Mal pintan las cosas. Y no me refiero a esos pintores que venden como “abstracto” un arte que es nefasto. Me refiero al futuro los asturianos.
En Asturias, 100.000 personas engrosamos las listas del desempleo y 198.993 estamos al borde del riesgo de pobreza y exclusión social (según datos de la EAPN). En mitad de este ocaso social, al actual partido en el gobierno no se le ocurrió otra forma de deshacer el nudo gordiano que estrangula a nuestra economía que mediante un tajazo electoral. Así que, hoy nos toca vestirnos de domingo para ir a votar en las urnas a unos políticos que más bien merecen que los botemos de nuestras vidas.
El gobierno regional alegó como razón para la disolución del parlamento la imposibilidad de desplegar su programa, pues su realidad minoritaria le impedía aprobar un nuevo presupuesto y la prórroga presupuestaria no le parecía una medida viable, ya que los balances de la administración saliente parecían elaborados por Pinocho. Los partidos en la oposición acusaron al gobierno de que el desaforo con el que se comportaba impedía todo tipo de acuerdo, al actuar con mayor presunción que las hermanastras de Cenicienta.
El caso es que entre la inacción y la inoperancia, nuestra clase política parlamentaria ha vuelto a demostrar su condición roñosa de miras. El corazón de Asturias se está quedando en los huesos, ante la indiferencia de unos representantes públicos que están enfrascados en una discusión torticera sobre el sexo de los ángeles de las mayorías, mientras el enemigo del desempleo acampa a las puertas de las casas de sus administrados.
La “cruenta” campaña política ha sido lo más parecido a una campaña militar con fuego de artificio. Las mismas estrategias han sido adoptadas por las principales fuerzas contendientes, cuyas andanadas fueron ovacionadas por sus fieles y abucheadas por sus adversarios. No hay nada nuevo bajo el sol que hoy brilla en Asturias; ni nada novedoso en el cerebro de unos candidatos de fingida candidez ante unos problemas que ignoran pasado el período de la colecta de votos.
Los asturianos padecemos una amnesia perenne hacia la inoperancia de unos servidores públicos que han demostrado ser inservibles. Por eso, me temo, que el resultado electoral dejará una distribución parlamentaria similar a la anterior; lo que amenaza con convertir en endémica la actual inestabilidad gubernamental. Amenaza que recuerda a la “electoralitis crónica” que padece la sociedad italiana, donde han tenido más gobiernos que amantes el señor Berlusconi.
Los asturianos nos prestamos a estas levas electorales, con el mismo ánimo con el que antes nos prestábamos a las levas militares: nos quejamos, pero dejamos que unos impresentables desmonten nuestro futuro. En mis tiempos, la mili –a la que objeté de conciencia– duraba un año. En estos tiempos, los gobiernos –a los que objeto con conciencia– no duran ni doce meses. Uno había oído hablar de la picazón de los siete años que afecta a las relaciones, pero no sabía del resquemor de los seis meses que infecta a las instituciones. Habrá que vacunarse. Frente al desamor, no concibo mejor prevención que la complicidad. Y contra la holganza de los políticos, ésta es mi opción y ha sido mi voto.
Es curioso el que una región que siempre ha hecho gala de sus orígenes celtas frente a la romanización hispánica, esté logrando que el resto de autonomías del estado se pregunte si están locos estos asturianos.