El
desarrollo de la producción y el aumento en la calidad artística van paralelos:
en 1959, el número de productoras francesas es de 495, en el año 964 son 698.
No
es sólo que al Capital le resulte rentable invertir en la industria popular, o
que el público prefiera las ofertas cercanas a las transoceánicas; estamos en
un momento en el que la fuga de valores creativos a Estados Unidos disminuye en
su flujo, lo que permite el desarrollo de un star system europeo —Alain
Delon, Sophia Loren, Franco Nero…— que es
tentado por Hollywood.
Incluso
estrellas en pleno apogeo como Charlton Heston ven en Europa una
oportunidad para reorientar sus carreras. En 1972, el norteamericano se inicia
como director con la coproducción hispano-anglo-suiza Marco Antonio y Cleopatra.
Así
mismo, aunque las superproducciones estadounidenses habían relegado a los
equipos nacionales a roles secundarios, éstos aprovecharán la experiencia para
curtirse en rodajes ágiles con personal plurilingüe, lo cual les permitirá
desarrollar su voz propia entre el ruido y la furia de las coproducciones.
Sergio Leone,
ganará sus galones en empresas como Quo
vadis? (1951) o Ben Hur
(1959), antes de graduarse con la dirección de El
coloso de Rodas (1960).
Jesús Franco
—tras hilvanar la excelente trilogía formada por Gritos
en la noche (1961), La mano de
un hombre muerto (1962) y El
secreto del Dr. Orloff (1964)— no deja que un falso orgullo le
impida manejar la segunda unidad en Campanadas
a medianoche (1965, Orson Welles) para luego entrar en su
vorágine creativa, dirigiendo a Eddie Constantine en Residencia para espías (19669).
Muchos
directores trabajan a cuatro manos, no firman sus obras o lo hacen con
seudónimo. Leone no verá acreditada su dirección ni en Los últimos días de Ponpeya (1959) ni en
su propia obra Mi nombre es ninguno
(1973); Franco usa más de veinte aliases.
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