A veces una boca con palabras es más peligrosa que un ciego con una pistola. Cegados por nuestra inocencia, disparamos sonidos contra sentimientos ajenos. Hablamos sin darnos cuenta de que quien nos oye puede estar escuchando a sus miedos en nuestra voz. Espero que este texto no avive los tuyos.
Los sonidos del azar marcan nuestro compás vital. Una canción en la radio puede hacernos llorar, una sonrisa ajena puede llevarnos a sonreír. Frente a la amenaza invisible que supone el efecto que nuestras palabras pueden tener sobre la sensibilidad ajena, la solución no es el silencio. Y lo es menos el uso de eufemismos. Las cosas tienen un nombre y las enfermedades el suyo. “Cáncer” es el nombre de una de ellas. Suena terrible al oírlo cercano. Pero al identificarlo, al dejarnos de circunloquios, el enemigo cobra forma y la lucha sentido.
La vida es una lucha contra muchas cosas. Contra el aburrimiento, la injusticia o las desmesuras. Contra la enfermedades. Contra el cáncer. Esa lucha se puede ganar. Esa lucha se suele ganar. Cerca de mí tengo a veteranos triunfadores en esa guerra contra una enfermedad cruel; pero frente a la que hay esperanza. Lo menos que se merecen esas personas es que reconozcamos su exfuerzo. Lo menos que se merece esa batalla es identificar al enemigo.
También tengo cerca, en mi corazón, a algunos caídos en esa disputa contra el cáncer. Personas cuyo sacrificio ayuda al desarrollo de nuevos tratamientos, personas que mantuvieron el ánimo en una lucha en la que, aunque llegaron a saberla perdida en lo personal, siempre confiaron en que su esfuerzo se traduciría en un beneficio para los demás. Esas personas han muerto de cáncer. A día de hoy, creo que no hay que temer a la muerte, sino a morir de ignorancia y con dolores.
Tan dolorosos como los eufemismos son los exabruptos. Las palabras son un material virgen que solemos desvirtuar a nuestro capricho. Al comunicarnos usamos palabras comunes que para quien nos escucha pueden encarnar nombres propios. “Cáncer” es una de esas palabras que a muchas personas nos habla de dolor. Y para otras también evoca ausencias.
Al igual que no dices “te quiero” a quien no te importa, te pido que no llames “cáncer” a lo que no te enferma. A ti, que te importo, te pido que uses esa palabra con propiedad; para que así no se apropie de sentimientos ajenos.
Por eso, me uno a la propuesta –por parte de la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM), la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE), la Asociación Nacional de Informadores de Salud (ANIS) y múltiples organizaciones de pacientes oncológicos– para la eliminación de la cuarta acepción de la palabra “cáncer” en el diccionario de la Real Academia de la Lengua, como la proliferación en el seno de un grupo social de situaciones o hechos destructivos.
Me gustaría dedicar este texto a todos y cada uno de los enfermos de cáncer. Y en especial a una gran mujer que sabe hacer feliz a un gran amigo. A una amiga a la que admiro y quiero; aunque esta sea la primera vez que se lo digo.
Estate tranquila, Rosa, ni tú ni los tuyos estáis solos. El corazón agradecido nunca es un lugar solitario.
Te quiero, ahora y siempre.
Nino