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martes, 3 de septiembre de 2013

Entre la “B” y la “S” hay muchas clases y series.



“El paro baja por primera vez en un mes de agosto desde 2000 al caer en 31 personas”, con este titular nos saludan hoy los diarios digitales. Uno preferiría una cifra más épica, cercana a los 300 espartanos que defendieron Las Termópilas o a las más de 2000 naves que partieron hacia Troya a rescatar a Helena.

Pero mejor 31 que 8 ½; por muy felliniano que resulte el número quebrado. Además, en lo que va de septiembre el nivel de contrataciones ha aumentado: ahí tenemos a un galés, llamado Gareth Bale, que tras encontrar trabajo en España ha asegurado que habría firmado su contrato “por un céntimo o por la cantidad que fuera” –no es que este futbolista sea estajanovista, es que es millonista (no en neuronas, pero si en dineros)–.

Me pregunto cuántos de esos nuevos colocados han encontrado un empleo como contador, no de cuentos sino de esos datos que acaban convertidos en balances, sobre los que se balancean los elefantes económicos para acabar enredándonos en telas de araña como la renovación de los contratos laborales. El trabajo de “contador”  en sus numerosas variables contables –listero, censador, archivista,…– es arcaico en nuestra decrépita organización social.

De hecho, no hay civilización que no haya funcionado sobre un ingente número de funcionarios censitarios. Al nacer ya nos convertimos en estadística; y al pronto todos entramos en el juego de apuntarnos a clubes, formar parte de pandillas o unirnos al poderoso frente al débil. El Infierno siempre acaban siendo los demás: los que no hablan como nosotros, no piensan como nosotros o visten otra piel. Quizá engañados al creer que lo excluyente nos convierte en exclusivos, convertimos al diferente estadístico en nuestro enemigo vital. Después de todo, muchos se vanaglorian de sus supuestas valías al evocar el nivel de sus apuestos enemigos.

Estas guerras de clases sociales, se traslada al Arte; donde la valía de una obra no se juzga por sus componentes creativos; sino por sus ambiciones mundanas. Cuando nos encontramos ante una obra vacía o risible en su pomposidad, normalmente la elevamos a los altares, temerosos de que nuestro señalar lo evidente sea interpretado como una vulgaridad.

Al ser el Arte reflejo de una vida convertida en feria de vanidades, nos quedamos atrapados en el tiempo y hacemos de nuestro día a día una continua representación de El traje nuevo del emperador; sin que (casi)nadie tenga el valor –o la inocencia– de señalar con el dedo lo evidente.

En una época de arte industrial y productos en serie, parece de lo más serio eso de hablar de subproductos –que no obras– de Serie B. Al director de cine Richard Vogue no le concedieron ni esa “B” y lo marcaron con el estigma de una “S”. Pese a ello, fue el director español más taquillero en 1982 y continúa siendo uno de los creadores más ingeniosos en productos artísticos con menos presupuesto que imaginación.

Tras el director de serie B Richard Vogue, se encuentra la persona de clase A Ricard Reguant. Conocerlo este fin de semana –gracias al ciclo cinematográfico Peor Imposible– ha sido toda una suerte, al igual que escucharlo se traducía en deleite. Ingenioso, sincero, respetuoso… son muchos los adjetivos que describen a Ricard Reguant.

Respecto a su cine, te invito a que tú lo decidas tras destrotelizarte con su última película: Serie B.

Nino Ortea. Gijón, 3-IX-2013.

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