No voy a mentirme. Tras levantarme, el día no tenía nada de especial. En la calle, los operarios de limpieza continuaban más centrados en recortar los embistes de los últimos verracos de bebidia que en desempeñar su trabajo. En el aire, la ausencia de viento aireaba a las claras la posibilidad de que el cielo se mantuviera gris. En mi casa, el desayuno lento volvía a ser una forma de acelerar mi energía.
Pero las cosas habían cambiado en mi ciudad. La permuta en la alcaldía habla de la posibilidad de mejoría en una ciudad donde el nepotismo llevaba años ensiglado como socialismo. Hermandad de intereses que, últimamente, ha entregado el botín de estas costas cercanas a corsarios asociados como hosteleros tras su naufragio inmobiliario.
Ya acabado mi lento desayuno, la calle seguía mostrando los pecios de una noche tormentosa. Pero había un tono diferente en el cielo. Un viento que no percibía había traído una lluvia refrescante. Y así siguen en la sobremesa las cosas: inestables e inesperadas
Desde mi profundo desprecio hacia figuras políticas que figuran a caudillos. Desde mi convencimiento de que a ciertos partidos no los une una ideología, sino muchos intereses. Desde mi presunción de que para mejorar siempre es necesaria una crisis. Desde Gijón, me siento esperanzado. Dentro de cuatro años, quizá antes, las cosas volverán a cambiar. Hasta entonces, confío en estar equivocado en mi convencimiento y acertado en mi presunción.
Nino