Ahora hace balancear el colgante en su mano, le afirma que también es un “zori”, o localizador del mundo espiritual. Está hecho de madera de teca, lo que vincula la energía vital del portador con la telúrica de nuestro planeta. Eso hace que quien lo lleve colgado pueda contactar con otra persona en la distancia. Para ello, el “nakatu” –espíritu que camina– debe tener cerca un objeto que represente a la persona a cuyo encuentro manda su proyección astral.
El receptor no necesita hacer nada especial, basta con que esté dormido y con la mente alejada de sentimientos negativos. Las personas de espíritus puros, como los niños, son más proclives a mantener este contacto con los nakatus, pero también son víctimas fáciles de los “bintas”, espíritus que se alimentan de emociones ajenas y se convierten en señores de sus sueños. Kalu cree que Calinka está siendo acechada por un binta; por eso urge a Helena a que le envíe cuanto antes el colgante que le acaba de dar.
La mujer mira fijamente al anciano. Le explica que, pese a su formación científica, cree en la existencia de nakatus y bintas. Ha visto suficientes prodigios en África, que el hombre blanco tacha de supercherías, como para saber que lo sobrenatural forma parte de la naturaleza humana. Le mandará el colgante a su hija en el próximo correo que pasarán a recoger dentro de dos días, sin esperar a dárselo en persona.
Kalu asiente con satisfacción. Le explica que, al dormir, nuestra mente se libera de muchos vínculos con el mundo físico, “kunta”, y entra en contacto con el plano espiritual, “kinte”.
Los sueños premonitorios, aquellos en los que despertamos con la sensación de que algo malo va a pasar, o los resolutivos, tras los que encontramos respuestas a nuestras inquietudes, tienen una explicación sencilla para los tinshalas. Nuestro espíritu ha entrado en contacto con las fuerzas de la vida y el conocimiento que recorren la Tierra.