Vivimos en una constante cuesta de enero. Subirla nos deja sin aliento y sin coraje. Por el repecho nos encontramos a personas sin ingresos, sin ánimo, sin fuerzas.
Nos alegramos de no ser ellos, sin comprender que podemos quedar varados en la próxima curva. Cuando una huelga de transportes o una dificultad de suministros no nos lo impide, caemos en un consumismo fatuo –consumismo al que nos lleva el confundir la “calidad de vida” con la “cantidad debida” a una página web tras una compra impulsiva–.
Nos preocupa ser uno de ellos. A causa de nuestro miedo, culpamos a todo lo que se mueve –incluso al viento– por su acción o inacción frente a esta crisis, tan cruel como el más crudo de los inviernos. Me pregunto cuánto tardaremos en atribuir al pueblo ucraniano las congojas que nos angustian en lugar de acusar al inhumano Putin.
ŋinO. Gijón. 2022.
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