Me siento querido y apreciado.
Mi silencio no es resultado de mi insolencia vital o de la indolencia laboral, es simplemente un eco de mi pereza. Esa misma pereza que todos sentimos en brazos del ser querido, de donde nunca queremos bajarnos. Ese tipo de pereza que me invade antes de que me desborde la impulsividad.
Me siento bien, gracias. Quizás cuando peor he estado ha sido cuando más he hablado.
Ahora, ansío una época escandalosamente feliz. Una época cercana a aquella en la que, de niño, me encantaba ir a las romerías y verbenas donde bailaba y cantaba, mientras soñaba con que un día sería cantante de orquesta.
El Sol está brillando. ¿Bailamos?