Esta
mañana me he levantado temprano, con unas ganas locas por ponerme a escribir, luego
de haber recibido en mi teléfono móvil un cuidado comentario lector, tan
inesperado como animoso, de Yolanda. Sin embargo, a causa de un amago de
migraña, he tenido que esperar y dedicarme a ver cómo el sol acababa rompiendo
sobre las brumas.
Siempre
he desvivido la “espera forzada” como un acto impuesto de contrición por
pecados no cometidos, ya que entre mis culpas innumerables no debería contar la
de tener un carácter impulsivo, pues es un rasgo de mi carácter, no un capricho
de mi antojo.
Mientras
estaba sentado en las penumbras de mi salón, la mente no se me subió al cielo,
sino que al piso de arriba, a la cocina de la casa de mis padres, sala donde me
he pasado muchas tardes de días festivos castigado por negarme a comer del
plato que se me servía. Luego de mis negativas sucesivas a probar la comida, me
quedaba sólo en el cuarto: mi padre bajaba al bar a jugar a las cartas, y mi
madre y hermana iban al salón a ver la peli que echaban por la tele en el
espacio cinematográfico «Sesión de tarde».
Mi
padre solía venir a buscarnos pasadas las seis para ir juntos a misa, lo que
conllevaba el que se me levantara el castigo de estar sentado frente al plato
de comida hasta que me hubiera decidido a tomar un poco de la coliflor en
besamel o de las cebollas rellenas que mi madre había cocinado. Al ser el
nuestro el último piso de la casa, recuerdo que solía sentarme orientado hacia
la ventana al patio, y en mi imaginación fantaseaba con ser Tarzán, Spider-Man
o cualquier otro héroe sin vértigo, y me fugaba por los tejados.
Una
vez finalizada la misa, íbamos a dar un paseo que invariablemente concluía en
alguna cafetería. Si tenía suerte, nada más entrar nos encontrábamos a algún
matrimonio amigo de mis padres que nos invitaba a compartir mesa con ellos.
Apenas había acabado de sentarme, y en muchos casos ni siquiera habíamos pedido
nuestras consumiciones, que yo ya les estaba pidiendo a los señores que me
permitieran comer de su “pincho” –aperitivo de cortesía que ofrecen los
establecimientos–, pues “mis padres no me habían dejado comer en casa”.
Tan sorprendidos como sonrientes los
señores me permitían devorar el contenido de la bandeja, luego de haberles
pedido permiso con la mirada a mis padres, a los que siempre imagino sonrojados
de vergüenza mientras explicaban que mi quejumbrosa inanición era consecuencia
de mi comer antojadizo que ellos querían corregir.
Curiosamente,
el momento durante el que más me angustiaba la gula era el que trascurría a la
espera de que el camarero nos trajera nuestro correspondiente “pincho”. Del que
habitualmente acababa zampando la totalidad, en la confianza de que mis padres
no tardarían en comprarme una bolsa de patatitas fritas que sería el preámbulo
de una posterior cena a base de raciones junto al matrimonio amigo.
En
esta mañana del Día de Todos los Santos, saldré a pasear evitando los rayos del
sol pero iluminado por mis gratas evocaciones de un pasado que me resulta
cercano. Gracias amigo lector por acompañarme en este vagabundeo por las calles
del recuerdo, tu cercanía es el mejor estímulo.
Los castigos infantiles... qué recuerdos me has traído Nino!! Si yo contara algunos, pero mejor no... ya pasaron, he sobrevivido sin mayores daños... Y, lo más importante, no los he repetido como madre... obviamente he cometido errores nuevos!!
ResponderEliminarTe dejo un beso enorme, esperando que la migraña pase y que al final del día puedas dejar que algún raito de sol ilumine tu rostro. Buen inicio de mes!
Buenas tardes, Alma:
EliminarMi carácter caprichoso era interpretado durante mi niñez y adolescencia como una muestra de rebeldía, ahora es visto como una prueba de que soy un huraño. Sin buscar la rima fácil, me quedo con la percepción de antaño.
Pese a nuestra situación económica humilde, mis padres llegaron a plantearse el ingresarme en un internado (el “San Luís” de Pravia) dada su preocupación al ver cómo prefería ignorar la Realidad a aceptarla, pero mi madre nunca tuvo el corazón para mandarme allí cuando llegó el momento (ella me prefería rebelde a sumiso) Y eso que me pasaba la vida dándole pequeños disgustos que ella le ocultaba a mi padre.
La migraña es una condición crónica de mi día a día (una de las razones de mi carácter huraño) Por suetre el dar paseos a paso vivo la mitiga cuando es incipiente. Al final del paseo me senté a tomar un café con unos amigos.
Buen inicio ha sido el del mes, al igual que lo está siendo el de la tarde en tu compañía.
Un cálido abrazo, Alma.
Gracias a ti por compartir tus vivencias, tus recuerdos y tu realidad
ResponderEliminarhoy tb para mi es un día de recuerdos, de evocaciones y de ausencias
donde la lluvia , el orballo despueçés de muchos días parece que nos quiere acompañar
asi que venga a sacudirse las polillas del alma que no son buenas para el dolor de cabeza
y mucho menos del alma
besitos
ah soy yo .. por si no me reconoces ------ ejejeje
EliminarBuenas tardes, MaRía:
EliminarEl agradecido soy yo por contar con tu compañía agraciada.
