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martes, 19 de noviembre de 2013

El pasado ya no vuelve II



Supongo que con el PERDÓN pasa como con el OLVIDO: son palabras que usamos habitualmente, pero las sentimos en ocasiones contadas. Por fortuna conozco el AMOR y desconozco el PERDÓN.

Desconozco el PERDÓN sentido y sincero, el que resulta de superar un daño irreparable. No sé si mi vida ha sido fácil, pero sí que no ha sido dolorosa. Puestos a buscar  culpables de lo poco malo que me ha pasado, el destino y mi inconsciencia se reparten las culpas de mis penares cantados por soleares.





Respecto a mi inconsciencia, no me puedo perdonar mis actos instintivos; lo mismo que un sacerdote no puede absolverse de sus pecados. Por lo que afecta al destino, aún está por escribir; y sería imperdonable que no espere al final de esta representación que protagonizo para juzgar la calidad de su libreto. ¿Quién sabe la música del azar que aún le queda por bailar a este danzarín de pies planos?

Así que a los demás los culpo de que de pasan y no de lo que a me pasa. Encuentro inexcusable que desprecien lo que más aprecio, al igual que me resulta imperdonable que obren según su antojo y no mi capricho. Además, no puedo perdonar a quienes me hacen daño de manera gratuita; sus ofensas les saldrían gratis.



Asimismo, los practicantes del perdón aseguran que éste conlleva el olvido; y ése es un monte en el que nunca clavaré una cruz. Olvidar conlleva el peligro de volver a morar en lugares que los ángeles no se atreven a sobrevolar; y, pese a mi tendencia a sobrevalorarme, no soy ningún valiente.

Recordar es una forma de crecer, de aprender y alejarse del dolor. Si se llama “juicioso” a quien recuerda que el fuego o el filo pueden hacer daño, ¿por qué a quien recuerda qué o quién le hizo daño se le denosta como “rencoroso”? ¿Acaso lo inteligente es exponernos al sufrimiento?



Admito que resulta inevitable que me decepcione quien traiciona mi ilusión. Sé que no tiene la culpa de que yo le depositara mi confianza; pero yo sí que la tendría de volver a hacerlo. El descenso del devocionario de mi afección al bestiario de mi aflicción es una caída en picado, de la que me recompone el tiempo que todo lo cura. Así mi corazón se acompasa, mi estómago se asienta y la razón me hace comprender lo que había de quimera en lo que creí un espejismo. No puedo perdonar a quien ya no aprecio. De ahí que me reafirmo en que no perdono a los miserables ni olvido sus afrentas.



Quizá el pasado no vuelve, pero sí revuelve. Es juicioso asegurarse de que descansa en paz: muerto y enterrado.


El pasado ya no vuelve (I).



Nino Ortea. Gijón, 17-XI-2013.

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