Lo que convierte al trabajo de Spiegelman
en inquietante, emocionante, ameno y único, no es el tema que aborda, sino la
habilidad con la que trueca su creación artística en una sucesión de escenas
vivas, que trascienden la condición de memorias autobiográficas, documentos
históricos o retablos costumbristas. Independientemente de la voluntad inicial
del creador, su relato va más allá de la plasmación y denuncia del genocidio
sufrido por su raza, pues como lectores establecemos con él un proceso
comunicativo de trueque de experiencias familiares y personales.
La
lectura de Maus, nos sumerge
en una atractiva charla con un amigo con el que intercambiamos vivencias sobre
las dificultades de crecer a la sombra de un padre más cercano al bíblico
Abraham que al televisivo Michael Landom, sobre esas pequeñas cosas que
nos hacen tomar grandes decisiones, o sobre el proceso de descubrir que querer
a alguien implica aceptar, que no justificar, su lado negativo.
Ya desde el pasaje inicial en el que un
niño que acaba de descubrir la fragilidad de la amistad, recibe de su padre –en
lugar de palabras de consuelo o un abrazo protector– una fría corrección y una
amarga reflexión sobre la camaradería, Spiegelman inicia un diálogo con
sus lectores –similar al de un paciente con su psiquiatra– en el que se van
intercalando saltos narrativos, silencios e incluso digresiones que contribuyen
a presentar una disección conmovedora de las relaciones padre-hijo.
La dificultad de crecer junto a alguien
que te está corrigiendo constantemente, buscando no que hagas las cosas bien,
sino a su manera; la sensación de ser un David en eterna pugna con un Goliat al
que deberías imitar y no rechazar; la contrariedad de convivir con alguien que
cree que las muestras de afecto son síntoma de debilidad; el sacrificio de tus
vocaciones en el altar de orientar tu vida hacia campos donde puedas crecer
individualmente; la imposibilidad de compartir espacio por mucho tiempo con alguien
cuya forma de quererte hace que lo rechaces; el reconcomio que te invade cuando
desatiendes a quien toda tu vida te ha protegido;... toda una serie de lugares
comunes y experiencias compartidas que convierten la lectura de Maus
en un agridulce paseo por las avenidas afectivas.
Art Spiegelman realiza esta
catarsis de la relación con su padre, muerto mucho antes de que el autor
finalizase la obra, intentando mostrarse lo más respetuoso posible con su
progenitor, y sin evitar escenas en las que es su comportamiento el que
desencadena crisis emotivas. Una de las interpretaciones posibles tras la
lectura de esta fábula antropomórfica, es el reconocimiento implícito por parte
del autor de que no son tantos los aspectos que le separaban de su padre, lo
que ocurre es que la vida le ha tratado mejor. Ambos son supervivientes, y no
pueden evitar por ello cierto sentimiento de culpa. El recuerdo de un hermano
muerto –Spiegelman– o de un pueblo exterminado –su padre– puebla sus
recuerdos. Su perseverancia, tozudez y capacidad de sacrificio posibilitan el
que ambos logren triunfar en sus objetivos.
Una lectura recomendable a todo aquél
que alguna vez ha sido hijo.
Adenda: Ya en 2014, podéis encontrar Maus
en una nueva edición por parte de Mondadori.
muy buena reseña... no sabía que trataba de eso, a simple vista es mas sinple... pero se ve que no tanto...
ResponderEliminartodos sabemos que la madre es lo mas importante de todo... pero que el que nos marca la vida es nuestro padre, para bien o (en muchos casos, demasiados) para mal...
abrazo...
Hola, JLO:
EliminarMuchas gracias por tus palabras.
Maus es una gran obra, de lectura amena y estimulante. sin tremendismos ni victimismos.
Sí, la figura paterna oficia muchas veces de dios de la ira que nos expulsa del Edén (o así lo sentimos, hasta que el paso del tiempo nos hace ver de manera diferente las cosas)
Un abrazo, JLO.