En
un tiempo en el que me debió doler el corazón, sufrí migrañas.
El
neurólogo no me da esperanza de curación. Asegura que debo intentar llevar una
vida normal, siempre teniendo presentes las limitaciones de mi enfermedad
crónica.
No
necesito un dictamen médico para saber del anacronismo que enferma mi corazón,
víscera que late a destiempo entre las aceleradas sístoles de la pasión y las
pausadas diástoles del sentimiento; además, desconozco lo que el neurólogo
entiende por vida normal. Sí que puedo escribir que algunos de los que
convivieron la mía me rehuyeron por amoral; pero mi vida es mía y a quien debe
gustarle es a mí.
En
un tiempo en el que me debió doler el corazón, sufrí migrañas.
Mi
padre y hermana intentan calmar mi inquietud. Aseguran que la culpa de mi
malestar es de este tiempo raro que hace que, ya mediado diciembre, estemos a
veinte grados. Los dos afirman que cuando el tiempo recupere su normalidad
también lo haré yo. Si a ellos el cariño los convierte en ciegos ante mis
defectos, a mí me deja mudo tras sus socorridas palabras de ánimo, ya que
cualquier matiz aclaratorio que les dijera sólo serviría para preocuparlos.
La
culpa de mi malestar cíclico no es de este tiempo raro que está en boca de
todos, sino del viento que exhalan algunos labios al pronunciar mi nombre.
Labios que cambian de voz y de cuerpo, pero que siempre me acaban diciendo:
“Ven y enloquece”.
En
un tiempo en el que me debió doler el corazón, sufrí migrañas.
Hasta
hace unos minutos me preocupaba lo insensato de mi adios, ahora lo veo consecuente:
pasaba más tiempo pensando en su distanciamiento que sintiéndola cerca. Su
forma de mantener viva nuestra relación era mantenerme en vilo, su desafección vació
mi corazón de sentimientos y me llenó la cabeza de incertidumbres: el desapego que
yo le afeaba, era una más de mis fantasías de ensoñador. Incluso ahora asegura
que, cuando yo sentía desinterés, ella sólo deseaba aniquilar mi rutina.
Quizá
fue por cobardía, puede que por vértigo, el caso es que dejé de vivir sobre un
hilo. Ahora que mi mente no la extraña, la araña de la migraña no se enreda en su
nombre. Ahora mi corazón deja de ser de latón y vuelve a ser delator de mi
debilidad por la belleza.
"Sufrir migrañas por ignorar a la belleza" es una brutal realidad, tanto la belleza como la elegancia es algo de lo que disfrutar uno mismo, porque alagarse uno mismo es el mayor de los placeres, el contemplar absorto lo bello, vivir con ella, llenar ese corazón para que deje ser de latón. Qué maravillosa entrada; igual la he entendido al revés pero ahí me llevó el pensamiento, un poco más relajado y calmo que tiempo ha, aunque sea poco.
ResponderEliminarUn abrazo y tu cafelito, amigo.
Bienvenido, Sr Ortea!! Leerle es un auténtico antídoto contra las migrañas.
EliminarBuenas tardes, Verónica:
EliminarDe nuevo migrañoso, pero animado. Por suerte mi malestar no se convierte en malser.
Sí, soy hedonista (aunque a prejuicio de bastantes rompetechos mi regusto por la belleza sea cubista) Me encanta observar la belleza, de hecho en primero de BUP durante un otoño cálido y luminoso lo único que hacía en clase era observar a mis compañeras, ver el reflejo del sol en su cabello, su silueta marcada a contraluz, sus sonrisas y gestos bajo el foco del sol… Por desgracia, en aquella época de transición mis profesores demostraron ser unos intransigentes: me expulsaron por primera vez del instituto por no atender en clase y me suspendieron todas las asignaturas de la primera evaluación. Lo peor vino cuando citaron a mis padres y les preguntaron si yo tenía algún problema intelectual, pues estaba siempre abstraído en clase. Como en mi expediente académico costaba que al finalizar la EGB en el colegio habían desaconsejado que siguiera estudiando, acabaron planteando a mis padres que dejara el instituto e intentara sacar alguna FP sencilla. Como ves mi entregada debilidad ante la belleza me trae desde siempre problemillas, je je.