No rindo culto a los muertos, no visito los lugares donde se guardan sus restos físicos ni tengo devocionarios caseros en su honor. Pero, sí que es verdad que en días como éstos me invade cierta melancolía asociada a su recuerdo. Siempre temo estar decepcionándolos con mis actos.
Aquí aún no ha vuelto la lluvia, pero llevamos cuatro días envueltos en una bruma que se convierte en niebla para el ánimo. Me domina la incertidumbre y como respuesta se aviva mi componente hiperactivo.
Me vas a disculpar pero no te reconozco, aunque quizá debería preguntarte si tengo el placer de conocerte más allá de lo que creo saber de ti por tus comentarios y la lectura de tu blog sensorial.
Feliz tarde, MaRía.
Me gusta esa venganza tuya, el que los haya dejado sonrojados.
ResponderEliminarY que te imaginaras ser Spiderman.
También me gusta eso de castigo por pecados no cometidos. Por no haberlos cometidos.
Bien por compartir estos recuerdos.
Buenas tardes, Demiurgo:
EliminarDe mis muchos pecados veniales, el de la gula es el que más me delata. Me atrae más la mirada una bandeja de pasteles que un escote generoso. Ahora que más que viejo, me vuelvo decrépito sufro al no poder practicar mis excesos pantagruélicos.
Mi habilidad para sonrojar a mis padres con mi carácter lenguaraz era proverbial, hasta el punto de que muchas veces antes de llegar a un sitio donde nos esperaban sus conocidos, me pedían por favor que no contara temas familiares ni personales. Yo optaba por no hablar con nadie y ahí empezaba el jaleo, pues luego me reñían por ser desagradable y yo acababa soltando que eran ellos los que me habían mandado estar callado.
Me encantaba el Spiderman que dibujaba Steve Ditko, aunque la edad del personaje era mayor a la mía, me identificaba con las problemáticas de Peter Parker.
Un fuerte abrazo, Demiurgo.
¿ Conseguiste enderezar tu comer antojadizo o se enquistó como daño colateral
ResponderEliminar:-) Un abrazo.
Buenas tardes, Juncal:
EliminarLo recto, quizá por su perfección, me resulta esquivo: ya ves que soy incluso incapaz de caminar en vía recta. Lo mío es vagabundear, oscilar y distraerme con las curvaturas.
Por eso de evitar los daños colaterales, he conseguido centrar mi divagar en los aspectos personales, auqnue eso me ha convertido en un individualista, por no escribir que en un solitario.
Feliz tarde, Juncal.
Las evocaciones son rayos de un sol eterno, nos envuelven en su luz...incluso desde la oscuridad del pasado.
ResponderEliminarRecordar es descubrimos.
Describirnos es revivir.
Un abrazo de luz
Buenas tardes soleadas, AtHeNeA.
EliminarSí, coincido plenamente con tu afirmación: “Recordar es descubrirnos”.
Mi carácter impulsivo se alía muchas veces a mi trastorno por falta de atención, en su alianza logran que no repare en detalles. Luego, al recordar, revivo experiencias y, como si observara con curiosidad fotos antiguas, caigo en detalles que en su momento no aprecié. Aunque también intensifico emociones y con ello avanzo hacia los falsos recuerdos.
Gracias por la luz de tu compañía, AtHeNeA.
Revivir es recordar
ResponderEliminarel momento de un pasado
sin final
un beso
Buenas tardes, Mucha:
EliminarLa evocación voluntaria de recuerdos es una actividad absorbente. Me fascina la capacidad que tengo para llegar a recordar detalles y ampliar las emociones (muchas veces contrato eso datos que creo recordar con fuentes de información y me sorprende comprobar que acerté al situar ese recuerdo en su contexto social)
La recreación es igual de fascinante, incluso adictiva. La clave está en ser consciente que lo que te viene a la mente no son ya percepciones personales, sino impresiones anímicas.
Feliz miércoles, Mucha.
Para que se tiene un blog si no se van a recordar las vivencias del pasado.
ResponderEliminarCoincido con eso de recordar es descubrirnos que dejaron por ahí.
Tal vez diría Re-descubrirnos.
Al recordar recortamos lo importante o lo que quedó de todo eso, y hay mucho que quedó fuera, que luego puede aparecer (o reaparecer) en otra forma o circunstancia
Abrazo!
Buenas tardes, Frodo:
EliminarFue otro Marcelino, el insuperable Marcel Proust, quien noveló a la perfección sobre el efecto que el paso del tiempo tiene en nuestra mente y sobre cómo los recuerdos acaban convirtiéndose en nuestra última línea de defensa frente a la constante reescritura de la historia que realizan los poderosos. Recordar es quizá el acto básico de rebeldía identitaria al alejarnos de la impostura de la memoria colectiva; recuerdos que en mi caso estarían condenados a desaparecer como lágrimas en la lluvia de no encauzarlos en este flujo de conciencia fabulada.
Un abrazo, Frodo.