“Los artistas, con sus obras, como con su vida, quiebran esa ilusión de normalidad. Las novelas, las películas, los dramas y los poemas nos recuerdan que somos, como diría Nicanor Parra, un embutido de ángel y bestia. La vida privada —siempre demasiado pública— de los artistas confirma la complicada fórmula del embutido”.
“El artista peca por todos porque peca en público. En esa debilidad reside también su poder”.
“Un artista no tiene por qué ser transgresor, aunque de alguna forma hasta su banalidad resulta monstruosa porque hace lo que ninguna banalidad se le ocurre hacer: publicarse en detalle”.
“Woody Allen y Polanski no son unos santos, no sólo no lo esconden, sino que nos recuerdan en muchas películas que tampoco nosotros lo somos. El ala más radical y visible del nuevo feminismo no cree que baste con cambiar las leyes y los reglamentos que permiten y fomentan el abuso, sino extirpar de los hombres el deseo de abusar. El arte, el bueno, sabe que acabar con el monstruo que podemos ser es también destruir el santo que convive con él, en él. El arte, el bueno, proclama y susurra al mismo tiempo que no existen los monstruos, ni tampoco el mal absoluto, ni el bien definitivo, que no existe la inocencia total y la culpa de nacimiento”.
© Rafael Gumucio. 7 FEB 2018
Los párrafos anteriores son los que más me han llamado la anterior del artículo de opinión «Woody Allen y Polanski nos recuerdan con su arte que no somos unos santos» escrito por Rafael Gumucio y publicado en la edición digital del diario español El País.
Te invito, atentoLector, a que lo leas en su totalidad.
https://elpais.com/cultura/2018/02/07/actualidad/1517997377_225831.html