Me alegra saberte relajada y calma, compañera.
Compartamos ese café mientras charlamos de nuestras cosas.
Buenas tardes, Ángela:
EliminarGracias por tu bienvenida afectuosa. Saberme apreciado es el mejor remedio contra los males de cabeza y corazón.
Un abrazo.
Has vuelto por la puerta grande ¿eh?
ResponderEliminarMe alegro.
Un beso.
Muy buenas, Tracy:
EliminarLo que agranda mi ánimo es vuestra complicidad. Puesto a entrar en vuestra ilusión lectora, lo hago siempre por la puerta que me abrís y tras previa invitación,
Tu alegría me ilusiona, Tracy.
Un beso.
Me fascina tu capacidad para tejer palabras y atrapar miradas, despertando admiración por tu talento en cada entrada.
ResponderEliminarUn abraz❇
Fascinante AtHeNeA:
EliminarSiempre es un estímulo reconfortante el leerte, tu luz ayuda a mi imaginación en su vuelo.
Me sonrojan tus palabras de aprecio, pues valoro y mucho tu opinión. Por cierto, ya he acabado el borrador de la primera novela parisina, confío en acabar los retoques en plazo y enviártelo a principios de año.
Un abrazo.
Y yo que sufro del corazón y de migrañas crónicas y a la par?? ¿Qué hago conmigo misma? Así mi imaginación febril o mi enajenación mental no transitoria adora los koalas, ya se van explicando muchas cosas verdad? jaja
ResponderEliminarPor lo demás vida normal...prefiero venir y enloquecer.
Besos Mr. Ortea y por favor quíteme el tratamiento que aunque señora sea, no me negará que no suena muy bien.
Feliz fin de semana!!
Ahh y bailemos con cosquillas y con Robert Palmer!!
Buenas tardes, Teresa:
EliminarNegar, no le puedo negar nada; y es que la misma culpa que los yacsons le echaron al vugi, yo se la echo a su encanto, que me tiene rodado como una vulgar estón sin són.
Respecto al dolor de corazón, como remedio a las taquicardias opto por vivir a lo loco; que sin ser una armadura frente a lo descorazonador, no falta quien canta que es como se vive mejor.
Usted y los koalas… estoy seguro de que en cuanto se acerca a uno, se convierte en un oso amoroso de lo más apasionado.
Le quito el tratamiento, pero mantengo el respeto y aumento el aprecio. Que si la vida es una partida de cartas, hay que saber cuándo combinar los naipes para seguir en la jugada.
Feliz y tranquilo se presenta el guiken, confío en que el suyo lo sea también.
Puestos a bailar a lo cosquilleante, estoy seguro de que el excelso Robert Palmer le dedicaría “Simply Irresistible”.
¡Rocanrol!
¿Sabineamos un poco Mr. Ortea? Con tanto baile y cosquillas no he podido evitar recordar que la vida no es un block cuadriculado sino una golondrina en movimiento, que hacen falta muchas cosquillas para serios, no es mi caso(la seriedad), pensar despacio para andar deprisa y podemos dar serenatas en los cementerios muriéndonos de risa...
ResponderEliminarY jugar por jugar,sin tener que morir o matar,
y vivir al revés que bailar es soñar con los pies.
Más besos, siempre es un placer bailar y cosquillear con usted :)
Buenos días, Teresa:
EliminarA estas horas mañaneras, en las que los gatos traviesos hemos dejado de corretear por los callejones en busca de una boca que de besos y no trague monedas, me detengo sobre el tejado de la imaginación a recrearme con el vuelo de las golondrinas que avivan tus palabras.
