Las semanas recientes están siendo marcadas por la muerte de autores a los que
admiro o respeto. El día de ayer no fue, por desgracia, una excepción: ayer
sábado falleció el gran historietista español Francisco Ibáñez, quizá el creador artístico que más conectó con la sociedad española a lo largo del siglo XX.
Ibáñez mantuvo a lo largo de sus 65 años de carrera profesional una habilidad para conectar con la realidad del día a día que vivíamos/sufríamos sus lectores. Desde que la primera historieta de sus personajes celebérrimos “Mortadelo y Filemón” apareció en enero de 1958, sus viñetas nos llevaron a la risa o la carcajada, pero también a percibir un reflejo esperpéntico de nuestra sociedad. Es mucho lo que la Historieta patria le debe a este creador –firme defensor de los derechos de autor– y lo que sus lectores le tenemos que agradecer.
Para otro momento en este blog dejo la publicación serializada de un ensayo sobre la obra de Francisco Ibáñez. Ahora sólo busco reflejar la sincera emoción que me ha provocado su muerte y reflejar mi agradecimiento por los buenos ratos que la lectura de su obra lleva produciéndome desde hace 55 años –agradecimiento que pude trasmitirle en persona en las dos ocasiones en las que asistí a encuentros con él–.
Su muerte me ha llevado a pensar en mi padre.
Papá era un gran lector de tebeos. Lo fue, casi, hasta que –cerca de la edad de jubilación– las limitaciones visuales lo alejaron de la lectura de viñetas. De mi padre he heredado mi pasión por la Historieta. Él me compraba semanalmente los tebeos y, cuando empecé a adquirirlos con mi paga, me pedía que le dejara algunos ejemplares (no le gustaban las creaciones del “comix”, ni de los superhéroes Marvel, pero sí los de DC y Conan). De las historietas de Ibáñez, las favoritas de mi padre eran “Rompetechos”, “13, Rue del Percebe” y “La familia Trapisonda”.
Al igual que el recuerdo de mi querido padre me acompaña día a día, también lo hacen las viñetas de mi admirado Francisco Ibáñez.
DEP.
Nino