Tennessee Williams escribió –de manera
embriagadora– sobre veranos largos y cálidos, noches tropicales en la Iguana y
tormentosos tejados de zinc. La pasión y el deseo eran el relámpago y el rayo que
electrizaban a las gatas y a los mininos que protagonizaban esos bebedizos
dramáticos "tenessianos".
Oteo este verano norteño bajo la amenaza de nubes
de tormenta; pero no tengo el efluvio de Williams para fabular sobre calores,
iguanas o tejados. Las borrascas en el interior provocan bajas depresiones. Y encuentro
altamente deprimente la bajeza de ver cómo algo que para ti es refrescante,
otros lo califican de calentón.
El verano ya no se siente igual desde que no me
baño en sus costas resacosas y me daño en su océano de desinterés levantino.
Así que bienvenida la inestabilidad estival. Nada puede quemar más que lo
previsible de esta canícula pandémica.