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domingo, 23 de enero de 2011

Todo lo que amo debe morir 1/2



La verdad es que desde que soy parte del enemigo me miro menos el ombligo. Respecto a tocármelo, prefiero que sean otras las que lo acaricien. Pero, carnalidades aparte, no cabe duda de que mi condición de desempleado me ha vuelto más espiritual, más solidario con los que son como yo: de belleza cubista o de potencial desaprovechado. Ahora, me siento parte de un equipo de marginados sociales, casi proscritos legales. Algo así como un mutante nacido en los años 60 de la imaginación de Stan Lee; sólo que en este caso hemos surgido del dislate de Rodríguez Zapatero.
Mientras que los mutantes marvelianos tienen un pasado oscuro, los votantes desempelados tenemos un futuro negro. Y lo mismo que los personajes tebeísticos sufren la persecución social autorizada por un gobierno que redacta “actas mutantes”, nuestro actual desgobierno proclama leyes, reformas y contrarreformas en las que señala a los protestantes a su política como unos conversos al culto de la indolencia y la flojera.
No creáis que exagero, ese recurso excesivo lo reservo para mis medidas. El ecumenismo en la persecución a los parias patrios que hemos pasado de productivos a desaprovechados, es más evidente que el blanqueo capilar del deslucido Barack Obama. Lo del uno se aprecia en las fotos, lo de los otros se recoge en las encuestas o en los chispazos sociales avivados por los ciclos tenebrosos que provocan ciertos apagones gubernamentales. El mismo día y a la misma hora en que los homo sapiens hispaniensis se movilizaron frente a la huelga de unos trabajadores descontrolados, esa misma legión de ciudadanos ejemplares ignoró la supresión de los subsidios económicos estatales a desempleados sin ningún tipo de ayuda.
Como hay veces en que las cosas pasan por que sí y ocasiones en que las frases comienzan con un no, no puedo dejar de reparar en una casualidad muy curiosaneante:
Coincidiendo con esta demonización del desechado, reverbera en todos los medios de manipulación una campaña promocional en la que se reproduce una reflexión del psicótico Sigmund Freud, para quien una de las dos condiciones necesarias para ser una persona sana es la de trabajar. Tras este silogismo, deductivo en lo inductivo, queda claro que los desacomodados en lo laboral somos insalubres en lo vital.

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