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miércoles, 23 de febrero de 2011

Yo ya estaba sentado



Uno de los signos de nuestro tiempo es que, para ser moderno, hay que ir de antiguo. Cuando no es la moda la que nos lleva a retomar hombreras ochenteras, es el modismo de Facebook el que nos reasenta con compañeros de pupitre. Hoy, miércoles 23-II-2011, lo más tendente es evocar nuestro ayer de hace 30 años. Y no voy a ser menos, pues siempre acabo practicando las conductas que critico. Al igual que me repito en el llamar a quien no me contesta o acabo tarareando la música de ese anuncio que perjuro que nunca he visto.
Periódicos, radios y televisiones nos refieren al pasado por no reflejar el presente. Y en nuestra ilógica sociedad nos encontramos con el silogismo de que si Juan Carlos de Borbón se ha mantenido como un rey popular gracias a haber toreado en el pasado un golpe de estado, es lógico que a Belén Esteban la manteen como “princesa del pueblo” por gracia de los golpes de su pasado torero. Pobre de la sociedad que se refugia en su pasado; pero, como no quiero que me tachen de sociópata, aquí van mis recuerdos del 23-II-1981.
A mis 15 años vivía tranquilo. Me sentía querido por mis padres y cómplice con amigos que me transmitían seguridad. Seguía siendo un mal estudiante; pero en mi segundo año de bachillerato estaba menos pendiente de la integración con mis compañeros. Otra cosa eran las relaciones con mis compañeras. Más exactamente la falta de relaciones con una de ellas.
Por entonces, Lebasi descolocaba mi libido al igual que acabo de descolocar su nombre. Tenerla cerca era lo más parecido a montarme en una montaña rusa. Y, menos vomitar, su cercanía me llevaba a las reacciones más alterantes. Algo me pasaba, vete a saber qué era; pues de aquella mi literatura de cabecera eran las novelas de Sven Hassel, cuyas páginas no servían de introducción en eso del ars amandi. Mis amigos estaban tan asilvestrados como yo, por lo que resultaba inútil buscar consejos de amicitia. Era ver a Lebasi y sufrir más contracciones que si me preguntaban la tabla de los elementos.
Aquel 23 de febrero, hacía 9 días que me había decidido a cruzar el rubicón que me separaba de su sonrisa. Coincidiendo con San Valentín, este Eneas cobarde le había propuesto que fuera su Lavinia. Descubrí que no me quería como amans-amantis, pero sí de cuñado. Pues a la que le gustaba no era a mi vestal, sino a la bestial de su hermana.

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