Hace poco, 1 amigo me preguntó mi opinión sobre la serie Homeland. En esta semana que hoy acaba, ya son 2 las personas que se interesan por mi juicio sobre esta producción estadounidense; y en menos de 1 mes son más de 3 los que me han consultado sobre esta serie que emite 4.
Quizá confían en que mis prejuicios sobre el presidente norteamericano les lleven a librarlos de ver los 24 episodios de sus –hasta el momento– 2 temporadas. Imagino que mis interlocutores esperaban oír una ninalidaddel tipo: “Si le gusta a Obama, debe de ser mala con gana: fíjate en lo ogrosa de su esposa a la que él presenta como hermosa”.
Pero, a falta de una graciosidad, les contesté con una sinceridad que los dejó más desconcertados que un acto honesto en un político: el capítulo final de la primera temporada, hace que merezca la pena haber seguido la serie hasta ese momento y hace que desees que esa magia se repita episódicamente hasta el final. Algo parecido a que pasaba con la sencillez de los capítulos protagonizados por Desmond en el serial Perdidos, que siempre compensaban tanto retruécano narrativo.
Nunca me han gustado las series de espías –salvo en las escenas en que salen las chicas bond o las viñetas donde se sale El agente secreto Anacleto. No puedo con tanto nombre y dato. Si ya me cuesta diferenciar un lácteo desnatado de otro descremado, como para distinguir entre un agente de la NSA y otro de la CIA. Me aburro de tanta conversación sin acción, esperando a que pase algo que, cuando ocurre, ni me entero de qué pasó.
Si empecé a ver Homeland, fue porque me dio la gana, no por consejo de Obama. Mi gana tiene nombre y apellido: Damian Lewis. Su interpretación en la serie Life me convirtió en su efímero seguidor por el momento. Al igual que no es raro el que uno llegue a un sitio por una razón y se quede por otra, yo curioseé en Homeland por Damian Lewis y me quedé por Claire Danes.
Toda la trama de espías y políticos que se construye tras el regreso a casa de un soldado al que no se le esperaba como marido ni como marine, no me interesó. Si seguí viendo la serie fue por la arrebatadora interpretación de Danes, cuyo personaje se desgarra entre la Realidad y el Deseo, al intentar evitar que la bendición de su vehemencia sea diagnosticada como demencia.
Pocas escenas me han atrapado el ánimo como las de la intervención médica a la que se somete voluntariamente su personaje,Carrie Mathison. Secuencias que parecen dirigidas por Douglas Sirk sobre un guión de François Truffaut. Después del éxtasis, llegó el tormento de la espera, compensada con una segunda temporada donde el amor loco se convierte en amor a la fuga.
Como en otras muchas ficciones, lo más sólido en Homeland es su imitación a la vida; el resto es silencio, o eso merece por mi parte.
Nino