Mi endiablada Brujilda:
Ayer domingo de mañana tu despedida me hizo sentir un hombre
de verdad, fue comentarte que al salir de tu casa me iba a acercar a “El
Molinón” y tu empezaste a mirarme con la misma hambre estrábica con la que tus
ojos devoran al tendero, al barrendero y sobre todo al butanero.
Tras un
contraataque carnal con el que me pillaste fuera de juego y casi cometemos
penalti, empezaste a tararear de manera repetida algo sobre un equipo “de rancia solera y brillante historial”
de la que intentabas embutir tu cuerpo en una camiseta rojiblanca.
Mientras me maravillaba ante tu celebrar el ascenso de
nuestra relación a la primera división, no dejabas de disculparte por no poder
acompañarme; pero esta vez era verdad que venían tus padres a comer y tenías
que preparar la comida.
Estabas tan contenta, imaginé que por su visita y por
haber podido finalmente en esa camiseta cuatro números inferior a tu tallaje,
que hasta me invitaste a acompañaros en el banquete familiar, por lo que me
pediste que comprara pan de la que volvía a casa, pues lo que te quedaba lo
habías usado para hacerme un bocadillo de esa longaniza que te regala el
charcutero cuando yo no estoy de florero a tu lado.
Aún ahora me emociono, admito que soy de lágrima fácil, al
recordar el ¡Puxa Sporting! con el que me despediste a grito vivo desde tu
ventana. Fue entonces cuando casi me desmayo al comprender el error: tú creías
que iba al partido de fútbol, cuando en realidad me encaminaba a la explanada
del antiguo molino donde los domingos se celebra “El Rastro”, ese mercadillo de
artículos de feria y de segunda mano al que tú no vas ni a rastras por eso de
que no nos vean juntos en público.
Y es que en la noche del sábado me sorprendió no encontrar
por tu casa ninguno de los veinticinco ejemplares dedicados –uno por cada mes
que llevamos juntos– que te he regalado de mi impagable novela “Castigado
a vivir”. Por pensar –que sí, que ya sé que no es lo mío–, hasta llegué
a pensar que los habías tirado a la basura y algún trapero los habría recogido
para malvenderlos. Sé que suelo desconfiar de ti y sin razones, pero ésta ha
sido la más injustificada: pues miré y remiré, pero no encontré ningún ejemplar
de mi libro ejemplarizante.
Luego de comprar el pan, que para algo que me confías no voy
a olvidarlo, emprendí el camino de vuelta a tu casa entre un coro de lamentos
de rojiblancos embufandados en pleno abril, que ser serán previsores ante los
cambios del tiempo, pero también pesimistas frente a su paso, pues aseguraban
no tener esperanza y sí certeza de que el Sporting bajará a segunda.
Lo que me faltaba: ¡además de desconfiado me acusarías de
ser gafe! Me puse tan nervioso que empecé por devorar el panchón de pan y acabé
por la bolsa de plástico. Fue tal la indigestión que me dio un sofocón. Me
ingresaron por urgencias en el hospital para, después de hacerme un lavado de
estómago, encerrarme en el frenopático.
Por suerte me he escapado esta mañana, aprovechando el
descuido de un enfermero que quería que jugáramos a los médicos. En el móvil
veo que tengo varias llamadas tuyas; como imagino que ya habréis comido supongo
que no querrás preguntarme si compré el pan, sino cómo acabó el partido: pues
perdimos, Brujilda, perdimos.
Y como veo que el heladero ha dejado su carrito a la puerta
de casa, supongo que estaréis ocupados con vuestras cosas y no quiero molestaros, por lo que
aprovecho para preguntarte como cierre a esta carta que cuelo bajo la puerta:
¿Puxamos esta nueche, ciñu mio, o tas enfurruñada connino?
Ninoskito
Se me escapan algunas palabras, pero parece una concatenación de cosas que salieron mal. Y a pesar de un buen principio, como la invitación a comer y el cotraataque carnal.
ResponderEliminarHay que tener cuidado con la ansiedad.
Buenas tardes, Demiurgo:
EliminarUna vez más, te agradezco la compañía de tu lectura atenta.
Ésta es una divagación muy personal, un amago de esperpento, sobre una vivencia. Tanto su fondo como su forma están muy distorsionados (hay palabras que o bien no están en español o que, simplemente, me las he inventado por su sonoridad) de ahí que su lectura tenga un grado de tortura.
Un abrazo, Demiurgo.
Me gustan tus divages
ResponderEliminarte embarrás de emociones con ellos
te trepas a tus letras
saltando al abismo
de los
no
miedos
Buenas tardes, Mucha:
EliminarEs cuando comparto este tipo de textos, impregnados del sudor de mis sueños, que más necesito de la compañía lectora. De saber que este delirio de sensaciones dictadas por mi deseo no son una digresión ilegible, un “enninamiento” que me aísla y no comunica.
Por eso, mi querida Mucha, gracias por tu esfuerzo al leer este esperpento.
Ahora y siempre; gracias por tu compañía.