Tal y como cantaron Las Grecas: “Prefiero no pensar, prefiero no sufrir”.
Me explico:
Desde niños hemos oído que lo malo es bueno, por eso de que lo que no nos mata nos hace más fuerte. Pero a mí, que sólo me fortalecía jugar con mi fuerte de Comansi, eso de pasarlo mal ahora para disfrutar después siempre me sonó poco cristiano. Por mucho que los devotos sostengan que éste es un valle de lágrimas, prefiero que su verde se deba a mis esperanzas y no a mis llantos.
Cuando crecemos, vemos que los malos molan. Y que son ellos los que, tras saciarse de la mayonesa que guardaba la que era tu musa, intentan convertir tus sueños de pupitre en pesadillas de pasillo. Pero, en cuanto comprendes que el amarillo no es tu color, la vida te ofrece muchas más salsas para saborearla.
Ya de adultos, son las malas (noticias) las que molan; y hacen buenos a los pésimos informativos desde que empiezan hasta que te terminan. Por no quedar, no nos queda el recurso de refugiarnos en la Ficción industrial. Antes, en eras precedentes de ira, podías abrir un libro de Stevenson y fugarte a Los mares del sur o sentarte bajo techo para cantar bajo la lluvia. Pero ahora la Ficción muerde tanto como la Realidad con tanto zombi, no muerto o político que anda suelto.
Así que, ¿para qué pagar por pasar miedo en el cine cuando ya nos lo dan gratis por la tele? Y más sabiendo que a quienes intentamos ignorar a las malas (noticias), nos estigmatizan señalándonos con el dedo como si lleváramos la camisa manchada o la bragueta abierta.
El caso es que uno se pone a escuchar el parte y el ánimo se le parte: todo son malas noticias y peores perspectivas. Aunque peor te va si ignoras los modismos de sus aforismos; pues basta que te vean con un sobre, para que te señalen cual aforado que se volvió forrado. Desde siempre se han aplicado castigos ejemplarizantes a los ignorantes de los malos augurios. Ahí está el gran Julio César, quien cruzó rubicones hasta el Sena, pero no subió los escalones del senado por despreciar las advertencias sobre un idus de marzo. O pensemos en la flor de Olmedo, al que así le lució el pelo una noche en la que desoyó todas las coplas y cuartetos que le cantaron en su cabalgada alocada. Así que más nos vale oír sin escuchar los informativos y ver sin mirar los telediarios; para así formar parte de las masas ciudadanas que señalan para no ser señaladas.
Pero… ¿a quién le pedimos explicaciones cuando esos vaticinios no se cumplen?
Mucho quejarnos de que los políticos se aferran al cargo, pero no sé de ningún reputado analista que haya entonado el “mea culpa” tras ver cómo sus vaticinios no se cumplen. A estas alturas, según muchos expertos economistas, ya deberíamos llevar un año con la economía nacional intervenida en vez de estar, como está, encogida. Me pregunto cuántas personas tras escuchar sus negros augurios, se les puso el corazón en un puño y las esperanzas en huesos, por lo que tomaron decisiones desesperadas que han resultado erróneas. ¿Dónde está el maestro armero para pedirle explicaciones?
Recuerdo cómo se me atragantaba el desayuno cada vez que Ernesto Ekaizer aseguraba en el matinal radiofónico En días como hoy que nos esperaba un futuro similar a la Sicilia de El Padrino. Y como el mediodía se convertía en moche oscura tras oírlo asegurar en Al rojo vivo que el euro tenía tanto futuro como lo tuvieron el laser-disc o el video beta.
En mi ignorancia, confié en periodistas como Ernesto Ekaizer para guiarme; ahora sé que prefiero mantenerme ignorante a mal informado. Y me es indiferente si me señalan con el dedo por pensar diferente. Se acabó el aceptar manipulación presentada como información; para desinformar ya tenemos al Gobierno y a sus heraldos del averno. A partir de ahora –cual adolescente efervescente– sólo escucharé radiofórmulas musicales, leeré tebeos de superhéroes y veré pelis escapistas.
Se que con ello no volveré a los diecisiete; pero no dejaré que otros hagan un siete en el tapiz de mis ilusiones.
Nino. Gijón. 6-IX-2013.