Me apunto a lo de dar serenatas en los cementerios, si allí descansan nuestros seres queridos no hay mejor forma de contarles que sus vidas se prolongas en las nuestras que cantándoles nuestras ilusiones por sabinanciones.
Y bailemos, Teresa; que en nuestro vivir al revés, bailar es soñar con los pies. Bailemos hasta llegar los penúltimos a la meta, que lo nuestro no será un atraso sino un vivir a nuestro ritmo el doctorarnos en cremalleras como si fuéramos hormiguitas en nuestras espaldas.
Juguemos por jugar a vivir al revés. Vivamos en esta jornada de elecciones, una velada de sugerencias sugerentes.
Empezaré el cosquilleo por echarle azúcar a un café que habitualmente tomo solo.
La mente es la que percibe, la mente es la que siente, que tiene la conciencia de la propia existencia. Y repercute en el corazón. Y esos malestares no los curan los médicas, tal vez alguna médica, pero no como profesional de la medicina, sino como mujer.
ResponderEliminarY no es anormal sentir malestar por esas razones. Te entiendo lo de sentir debilidad por la belleza, por quedarse absorto observando a una hermosa mujer. Creo que sabes que te entiendo.
Saludos.
Buenos días, Demiurgo:
EliminarHay mujeres que te lo curan todo con una sonrisa, son esas mujeres que cuando te tocan te acarician y que, cuando te hablan, avivan con sus palabras tu deseo de felicidad.
Mi señora doctora, muy mujer ella, es de esas personas que van al trabajo como otros van a la guerra: a la defensiva. Se ha atrincherado en que mis conflictos de salud tienen su origen en mi alinearme con las brigadas del vicio. ¡Si hasta a mi ver nubloso lo ha sancionado como “presbicia” y a falta de cadenas me ha mandado cargar con unas gafas afeadoras!
Sí, Demiurgo, sé que compartes mi entrega ante una belleza sugerente, risueña y ruidosa; alejada de esas perfecciones etéreas que sólo estimulan a poetas que lo que quieren es morirse de amor y no renacer de pasión. Nosotros necesitamos el estímulo de la belleza para reencarnar pasiones que ya dábamos por perdidas; o para que brote la magia de un deseo que no por efímero deja de ser intensamente real.
Un abrazo, Demiurgo.
Y qué es la vida normal? Esa que yo jamás podría vivir, repleta de normas sociales, predicciones morales y resignaciones. No. Prefiero tener migrañas, si ese fuera el caso. Y seguir enloqueciendo, junto a todos los que me quieran seguir.
ResponderEliminarUn gusto volver a leerte. Un arte hay en tu poder, tejedor de palabras.
Un abrazo enorme.
Buenas tardes, Sindel:
EliminarNo tengo claro que es una vida “normal”, pero suelo percibirla como algo impuesto por nuestra sociedad, algo falso y antinatural.
Creo en la libertad y en la individualidad, me cuesta aceptar como normal algo absurdo y cuya vigencia sólo se explica por esa imposición llamada “costumbre social”. Me descoloca e irrita que la solución que un profesional nos da para solventar un a un problema serio sea la de “Lleve una vida normal”. Normalmente todos comemos, bebemos y dormimos con regularidad; pero si lo hacemos en cantidades, gustos y maneras que marque nuestro deseo, gana o capricho, no sólo se nos tildará de trastornados, probablemente se nos acusará de algún delito.
Hay algo que tengo claro: de haber seguido viviendo como para mí fue normal hasta hace 5 años, ahora no estaría vivo.
Muchas gracias (no de las que marca la ¿normalidad? del protocolo, sino la sinceridad del afecto) por tus palabras y compañía, Sindel.
Un cálido abrazo.
Tienes una entrada dedicada MUAC
ResponderEliminarTienes en mí a alguien que intentará estar aquí para lo que necesites.
EliminarUn fuerte abrazo, Verónica.