En
octubre de 1997 –creo que en la mañana de un miércoles lluvioso– me acerqué a
una librería-juguetería a comprar un tebeo. Su enjuto propietario me aseguró
que aquello que le pedía no existía; pues la suya era “la mejor librería especializada en cómics de Gijón”, y él no
conocía esa colección de la que le hablaba.
Ya
en mi casa, pillé el último número que tenía de la inexistente serie –creo
recordar que era el 31– y regresé con él a la librería a pesar de la lluvia. El
propietario, tras verlo, no se disculpó. Se cabreó. Su enfado debió de
parecerme poco, pues recuerdo que dejé caer mi sorpresa al ver que lo que no
tenían en “la mejor librería
especializada en cómics de Gijón”, sí que se podía encontrar en el quiosco
del parque donde crecí.
Santos,
dioses, distribuidores, “sociatas” y nepotistas debieron sentir que se les
calentaban sus orejas tras lo que salió de aquella boca.
Era
hora de cierre, así que el por entonces mal hablado y antes petulante
propietario me dijo que tenía que cerrar, ir a la sucursal cercana del BBVA y
después a beber sidra. Me invitó a acompañarlo. En la sidrería “Cabranes”, nos presentamos:
Hola, aquí
un terco.
Hola, aquí un tozudo.
Así
fue cómo intimé con mi amigo Antón,
la mejor persona que he conocido en estos últimos 20 años. Alguien que siempre
me ha dado esperanza y cariño. La única persona a la que, fuera de una cama,
permito que me llame “Ninín”.
Me
ha dado comida y de comer. Me ha proporcionado cobijo en su casa y en la vida.
Fue
un jefe que me pedía que me fuera a casa cuando me veía llegar a trabajar de doblete, y era un amigo que me animaba a
que me fuera a vivir una temporada a la única ciudad que él creía hecha para mí
–Londres–, donde podría alejarme de la desolación que me rodeaba.
Antón es alguien que ha llevado
luto conmigo, y que nunca ahorró palabras de amor hacia mí. Y que, en su Bilbao
natal no exhibió ningún mapamundi sino a este “abertzale” asturiano.
Él
me hizo sentir calor en lo más frío del frío invierno. Me hizo sentir orgullo
de ser quien soy al presumir de mi amistad. Me animó a descubrir a William Makepeace Thackeray, a Orson Scott Card y el txakoli; a la vez
que intentaba abrirme los ojos hacia un mundo espiritual, al Tao. Un ángel
guardián que consultaba el I Ching a la hora de darme ciertos consejos.
Ahora
que me encuentro lo suficientemente bien como para reflexionar sobre lo mal que
estuve y sobre lo que hice mal, me acuerdo mucho de él.
Ahora
que tengo al alcance de mi deseo la opción de irme a vivir a Londres por dos
años, me gustaría poder llevarlo conmigo y sacarlo de la desolación que lo
rodea.
Antón, amigo, dudo que
llegues a leer esto. Pero, citando de manera apócrifa a tu admirado Cervantes:
“Ladran, luego cabalgamos”.
Hola querido Nino, vengo desde el futuro a leer esta entrada antigua para poder ampliar tu entrada actual. Duro era ya lo que mencionabas en aquel 2010.
ResponderEliminarCelebro que menciones la palabra apócrifa en tu penúltima línea. Es una observación filosa.
Abrazo rocanroleante!
Hola, querido Frodo:
EliminarEl tiempo es un continuo, los recuerdos y las emociones nos permiten viajar por él: unas nos llevan al futuro, otros al pasado.
El éter de Internet nos suspende en lo atemporal.
Gracias, amigo, por trascender al tiempo.
¡Otro abrazo rocanroleante!
Hoy, desde el crepúsculo de un día habitable del 2019, leo este recuerdo que un día dejaste para tu amigo. En aquel entonces ya os unía la eléctrica Amistad y tú, derrochabas tu ingenio bajo su tierna mirada. Hombres buenos... Pero como dijo Perse: " No habitaremos para siempre estas tierras amarillas"...
ResponderEliminarCreo que tu amigo no te olvidará nunca, si además él es el pájaro que surca por entre los caminos entretejidos del cielo y del mar...
Abrazos, mon ami. (Leer esto, tan honesto, tan bello, es gloria. Así siento).
Te leo con el sol entrando por el balcón en un hoy que fue mañana antes de convertirse en ayer. Te leo bajo esa luz astral que siempre siente curiosidad por el brillo que irradia tu humanidad.
EliminarAntón no ha muerto, ha fallecido su cuerpo asociado a un nombre civil que no sentía suyo. Él, al igual que todas las buenas personas, sigue vivo en los gestos sencillos y luminosos de las personas de buen corazón.
Un abrazo sentido, Clarisa.