Ayer
quise contestarte que de tener un superpoder me gustaría que fuera el de volar.
No es
que me ensueñe caminando por La Luna, como cantó Gordon Matthew Thomas Sumner; pero sí que me gustaría experimentar
la libertad de movimiento que asocio a volar, sí que me gustaría poder ver las
cosas desde otra perspectiva.
De
hecho, una de mis prácticas irrefrenables en casa ajena, como has comprobado, es
la de asomarme a cualquier ventana y aprovechar esa oportunidad de observar mi
ciudad, mi realidad, desde una vista diferente. Este arrimarme a las alturas os
sorprende a quienes sabéis de mis problemas de vértigo; encuentro difícil aclararos
que mi fobia no la activa la distancia al suelo, sino la probabilidad de caerme
a él. No todo el mundo sonríe como tú haces al escuchar mis caprichos; y hay
veces en las que temo que tu sonrisa tenga más de compasión que de comprensión.
Me cuesta
explicar lo que encuentro evidente, ya que la pasión es un sentimiento
impulsivo y no un acto reflexivo. Además, por la forma en que se me plantean
ciertas preguntas siento que los inquisidores no se interesan por lo que digo,
sino que lo ponen en duda. Eso sentí tras disfrutar, más allá del placer de tu
compañía, de Birdman. No hago secreto de que mi debilidad por Naomi Watts es tan instintiva como la
de esta bestia frente a tu belleza, ni de que me encapricha el actuar de Michael Keaton.
Tu pregunta, remarcada
en extrañeza, sobre qué podía haber visto en la película para que me gustara
tanto, cuando a ti te había parecido pretenciosa, no es que no mereciera mi
respuesta, es que preferí frenarla y en lugar de ello me sinceré sobre lo mucho
que había disfrutado de nuestro primer cine juntos.
Ante
ese tipo de requerimientos con demandas explicativas sobre lo que no tiene
explicación, mi tono vehemente en la contestación amenaza la razón de mi
juicio. Pedirme que razone lo espontáneo, que explique lo que hace que me guste
lo que me gusta, me es tan forzado como el evitar sonrojarme cuando me miras
con ganas. Por eso me cuesta hablar de ciertas cosas y opto por escribirlas: es
una forma de compartirlas sin temer a la respuesta.
Respuesta que ahora te doy, contando con que llegue a ti desde este blog que, aparentemente,
desconoces. Lo escribo con la ilusión con la que un náufrago confía en que sea
leído su mensaje en una botella: la necesidad nos hace creyentes en lo
improbable y agnósticos de lo imposible. Me gusta Birdman porque me habla
de ti y de mí: tú tienes el atractivo de Naomi
Watts y la honestidad de su personaje; y yo soy ese Michael Keaton egoísta con todo menos con su deseo.
Más
allá de tu piel, mi deseo está en volar, aunque sólo sea una vez, aunque sea la
última. Allí sentados en el cine, había volado y lo había hecho a tu lado. Intenté
decírtelo, pero temí que tu sonrisa cómplice se convirtiera en risa burlona.
Tengo
pájaros en la cabeza; no ensueño retar a la ley de la gravedad, sino ver la
realidad desde otra perspectiva.