
¿Cómo estás?
Permíteme que repita mi parte de lo que hace poco hablábamos sobre el tapete de los sueños.
Si quieres compartir una vida de emociones, cada día llevaré a la ciudad de tu corazón un circo de tres pistas:
en una seré un trapecista con vértigo,
en otra un payaso sin pelucón
y
en
la
central
te
esperará
un
fierecilla
domado
por
tu
ternura.
Si lo que quieres es disfrutar de un paseo en el que suavicemos lo tortuoso del día a día, e intensifiquemos lo fascinante de compartir ilusiones: ¡échame el lazo de tu sonrisa y sácame a pasear!
Pero, si lo que quieres es invitarme a cenar a un restaurante vegetariano, llegaré tarde; aunque confío en hacerlo para el postre.
El día en que comer brócoli me sea indiferente, será el día en que vivir se me atragante al no poder saborearte. Hasta entonces —y más teniéndote a ti en mente— sólo le echo el diente a la carne de tus entretelas, a lo dulce de tu voz y lo salado de tu piel.
Quizás sea cierto el dicho de “contigo pan y cebolla”, pero el de “contigo lecho de coliflor sobre torta de hongos” no aparece en ninguna biblia, súper pop ni código de barras.
Vamos, que hay que ser muy animal para preferir chupar un espárrago a lamerte un dedo. El silogismo deductivo sería muy fácil, incluso para un inductivo como yo: hace falta ser un animal para ser vegetariano.
Pero si a un cerdo, que come de todo, lo llaman “marrano”… ¿Cómo llamaremos a quien sólo se alimenta en su impaciencia de pación? ¿Quizás… “VEGETARIANO”? Así al pronto leido suena a mofa insulsa; y más si me acuerdo que tanto Hitler como Sofía, comparten sectarismo frugal.
Aunque te rías, te recuerdo que antes dejo que me llamen “lechuguino” a que me hagan comer lechuga; pues lo único que me gusta de las verduras es su verde que me habla de mi esperanza en ti. Y que a mí —que me llaman “verdulero” por hablar de ti sin parar— únicamente me gusta dejar plantados en el barbecho a los que se ponen rojos como tomates en su envidia al vernos florecer juntos.
Eso sí —para que leas que soy hortofrutícola de tu cosecha— como sé que al hablarte de peras, melones, pepinos y plátanos verías una forma de llevarte al huerto del deseo; prefiero citarte las pechugas, zancas o descotes que hacen de mí el granjero más dicharachero en tu granero.
Para vegetar siempre hay tiempo: y, Miel, para mí hacerlo contigo y ahora sería un desperdicio. Puestos a hacer cosas que acaben en /-ar/, prefiero empezar por soñar en mi minifundio y acabar por disfrutar en tu latifundio.
¿Vegetales? ¡Sólo como guarnición del fortín de tu entrecot!
¿Hace una hamburguesa en Los Vikingos?
Si eso salimos a comerla fuera, para que la luna se muera de envidia mientras tú te echas ese cigarro que me emboquilla a tu boca.
Supernino.