Son muchas las veces en las que la vehemencia en la exposición me aleja de la razón de mis motivos. Intento esgrimir argumentos y acabo blandiendo exabruptos. Me gustaría que esta elucubración no se convirtiera en una nueva divagación; o en un espasmo de la ira que guardo dentro.
Aunque no me es fácil dominar los arrebatos a los que me lleva mi trastorno hiperactivo, lo intento. Textos como éste son una capsula estimulante para mi brío. En realidad todo este blog es un reflejo de mis estados de ánimo y un intento por reflexionar sobre mis inquietudes. La tenacidad que he mostrado en su escritura o mi tendencia a publicar a una misma hora, son –entre otros– aspectos que combinan lo innato con lo autoimpuesto.
Para intentar controlar mi tendencia al caos me ayudo de una serie de rutinas que, aunque me aburren, facilitan mi interacción con los demás; pues desde pequeño he sido una de esas personas a las que eufemísticamente se las señala como “poseedor de un rico mundo interior”. Así que tiendo a imponerme horarios y costumbres que canalicen mi contacto con el exterior. Un recurso innato que me calma –y es visto como una muestra de mi carácter extravagante– es el de comportarme a mi capricho. Obligarme a hacer lo que no quiero o a estar donde no quiero es algo que me vuelve irritante. Así que no lo hago. Ya en la adolescencia me convertí en un solitario. Mientras todos iban a El Jardín, yo iba al Tik. En el reestreno de 2001 yo estaba viendo El bosque en llamas. Supongo que el que cuente con amigos que llevan más de 30 años tolerando mis ninadas, habla de su perfil compresivo y tolerante.
Recientemente, creo haber descubierto otra pauta de comportamiento que me lleva ayudando desde la infancia a alejarme del abismo temperamental: evitar ciertas prácticas sociales comúnmente asociadas al entretenimiento pero que a mí me alteran. Quizá esa prevención es la que explica mi disgusto frente a conceptos tan dispares como el fútbol, conducir o las aglomeraciones. Como aficionado al fútbol, sería un hincha; como conductor, un imprudente; y en los gentíos, un exaltado.
Probablemente a esta prudencia se debe mi ausencia de las actividades organizadas en respuesta a la situación a la que los poderes fácticos han llevado a España. Para mí, lo fácil hubiera sido dejarme llevar por mi indignación frente a quienes me llaman “bellaco” por contar mi verdad. Pero no lo he hecho. En una situación de ese tipo es muy probable que me despersonalice y que mi paso de Jekyll a Hyde se produzca con el bebedizo de la adrenalina. Hay quien recuerda su estar a mi lado en El Molinón como la vez que más cerca anduvo de acabar en comisaría. Y la única ocasión en que me he visto frente a un juez, ha sido acusado de escándalo público y destrozo de mobiliario urbano.
Así que aquí me encuentro, inseguro sobre si habito en la prudencia o en la cobardía pero con esperanza. Mi situación mejorará pues, como compuso Enrique Urquijo, “de otras peores salí”. Quizá mi esperanza se vea reforzada por el espejismo de optimismo que me invade en un día de elecciones. Es curioso que el que yo que lo he descuidado tanto –he votado a HB por frustración, al PP por amor y al PSOE por ceguera– aprecie ahora tanto su valor. Ahora, cada vez que voto, confío en que se acabe este invierno de limitaciones y se acerque una primavera de libertades
Y es que con el derecho a votar me pasa como con mis amigos: me siento privilegiado por tenerlo en mi vida.
Algún día la realidad no será cruda, será fascinante.
Nino
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