Enninado, que no alelado
Muchas
son las veces en las que bastantes superficiales me llevan afeado de ser un “machista deslenguado” por mi mera
condición de lingüista ajustado. Y es que el uso apropiado de la lengua y del
lenguaje, en cualquier posición o situación, suele llevar a que los vulgares y
las corrientes te afeen por lograr éxtasis y aciertos, donde ellos sólo provocan
decepciones y ellas invocan simplezas.
Centrándome
en el uso del lenguaje, que el de la lengua es más bien descentrado, estoy
harto ya de estar harto –vamos, que ya me cansé– de que se me acuse de usar un
lenguaje sexista por expresarme con corrección lingüística.
No soy machista por articular con
propiedad y usar lo masculino dentro de su género, persona y número.
Cuando digo o escribo “lo”, donde tantos escriben “le”, cuando invoco a “la
ciudadanía” y no a “los ciudadanos y ciudadanas”, o cuando no doy la badana
escribiendo “tod@s” en vez de “todos”, no mantengo un comportamiento machista,
sino que apropiado.
Tú, atentoLector,
bien sabes que al invocarte no excluyo a mis atentas lectoras, y que mi
expresarme es enninado,
pero nada irrespetuoso: me atengo a nuestras normas gramaticales y sintácticas;
de ahí que mis faltas, lingüistas, sean resultado de lapsos de atención, no de
ausencias de respeto.
Hace
poco, digamos que unos días, en un encuentro de aprendices de escritores en el
que yo era el único hombre, me vi en una concatenación de situaciones incómodas:
como la de aclarar que un autor de narrativa no tiene género cuando escribe,
pues la voz la tienen sus personajes –de ahí que un narrador omnisciente pueda
ser una voz femenina fabulada por un autor masculino–; o la de explicar que el leísmo
consciente no es una forma de combatir el machismo, sino una expresión ramplona
de incultura.
El
haber tenido que dedicar mi presentación en sociedad a recalcar una evidencia
social –mi condición de género no condiciona mi creatividad– y a recordar conceptos
de cultura general –un “epilogo” es el apartado que cierra un texto, no el resumen
que figura en la contraportada de un libro–, me hizo de nuevo sentirme un
extraño entre quienes había presentido como mis iguales.
Obviamente,
el desencuentro que acompañó a mis palabras llevó a que –una vez más– me sientiese
solo, pese a estra en compañía de otras; y a que neófitas en desigualarme recurrieran
al recurso añoso de etiquetarme como “chulo”
–imagino que ranciedades como “engreído” y “machista”, también resonaron en mi
ausencia–; pero siempre he tenido claro que antes solo que mal acompañado.
Es por eso que agradezco tanto el
estímulo de tu compañía, atentoLector; y el que no des pábulo a
los rumores burdos sobre las causas de mis recurrentes alejamientos momentáneos
de éste, nuestro blog: lo que me aburre es la banalidad en Internet, no tu
aprecio.
Nos
leemos pronto, mis leídos compañeros.