Algunas arritmias que sufre el corazón brotan cuando el pensamiento deviene en conciencia de que la vida no nos emociona como antes, conciencia que nos impele a aceleramos hacia la añoranza de un pasado en que nuestro corazón latía más fuerte.
El corazón no tiene freno ni marcha atrás. De ahí que sus choques frontales con la Realidad tengan consecuencias letales. Nuestra Fantasía tiene el recurso protector de enloquecer cuando la Realidad se vuelve demencial.
¡Gracias por venir y enloquecer!
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Mis mejores deseos para ti y los tuyos, amable leyente, ahora y siempre
Official
video of Thomas Dolby performing Hyperactive! from the album The Flat Earth.
Como bien sabes, amable Leyente:
“la primavera la sangre altera”. Y en el caso de este otoñal escribiente, lo
que se me ha alterado es mi componente obsesivo. Sí el obsesivo, no el obesivo. Que en lo de la gordura no es
lo mismo ser, estar o parecer. ¡Seamos copulativos!
El problema principal de una alteración
de conducta no es que te aleje del comportamiento previsible –ya estoy más que
acostumbrado a caminar solo por la cena de al lado–; sino que la activen hechos
cotidianos. Cualquier gesto, palabra o cartel de lencería puede azuzarme,
cuando no ruborizarme.
Cubierta de Shannon Wheeler
Hay veces en las que el mero
hecho de salir a la calle lo convierto en todo un numerito. No es que mi ir a
comprar pan sea tan azaroso como el adentrarse con Indiana Jones en un templo
maldito. Pero, a ciertas cotidianidades les doy usos más raros que los que les da
Mac Gyver a un chicle. Donde unos ven un saludo yo siento un desprecio, ciertas
risas me resuenan a burlas y contados encuentros me llevan a consumados
desencuentros.
Lo de cruzarme con quienes me
tienen cruzado es un vía crucis, sólo comparable a mi antiguo avergonzarme por
volver de cerrar los bares a las horas que abrían las escuelas. A mi aireado
desasosiego se une mi silenciado trastorno obsesivo. Cuando me da por algo, me
dan las tantas ordenando cascos vacíos de fantas, desdenes de desdentadas o
delirios de mi fantasiosidad. Ahora
me ha dado por poner a la venta objetos de lo más variado en mi página de
Wallapop.
Así que, afable Leyente, si
blogueo que me he pasado la mañana escribiendo, no pienses que he retomado mis
ínfulas de literato, entiende que he estado todo el rato gualapodeando. Quizá el verano me altere y me dé por hacer
castillos en la arena en vez de en el aire.
Gracias por tu compañía, estimulante
leyente.
(Por cierto, en este día
siguiente al de la festividad lectora, me permito aconsejarte que leas el “Too
Much Coffee Man” de Shannon Wheeler).
Tennessee
Williams escribió –de manera embriagadora– sobre veranos largos
y cálidos, noches tropicales en la Iguana y tormentosos tejados de zinc. La
pasión y el deseo son el relámpago y el rayo que electrizan a las gatas y a los
mininos que protagonizan esos bebedizos dramáticos tenessianos.
Escribo este texto mientras oteo una
soleada primavera norteña que pica, más que calienta, bajo la amenaza de nubes
de tormenta; pero no tengo el efluvio de Williams
para fabular sobre calores, iguanas o tejados. Ni el tiempo meteorológico ni el
íntimo se presentan estables. Las borrascas en el interior provocan bajas
depresiones. Y encuentro altamente deprimente la bajeza de ver cómo algo que
para mi es refrescante, otros lo denostan como “calenturiento” –adjetivo
despectivo con el que varios frígidos intentan denigrar el cuerpo literario de Tennessee Williams–.
Quizá una exteriorización de mi
inestabilidad atmosférica sea el que me atraiga la relectura más que la
lectura, el que me refugie en el otoño de reconocer en vez de primaventurarme a
descubrir.
Imagen tomada de Internet.
Mi última relectura ha sido la de la antología
«Piezas
cortas», en una edición de 1968 donde Mª Dolores López de Cervera traduce las nueve obras escénicas de un
acto escritas por Williams que
componen el volumen. Compré esta recopilación en 1985. Por entonces era un
soñador que se imaginaba como un actor teatral. Por entonces la primavera no
despertaba la astenia, sino que avivaba el deseo.
Los nueve libretos presentes en «Piezas
cortas» no contienen nada novedoso en la dramaturgia del autor
estadounidense: volvemos a encontrarnos a personajes que le hablan a su
soledad, a soñadores tachados de locos, a un escritor ardoroso al que, en esta
plaga de cancelación, algunos viralizan ahora como “calenturiento”… El lenguaje que usa López de Cervera en su traducción es muy poético, parecido al de
esas personas cuyas palabras te hablan como si fuesen lluvia que te empapa.
La lectura de Tennessee Williams ha oficiado en mí como bienvenida a la
inestabilidad primaveral. Nada puede quemar más que lo previsible de esta
primavera pandémica.
Viejo; así me siento de día y de noche. También, asustado por
una incertidumbre húmeda que me ha calado hasta los huesos. Y es que durante
esta pandemia he encanecido de ánimo. Quizá, en realidad, lo que ha ocurrido es
que mi espíritu se ha contemporizado con mi cuerpo y, finalmente, se ha
marchitado esa flor adolescente que yo porfiaba perenne en mi jardín anímico:
si antes me ensoñaba como una dalia en un jardín frondoso, ahora me razono como
un cactus en una maceta angosta.
Escaparate de Floristería Arco Iris, Gijón
Pero, pese a esa estrechez, este cáctus se exfuerza por no
desecarse en un yermo de desesperanza. Gracias a tus gotas de aprecio, amable
Leyente, florece en mí la yema madura de la esperanza.
Y este pétalo recreativo que has leído ha brotado por ti.
ŋino. Gijón. 2022.
Mientras escribía esta entrada escuchaba a los Radio Futura y su "Paseo con la negra flor".