Helena ha logrado ganarse la confianza del chamán de los Tinshalas, tribu en cuyo poblado establecen habitualmente su campamento base en sus periódicas visitas a El Congo.
Una tarde en la que Jack colaboraba con los lugareños en la construcción de un puente, el hechicero se acerca a ella. Normalmente Kalu, así se llama el brujo, le pregunta por detalles del mundo exterior. Siente gran interés por lo que pasa fuera de los bosques que han protegido a su tribu durante generaciones, ya que es consciente de que esa selva que los guarda también los aísla de los progresos alcanzados por otros pueblos. Además, los Tinshalas no sienten excesivo recelo hacia los europeos, dado que la dominación belga del país no tuvo ningún efecto en la comarca.
Todo intento de imposición colonial se redujo a la presencia de unos misioneros, que habían llegado medio perdidos al valle y ya nunca quisieron abandonarlo. Kalu aprendió francés de los religiosos. Al principio, su motivación para el estudio había sido estratégica. Si entendía su idioma, podría saber por sus conversaciones si tramaban guiar a su gran tribu blanca en una invasión de la zona. Luego continuó su perfeccionamiento del idioma llevado por el placer que le producía la compañía de los monjes y por curiosidad, despertada por las historias narradas en los pocos libros y revistas que los predicadores habían traído con ellos. Publicaciones que aún conserva y relee.
Su curiosidad continúa muy viva a sus casi 100 años, lo que hace que el hechicero asedie a preguntas a los escasos occidentales que llegan al poblado. Más allá de los trabajadores de Industrias Karloff, tan sólo algunos safaris se adentran en la zona, considerada un reducto salvaje incluso por otras tribus –ya que a la corporación industrial le interesa propagar las leyendas que se asocian a la zona con ritos crueles, como modo de mantener alejados de sus intereses a otros explotadores coorporativos–.